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viernes, 19 de abril de 2024 00:09h.

El G-20 no es el marco, la ONU sí  - ¿Quién teme a la Asamblea General de las Naciones Unidas? - por Francisco Morote (2009)

 

FRASE MOROTE G 20

Nota de Chema Tante: En 2009, Francisco Morote, de Attac Canarias formulaba, en dos artículos diferentes que hoy publico en bloque, una pregunta de lógica y sensatez aplastantes. ¿Quién le ha otorgado al G20 la potestad para decidir sobre los destinos del mundo. Una reflexión que viene a cuento cuando los potentados mundiales se reúnen en Argentina para planear como seguir jeringando al mundo.

El G-20 no es el marco, la ONU sí  - ¿Quién teme a la Asamblea General de las Naciones Unidas? - por Francisco Morote (2009) presidente honorario de Attac Canarias *

 

Una gran crisis gestada en Estados Unidos y ” exportada” al resto del mundo, durante los años 2007-08, afecta, una vez más, al conjunto del sistema capitalista. Al crac financiero y a la incipiente recesión se une el riesgo de una verdadera depresión de gravísimas consecuencias, cuanto menos, económicas, sociales y ecológicas.

¿Qué se ha hecho, en estos tiempos de globalización de los problemas, para afrontar con garantías de éxito un peligro semejante?

Lo lógico, puesto que el drama tiene una dimensión mundial, sería que el marco escogido para la resolución de la crisis hubiera sido la ONU que, con todas sus carencias y limitaciones, representa legítimamente al conjunto de la comunidad internacional. Sin embargo, no ha sido así. En su lugar y suplantando a las Naciones Unidas, el llamado G-20 (Grupo de los Veinte), se ha erigido en protagonista y único actor del rescate o salvamento del sistema financiero y económico mundial.

Preguntémonos, entonces, qué es el G-20 y qué títulos puede reclamar para arrogarse él solo la representación de la totalidad de la comunidad internacional.

Formado por Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Canadá, Japón, Rusia, la Unión Europea, China, India, Corea del Sur, Indonesia, Turquía, Arabia Saudita, México, Brasil, Argentina, Australia y la República Surafricana, el G-20 es la expresión cabal de los cambios que en este principio del siglo XXI ha experimentado el mundo.

Hasta no hace tanto tiempo era el G-7 ( Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Japón ), – las potencias industriales que realmente venían dominando el mundo desde finales del siglo XIX -, el que actuando al margen de la ONU, como una especie de Consejo de Seguridad paralelo, sin la incómoda presencia de la URSS y China, pero con la conveniente presencia de Alemania, Italia, Japón y Canadá, se reunía anualmente, como si del gobierno del mundo se tratara, para decidir, bajo la dirección imperial de los Estados Unidos, el rumbo que debían tomar y seguir los asuntos del planeta. Su arrogancia y parcialidad era tanta que sus citas anuales se convirtieron en una ocasión de protesta ciudadana universal contra decisiones que, en términos generales, resultaban lesivas para los países empobrecidos y las clases trabajadoras del mundo entero. De esta forma, el G-7 + Rusia, tras la desaparición de la URSS, cubrió una etapa de la historia contemporánea caracterizada, en lo económico, por el dominio de la tríada Estados Unidos, Japón, Europa Occidental.

Pero el desarrollo económico y político del mundo no se detiene. El centro del sistema, que con sus rivalidades imperialistas arrastró al planeta a dos guerras mundiales durante la primera mitad del siglo XX, está siendo abordado por países que hasta hace bien poco formaban parte de la semiperiferia y aún de la periferia del orden capitalista mundial. China, la India, Brasil, etcétera, se han industrializado o se están industrializando a marchas forzadas, están dejando de ser países marginales y avanzan con el propósito de formar parte del núcleo duro, del corazón del sistema. Ha bastado la eclosión de una nueva crisis capitalista mundial para que esa nueva realidad se ponga de manifiesto. En un mundo más globalizado que nunca, las viejas potencias industriales que dominaron y gobernaron el planeta en los siglos XIX y XX, no pueden ya enfrentarse a los cataclismos del sistema sin recurrir y reconocer a los nuevos poderes presentes en el escenario internacional.

