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viernes, 19 de abril de 2024 23:04h.

Juan Ramírez, el aldeano que no pudo ser médico - por Nicolás Guerra Aguiar

A la par que Juan Ramírez Segura me hablaba de sus actividades desde los 10 a los 15 años, yo rememoraba una canción de Sindo Saavedra. En ella el protagonista se define como labrador atado a la tierra: Dicen que por qué no sé / de qué color es el cielo; / ¡cómo lo voy a saber / si desde el amanecer / lo paso cavando el suelo! (Por eso hoy Juan es cocinero: tirijalas de pollo, pulpo a la canaria con cebolla de Gáldar, croquetas, crujientes…)

Juan Ramírez, el aldeano que no pudo ser médico - por Nicolás Guerra Aguiar *

    A la par que Juan Ramírez Segura me hablaba de sus actividades desde los 10 a los 15 años, yo rememoraba una canción de Sindo Saavedra. En ella el protagonista se define como labrador atado a la tierra: Dicen que por qué no sé / de qué color es el cielo; / ¡cómo lo voy a saber / si desde el amanecer / lo paso cavando el suelo! (Por eso hoy Juan es cocinero: tirijalas de pollo, pulpo a la canaria con cebolla de Gáldar, croquetas, crujientes…)

   Porque a este aldeano con quien hablé a lo largo y ancho de dos horas una mañana de vientos y desayuno con churros es, ante todo, un hombre que se ha hecho a sí mismo. Y como un día quiso romper con la tierra que también le impedía gozar de los celestes colores abandonó su tierra para bajar al Sur, tal como hicieron miles de grancanarios ansiosos de nuevos mundos en dignidad.

   Así, Juan Ramírez dejó la esclavitud que le imponían tomateros ajenos, propietarios excesivamente exigentes y mal pagadores y entró en la incipiente hostelería como camarero, no sin antes cortar los multiplicados callos de sus manos con una hojilla de afeitar porque aquellas no respondían a las de un joven de 15 años que se iniciaba con platos, vasos, cubiertos y sí señor; lo que usted diga, señor; gracias, señor, que llegó a traducir con senquius, danke jer y otras frases hechas grabadas a sangre y fuego.

   Pero antes, una inmensa vida de solo cinco años lo transformó de niño a adulto sin tiempo para transitar por la etapa de la primera juventud, aquella en que las ensoñaciones dominan y revolucionan. Porque a Juan Ramírez Segura -el aldeano que no pudo ser médico, su gran sueño irrealizable- lo adulteraron (con significado de hacer adulto precipitadamente) las realidades económicas, sociales y feudales de una sociedad grancanaria dividida en dos grupos: el de arriba -propietario, explotador, plenipotenciario ante las autoridades- y el otro, al que él perteneció, el de quienes faltaban con frecuencia a las clases de la escuela pública  pero que su madre justificaba con “el niño tiene fuerte dolor de cabeza”, “el niño está con vómitos”… Mientras, el niño de 10 años empezaba a experimentar en su cuerpo infantil los abusos de quienes se enriquecían a costa del trabajo ajeno.

   Porque Juan Ramírez tuvo que ayudar a su madre en las cosas de la diaria manutención, las cosas que exigieron su labor diaria para mantener el cacho de tierra que daba algo de verduras. Pero, sobre todo, impone la actividad en medio de las tuneras que recorrían parajes entre Tasarte y Tasartico, ya en Caideros de los Almásicos, ora en La Escalera, acaso en El Pie de la Cuesta…, “tierras que eran todas mías, pues la gente había emigrado”. Juan y su hermana menor cogían los mejores tunos blancos y amarillos con las manos, y por eso las púas en brazos, espaldas, muslos y cara formaban parte de su geografía corporal, eran ya elementos que diariamente renacían cuando aquel niño de diez años se apoyaba en las mismas pencas para dar el salto hacia los más selectos tunos, ubicados arriba: para su captura utilizaba la rueca, un sistema con cañas y carosos que también se usó en los Altos de Gáldar. Luego, a la caja; después, el traslado en seretos hacia la casa a lomos del burro, su fiel amigo por donde se moviera. Allí, “una buena barrida con ramas de escobón” para que soltaran las púas y, después, a la espera del comprador, un miserable intermediario que le pagaba la caja de 12 quilos a doce pesetas, aunque él las vendía a 40 en Las Palmas.

   Así durante tres años ininterrumpidos, aunque Juan sabía de sus ganancias. Pero, ¿qué podía hacer si no tenía transporte para la capital? Por suerte, su cuñado intervino: descubrió la explotación y él se encargó de la venta directa en la ciudad. (Aquí escapa la mirada: habla de su hermana mayor como de alguien casi milagroso: ella les llevaba ropa, comida desconocida en La Aldea; su llegada era el mejor regalo para el niño que dejó de serlo a los diez años.)

   Y aquel muy madurado jovencillo de trece recogía también cochinilla, ya que estaba entre tuneras… Y la vendía en una tienda del pueblo, todavía abierta. Aunque se la compraban muy barata, él era feliz porque significaba algo más de dinero para su madre, quizás hasta un almuerzo distinto ese día. Y yerbas para las enfermedades, las conocía todas: el yantén, para la boca; una raíz (solo localizable en La Colorá) parecida a la del yinsen, para el asma de su abuelo; los berros del barranco, para la tos e, incluso, tedera (“teera”) para las cabras cuando estaban dando leche… Y hacía hogueras en las afueras del pueblo porque alguien le compraba la ceniza, no sabe para qué, pero le pagaban la lata a dos pesetas.

   Juan, a aquella edad en que las circunstancias no le dejaron ser niño se sentía, sin embargo, muy importante: “Cuando le entregaba 20 pesetas a mi madre por la cochinilla sabía que estaba ayudando a la familia a salir adelante, y eso me emocionaba porque mi trabajo estaba sirviendo para algo”.  Hoy, a cuarenta y cinco años de su inicio en las faenas, lo tiene claro: “Yo nací trabajando; me hicieron adulto a la fuerza, como les pasó a muchos niños de aquella época”. Y a pesar de todo “no reniego de nada de mi infancia, al revés”.

   Lo miro a los ojos. Y sé que siente lo que dice. Porque su mirada rebosa natural benevolencia, avala la sensatez de sus palabras, la estabilidad emocional, comportamientos de bien.  Es, en fin, un hombre hoy feliz que se siente lleno de paz y experiencias a las que no renuncia.

* Publicado con autorización del autor