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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

las empresas no sólo usurpan plusvalía sino también conocimientos de los trabajadores en cada rama de los más diversos oficios

Sobre la descualificación programada, el secreto de la llamada “Sociedad del Conocimiento” - por Carlos Javier Blanco Martín

 

FRASE BLANCO MARTÍN

Sobre la descualificación programada, el secreto de la llamada “Sociedad del Conocimiento” - por Carlos Javier Blanco Martín, doctor en Filosofía

La verdadera causa del descrédito creciente del marxismo no procede, como tantas veces se insinúa, de la caída del Muro de Berlín. Un hecho no “refuta” una concepción del mundo, porque las concepciones del mundo son irrefutables en sí mismas. Si la pléyade de marxismos actualmente existentes (o supervivientes, si nos remontamos al menos a 1989) fracasa en su análisis de la realidad social, ello no se debe exclusivamente a su impotencia, a su incapacidad de transformación social o su utilidad discutible como supuesta arma anti-capitalista. El supuesto fracaso esconde la funcionalidad del marxismo, su naturaleza integrada en el propio capitalismo. El marxismo ha devenido, en sus varias corrientes, y en contra de las intenciones de su fundador, una apología del capitalismo y una ideología encubridora del mismo. 

El marxismo ha devenido un sistema de consentimiento. Se trata, tras la caída de la URSS y la paulatina disminución de la población obrera en Occidente, y cada vez más, de un sistema creador de desagües de descontento, de tapujos para realidades económicas alienantes y una fuente inagotable de discursos “políticamente correctos”. No es que el marxismo sea ineficaz como anti-capitalista, sino que existe (en la medida en que efectivamente aún exista) como ideología capitalista.

Esto se echa de ver en el ámbito educativo. Es evidente que los países occidentales han ido cuesta abajo en todo lo referente a proporcionar una educación de calidad, basada en el respeto a la autoridad y al magisterio, de la exigencia y el rigor. Hemos ido sustituyendo la ciencia y la alta cultura por ideologías de género y tonterías pedagogistas del tipo “aprender a aprender”. Como en la peor pesadilla de Ray Bradbury, estamos viendo cómo se queman los libros y se sustituyen éstos por tabletas y portátiles electrónicos, donde los niños se idiotizan con juegos y pasatiempos disponibles en internet, y el duro trabajo de explicar y estudiar se trueca por “tutoriales” y enseñanza virtual. Escasos son los autores que echan mano del marxismo para relacionar la degradación educativa planificada con el ataque a las clases populares y con la descualificación laboral. Entre la inmigración masiva (que cobra visos de ser una invasión planificada) y la descualificación deliberada de las masas populares, los objetivos del capitalismo mundializado están siendo logrados en una buena parte de Occidente. Ante éstos fenómenos, la izquierda post-marxista únicamente se arrima a ellos para acelerar el proceso, no para ponerle freno.

El proceso de la descualificación planificada ya fue descrito años ha por Braverman. Al respecto de este autor, Vicky Smith ha dicho: “… la descualificación en los centros de producción se basaba en el crecimiento de todo un aparato de trabajadores al servicio de los patronos (ingenieros, científicos, directivos, jefes de personal, psicólogos industriales)…” Toda esta capa segregada por el Capital, asalariada también, no significaba una “sociedad del conocimiento”, sino un aspirador que usurpa el conocimiento de los obreros, dedicándose, como dice V. Smith a estudiar “en qué consistía el trabajo de los trabajadores (tanto obreros como empleados) y cuáles eran las mejores maneras de apropiarse de sus conocimientos y de reducir la posibilidades de éstos pudieran ser conservados” [Vicky Smith, “El legado de Braverman. La tradición del proceso de trabajo 20 años más tarde”, Sociología del Trabajo, 26, invierno 1995-1996].

