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sábado, 20 de abril de 2024 09:50h.

Reverencias de rancio abolengo - por Nicolás Guerra Aguiar

  Allá por los años del “Caudillo de España por lo gracioso que es Dios”, la Iglesia católica española se postraba ante la insigne figura del hombre que, como en la Edad Media, fue enviado por Aquel para salvar a la Patria. Y si bien es cierto que el general no pudo llegar a papa –las envidias externas impidieron que se le concediera el capelo cardenalicio-, el hombre al que le asistió siempre “la divina Providencia” era recibido bajo palio en templos y catedrales porque aquel martirio de herejes fue el selecto regalo que el Acaso hace cada mil años a un pueblo.

Reverencias de rancio abolengo - por Nicolás Guerra Aguiar

  Allá por los años del “Caudillo de España por lo gracioso que es Dios”, la Iglesia católica española se postraba ante la insigne figura del hombre que, como en la Edad Media, fue enviado por Aquel para salvar a la Patria. Y si bien es cierto que el general no pudo llegar a papa –las envidias externas impidieron que se le concediera el capelo cardenalicio-, el hombre al que le asistió siempre “la divina Providencia” era recibido bajo palio en templos y catedrales porque aquel martirio de herejes fue el selecto regalo que el Acaso hace cada mil años a un pueblo.

  Las épocas han cambiado, dicen, como lo hacen las aguas de los ríos heraclitianos. Pero hay ciertas tradiciones que se mantienen a lo largo de los tiempos por muy medievales que sean sus orígenes. O, incluso, orientales, cuando los villanos debían andar a cuatro patas frente al serenísimo emperador, al que tampoco podían dar la espalda ni mirar a los ojos. Y parece que también así se comportaba la ciudadanía frente a los Ramsés de turno en las milenarias culturas egipcias, incluso anteriores todas ellas a las europeas.

  Sí, nos separan tres mi quinientos años del antiguo Egipto. Pero cierto es que en la España de ahorita mismo se mantienen las tradiciones de tiempos atrás, como hizo el buen don Guido machadiano, aunque por el momento el señor Rajoy no entre en la catedral de Santiago bajo palio. Mas todo se andará, el hombre hace méritos para lograrlo. Por eso el señor presidente colocó a don José Ignacio Wert en el Ministerio de Educación, el que regala los dineros a la enseñanza privada, impone la Religión (católica, claro) como asignatura, elimina concienciaciones ciudadanas en el aula e, incluso, dicen, pretende recuperar como himno identificador el “Juventudes católicas de España, / galardón del ibérico solar, / si la fe del creyente te anima / su laurel la victoria te dará”.

  Por eso, por su imposible ambición de caudillaje, el señor Rajoy reverencia también al poder religioso, como cuando dobla el espinazo para saludar a la máxima autoridad católica en España, el señor Rouco Varela, aquel que le exige más coraje en la libertad de enseñanza, urgentes decretazos contra el aborto, oposición al matrimonio entre homosexuales, que los niños tengan padre y madre, que el mundo está echado a perder, Mariano, que así no te vas a ganar el palio. ¿Cómo que no, monseñor? Y Mariano se pone en posición de firme, y arquea su espalda los sesenta y cuatro grados pertinentes que ha estado ensayando en Moncloa, y le enseña su coronilla ya tonsurada casi a la manera cardenalicia, lo cual significa que él es de los de antes de 1972, cuando el rojo psocialista Pablo VI eliminó tal distingo del círculo afeitado.


  Pero para reverencias, sumisiones, devociones patrias y monárquicas, las de hace muy poco en una recepción oficial. La señora Cospedal, toda ella secretaria general del PP y presidenta de la Comunidad castellano manchega –y con mayoría absoluta-, quedó impactada ante el borbónico cuerpo del sucesor. La señora Cospedal hizo tal genuflexión, dobló las rodillas de tal manera hiperbólica, barroca y complicada que se confundió y no lo hizo rítmicamente, sino con atropellos. Así, colocó la pierna derecha detrás de la izquierda (¡torpeza!); dobló esta, y la otra se le quedó al aire, algo así  como cuando a uno le entra un telele carnavalesco a eso de las seis y media de las del alba ya sin peluca ni bonoguagua y jartito de Ariucas. Porque no fue genuflexión a la manera clásica, digo, sino que la pobre mujer –me dio hasta sentimiento- se hizo un nudo, y la tibia siniestra se mezcló con el peroné diestro; el tarso dejó de ser para volverse metatarso e incluso, parece, falanges, falanginas y falangetas se convirtieron en huesitos de la Sección Femenina, qué cosas.

 Y a todas estas, el mayordomo que abrió una ventana, y entró aire. El muy puñetero, cargado de voces y vicios vasallescos de quienes vociferaban en la calle exigiendo sus dineros robados, fue directamente hacia la señora. Y como se trataba de un mal aire a causa también de las corrientes, vino a complicar la cosa: dejó a la presidenta cual estatua callejera. Eso sí, sin las cagaditas colombinas, pues el sitio era serio. Pero había quedado tan mal, tan desbaratada, que hasta parecía sonriente, comportamiento este, el de sonreír, inexistente en la señora.

  Tras la inicial perplejidad, a desfaçer entuertos, se dijeron los castellanos de su guardia pretoriana. Lo que parecía la boca resultó ser el inicio del trasero; la oreja no era tal, sino la prolongación del dedo gordo del pie… Unos empujaban por detrás; otros tiraban de la cabeza por si la atracción desbarataba la maniobra ósea; alguno tarareó el himno de la Sección Femenina, que impone una compostura, pero ni por esas. Alguien habló, incluso, de un mal de ojos, habida cuenta de las cuentas pendientes; un tercero insinuó que se trataba de una diabólica posesión, ahora que la señora Sáenz de Santamaría le está quitando terreno. E, incluso, más de uno llegó a sospechar que todo era producto de una revolución ideológica de la señora, reconvertida al republicanismo porque no podrá ser reina de Castilla-La Mancha. Total: que fue necesaria la presencia de una pluma gruíl para elevar, enderezar y ajustar piernas, gráciles cinturas de la señora desestabilizada en lo físico, sin punto de apoyo, aunque pletórica frente al bourbón.

  Pero cumplió. Y dícese que en palacio resultó hasta placentero tal comportamiento plebeyo de sumisión feudalesca y servil. Y se dictan normas, se dan instrucciones, se indican patrones para que las mujeres del Reino, por la voluntad de Nos, imiten a la señora Cospedal si alguna vez reciben la gracia de saludar al heredero, a su mujer o a la prole, da igual.