La descualificación planificada de la gente se practicó por medio de usurpación de conocimientos populares. Se trata de una forma más de robar al pueblo lo que era suyo. El proceso ya comenzó hace siglos en el medio rural, una alienación cognitiva del campesinado para sustituirlo existencialmente y dejar despejado el camino para la gran empresa agroindustrial y el trabajo semi-esclavo de temporeros extranjeros. Y en el siglo XX ocurrió lo propio con los oficios industriales. La escuela se convirtió en mero instrumento de conformidad de masas, y no en un ascensor social. En España, todavía la escuela funcionó como un eficacísimo ascensor social al servicio de la creación de una clase media durante la segunda mitad del franquismo y en los inicios de la llamada Transición. Pero la LOGSE (1991) inaugura el periodo de ingeniería social y de descualificación programada de la población, muy intensificado hoy con la llamada “Ley Celaá”. La estabulación de niños que no aprenden nada y cuyos cuerpos presentes son simplemente inventariados por el Estado, que impone una “escolarización obligatoria” y una desprogramación mental, es requisito fundamental de una nueva clase trabajadora con la mente en blanco, ignorante de sus tradiciones de lucha y de saber hacer, además de fábrica de un importante remanente de “ni-nis” (ni estudian ni trabajan) y demás elementos de la clase parasitaria (inmigrantes que viven de las ayudas públicas, parados profesionales, clase política) que han de ser gestionados burocráticamente. La burocracia escolar debe ser el preámbulo y el escalafón necesario para la burocracia laboral: 

“…El control técnico como método único fue sustituído, pues, por el control burocrático, instrumento menos visible, más individualizado y aparentemente impersonal para regular la actividad de los trabajadores” (íbidem, p. 8).

Según este enfoque, en resumen, las empresas no sólo usurpan plusvalía sino también conocimientos de los trabajadores en cada rama de los más diversos oficios. Una vez “evacuados” de conocimientos, los trabajadores se convierten en seres descualificados, altamente intercambiables, objeto de sucesivas deslocalizaciones [H. Braverman: Labor and Monopoly Capital: The Degradation of Work in the Twentieth Century]. La sustitución étnica y la alta movilidad transfronteriza son posibles y necesarias en esta era de la descualificación programada. En tanto que son sujetos de control emocional, más que de control técnico, los trabajadores deben automanipular su percepción de sí mismos, contando con la ayuda de todo un ejército de coachs, psicólogos de empresa, gestores de emociones y diversos “funcionarios de la interioridad” personal.

Mientras las empresas legales se burocratizan y se vuelven indistinguibles del resto de servicios de la administración del Estado, incluida de manera preeminente la Escuela, el Sistema capitalista no deja de segregar amplias bolsas de economía sumergida. 

Analizado el fenómeno, con una perspectiva histórico-genética, estas bolsas y capas de informalidad productiva, vemos que éstas aparecen siempre de forma consustancial al propio modo de producción capitalista. No hay capitalismo “salvaje” sin todo un entramado legislativo y sin una alianza de clases dominantes pre-capitalistas que realicen lo que Marx llamó “Acumulación Primitiva”. Crear áreas nuevas de capitalismo supone generar zonas amplias de informalidad productiva.

La Acumulación Primitiva es, en puridad, el conjunto de actos violentos, depredadores, las conquistas, los genocidios, el movimiento forzado de pueblos enteros, etc. que conducen al régimen de producción tradicional a otro régimen radicalmente distinto, más intensamente capitalista. Si en las regiones más rurales de las Islas Británicas del siglo XVII y XVIII los campesinos fueron expulsados de sus granjas a punta de bayoneta, incendios de aldeas y cercados de tierras, siempre a instancias de la oligarquía sentada en el Parlamento, hoy en día, la deslocalización y la invasión migratoria masiva, junto con la imposición de la “digitalización”, no dejan de ser una nueva “Acumulación primitiva” (un “reseteo” del sistema, como decimos hoy en la nueva jerga computacional) para despojar de sus empleos tradicionales y estables a masas ingentes de población nativa europea, forzándolas a convertirse en nueva fuerza de trabajo a la venta, y a precio irrisorio. 

Según esta explicación, no hubo una Acumulación Primitiva puntual y trascendente, con efectos que llegan hasta hoy a todo el planeta y a todos los pueblos partiendo de una suerte de pecado original. La Acumulación Primitiva (esto es, violencia extraeconómica con poder causal a efectos de modificar el régimen productivo) es recurrente en la historia de la humanidad. Se dio en el proceso colonialista de los imperios depredadores y volvió a darse en el imperialismo, “fase superior del capitalismo”. 

Pero nos encontramos hoy con la llamada “globalización” que sería la postrera fase del capitalismo, más elevada aún, en donde los imperios financieros son transfronterizos y desnacionalizados. En esta fase ultracapitalista todo se desterritorializa, el capital, la fuerza de trabajo, y una consecuencia derivada de ello es esa creación de economías informales. La precariedad creciente de la población, la extinción de oficios y servicios personalizados en la “sociedad del conocimiento”, esto es, la era del teletrabajo precario, de los falsos autónomos y de desmantelamiento del Estado del Bienestar a golpe de virtualización y digitalización, obliga a que gran parte de la clase media y baja dependa de unas redes sociales inmediatas y a unas prestaciones recíprocas de servicios (“chapuzas”, “dinero en B”, trapicheo). Esta economía sumergida e informal se complementa con actividades netamente delictivas, ante las cuales el Estado sólo planta cara de manera propagandística (redadas puntuales con gran impacto mediático) pero con escasa convicción. Conviene recordar que España es uno de los mayores prostíbulos de Europa y uno de los principales zocos de comercio de estupefacientes. 

Las formaciones populistas de izquierda (en España: Unidas-Podemos, PSOE) ya no cuentan con yacimientos de votos en una clase trabajadora fabril. La clase obrera es, como la clase media, una clase cada vez más exigua, precaria y asfixiada por impuestos. Los líderes y analistas de izquierdas, aun siendo muy cortos de visión, saben que deben rebuscar entre el voto, cada vez más apático, de funcionarios privilegiados por el Sistema, de una parte, y de una masa muy grande refractaria al trabajo, esencialmente improductiva o apenas productiva de manera ocasional. El ejército de “desarrapados” que puede engrosar las filas de una izquierda populista radicalizada, cuya dirección pretendió asumir Unidas-Podemos, es un ejército falto de cohesión y sus algaradas callejeras sólo pueden alcanzar efectividad política en momentos de grave crisis institucional. 

Pero precisamente éste el momento en que vive España. El “mago” de la Transición, el Borbón emérito, ha huido y ha mostrado ser un pícaro vulgar, homologable a los jeques y sultanes mahometanos entre los que se refugia, pero no a los estadistas de Occidente (que, no obstante, no son mucho mejores desde el punto de vista moral). El actual rey tiene las manos atadas ante un gobierno de perfil oclocrático que, mostrándose de izquierdas es, como siempre, el máximo enemigo de la auténtica clase trabajadora. El gobierno oclocrático de Sánchez e Iglesias es, desde el punto de vista matemático, el vórtice o sumidero de atracción que capta los votos y las demandas de todo el detritus social (un “atractor”). Un heteróclito compendio de okupas, inmigrantes oportunistas, subsidiados clientelares, feministas mantenidas, etc. apoyarán a unas formaciones supuestamente populistas que, en realidad, no harán sino apuntalar las bases del nuevo sistema ideado para España desde el exterior. Un sistema donde la robótica y la digitalización, entre muchas otras innovaciones de la tecnología, no harán sino expulsar empleados a la calle, y precisará de amplias capas improductivas pero férreamente sujetas a la industria del ocio. La industria del ocio (Entertainment) consigue, de una parte, plusvalías de aquella parte consumista de la sociedad que aún puede pagar directamente por él, pero de otra parte, como colaboradora de los estados, de las organizaciones mundialistas y de los consorcios trasnacionales de fondos de inversión, esta industria electrónica y del ocio es una industria que gestiona (capta, procesa y vende datos de masas improductivas pero consumistas, no obstante, con lo cual se reviste de un enorme poder. Los GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) y demás compañías de la “sociedad de conocimiento” funcionan, pues, como aspiradoras o ventosas absorbentes del conocimiento de la sociedad, alzándose ellas en gestoras de un mundo cada vez más lobotomizado, vaciado de contenidos. 

El sistema capitalista mundial, en su actual fase, se debe definir no sólo por su naturaleza productora de plusvalía vía explotación de la fuerza de trabajo, sino por su función usurpadora o succionadora de conocimientos. En tal sentido, el método marxiano había sido inicialmente de una gran potencia analítica, pues en el filósofo de Tréveris (que no conoció ésta “sociedad del conocimiento”) hay ya un estudio los dos procesos en su imbricación dialéctica, dentro de las limitaciones de su época. 

Eugenio del Río [La Sombra de Marx. Estudio Crítico sobre la fundación del marxismo (1877-1900), Talassa, Madrid, 1993], ha criticado la “debilidad” del método materialista-histórico. Este autor llama al materialismo histórico “racionalismo analógico transhistórico” (p. 200). Ciertamente, a partir de “procesos locales y condicionados”, Marx obtiene  “proposiciones globales e incondicionadas” por extrapolación. Pero ¿qué es la filosofía de la historia, si no? Algo similar se encuentra en La Decadencia de Occidente, de Spengler: un gigantesco proceso analógico en el cual se comparan los procesos por medio de los cuales se crean y destruyen civilizaciones o, dentro de ellas, cosmovisiones y regímenes de producción, y se extraen inferencias no necesarias sobre el presente y el devenir. La crisis radical de una civilización o de un modo de producción (crisis del Imperio Romano, crisis del feudalismo, actual crisis globalista…) no es simplemente una “contradicción” entre las superestructuras y las bases económicas de la sociedad, sino un “hecho”. Es el factum de toda civilización, un hecho brutal y aplastante que no encierra sino lecciones cuando éste ha acaecido. G. Sorel (citado por E. del Río, p. 200) decía: “La historia está entera en el pasado, no hay ningún medio para transformarla en una combinación lógica que nos permita prever el porvenir”. Bien, la historia no es predictiva, y en eso estamos de acuerdo. Pero la historia si es maestra: por analogía podemos ver que la actual creación artificial de la “chusma” (oclocracia) es un proceso que sigue pautas análogas a lo acaecido al final de determinados regímenes pasados en proceso disolvente. La República Romana, sumida en el marasmo oclocrático, fue superada o salvada por el cesarismo (David Engels), acaso de forma análoga a como la Unión Europea corrupta y nihilista de hoy en día, será superada y salvada por un neo-cesarismo futuro en que la Ley y el Orden se concentrará en pocas manos de hierro y las masas rufianescas que campan en las calles serán violentamente contenidas, mientras se hacen los ajustes necesarios para regenerar una nueva clase mesocrática que apoye con tributos, conocimientos y servicios de administración y milicia al nuevo imperio del siglo XXI, todo ello inmerso en una nueva era espiritual…

A Marx no se le puede culpar de lo mismo que, genéricamente, caracteriza a cualquier filósofo de la historia digno de tal nombre: de hacer extrapolaciones y analogías, pues ese es el cometido de tal disciplina filosófica. A Marx se le habrá de interpelar críticamente, eso sí, con respecto a sus “-ismos” inmotivados, propios de su época, esto es, de las infecciones ideológicas del pensamiento liberal y positivista (hijos, a su vez, del racionalismo estrecho y del iluminismo de los radicales de aquella época). Las tonterías escritas por los marxistas sobre un “ateísmo militante”, sobre un “materialismo dialéctico” y unas “leyes generales de la dialéctica” comunes a la naturaleza y a la historia… habrían de ser afeitadas convenientemente, enviadas al basurero de la historia de las ideologías. En cambio, la crítica despiadada del capitalismo partiendo de unas categorías analíticas (mercancía) que en su despliegue dialéctico manifiestan la trastienda de la producción (explotación de la fuerza de trabajo) supone uno de logros perennes a la Teoría de la Comunidad. 

Los maestros contemporáneos de una interpretación no marxista de Marx, esto es, de un Marx leído como pensador comunitarista que defiende la persona, en su inserción en la familia y en la polis como ser racional y libre, son Costanzo Preve y Diego Fusaro. Este Marx sucesor de Aristóteles, Tomás de Aquino y Hegel es el Marx filósofo, no el economista determinista ni el socialista panfletario: es el Marx de la emancipación comunitaria de la persona como ser social (animal político) y no el uniformado bolchevique que se aliena dentro de un ejército de revolucionarios visionarios.

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Carlos Javier Blanco Martín

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