Ese es el sentido y la razón de ser del G-20. Sin embargo, por mucho que el G-20 ostente una representatividad superior a su antecesor el G-7, sigue padeciendo un déficit de legitimidad. Lo países que lo forman están condenados a velar antes por sus intereses particulares que por los intereses generales. África, por ejemplo, el continente más empobrecido, apenas está representado en ese minoritario y, por consiguiente, elitista club. Es evidente que el G-20 busca, ante todo, alcanzar un nuevo consenso capitalista que sirva como recambio al fracasado modelo neoliberal…

Ahora bien, para una crisis global se necesita una respuesta global y el único marco idóneo para esa respuesta es la ONU. A ella le corresponde convocar la Conferencia Internacional que afronte la crisis en toda su complejidad multidimensional y sea capaz de instaurar un Nuevo Orden Económico Internacional más justo, con el fin de asegurar la supervivencia de la humanidad y de garantizar el cumplimiento de los derechos humanos.

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La ‘Conferencia al más alto nivel sobre la crisis financiera y económica y su impacto sobre el desarrollo’, cuya celebración estaba prevista para los días 1, 2 y 3 de junio ha sido aplazada para los días 24, 25 y 26 de este mismo mes. De las razones aducidas para el aplazamiento, reuniones internacionales de alto nivel y otras (¿elecciones al Parlamento europeo?), la más plausible y preocupante es, a mi entender, la disconformidad de los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea con el borrador que debería servir como documento de debate para la Declaración final de la Conferencia.

¿Disconformidad, por qué? Sin duda, porque el documento que se propone para la Declaración final de la Conferencia supone dar a la Asamblea General de las Naciones Unidas, que no a su Consejo de Seguridad, un protagonismo, una responsabilidad y, en último extremo, una capacidad de intervención sobre los asuntos económicos globales que los gobiernos de Estados Unidos y de la Unión Europea no están dispuestos a aceptar, de buen grado, bajo ningún concepto.

Y es comprensible. Baste con un simple botón de muestra. Entre los importantes organismos que el documento de la Asamblea General de la ONU propone crear está, por ejemplo, un Consejo Coordinador Económico Mundial. ¿Cómo suena esto? Sí, como un poder de las Naciones Unidas con capacidad, como su nombre indica, para coordinar las distintas economías del planeta. Como un órgano cuya función coordinadora tomaría en consideración los intereses y las propuestas de los 192 estados -G-192-, que componen la ONU. Una especie de OMS de la economía que velaría por la salud general del sistema.

Es el siglo XXI que ha comenzado, pero los gobiernos de Estados Unidos y de la Unión Europea no se dan por enterados. Acostumbrados a guisárselo y comérselo solos en el G-7 y G-8 primero y, como una cesión inevitable, en el G-20, después, se resisten a compartir la gobernación económica del mundo con los medianos y pequeños países que constituyen la mayoria en la Asamblea General.

¿Es una idea descabellada que la ONU, en bloque, trate de poner orden en el desordenado sistema financiero y económico mundial? ¿Está más capacitado o legitimado el G-20? ¿Acaso los Jefes de Estado y de Gobierno de los países del G-20 están dispuestos a velar por los intereses de las decenas de países a los que han excluido? ¿Es Barack Obama el presidente de los Estados Unidos del mundo o, tan sólo, de los Estados Unidos de América y es a ellos a quién debe su lealtad?

Es evidente, únicamente la ONU puede velar por los intereses de la totalidad. Es en la ONU, en su Asamblea General, donde realmente se están abordando los grandes problemas de la humanidad. El cambio climático, para el que las Naciones Unidas acordaron en las Cumbres de la Tierra medidas de lucha, en el Protocolo de Kioto y en sucesivas Conferencias internacionales, donde sólo están ausentes aquellos países que se autoexcluyen. La lucha contra el hambre, la pobreza y otras injusticias sociales a partir de la Declaración del Milenio y de la persecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio para el año 2015. La lucha contra el genocidio, los crimenes de guerra y de lesa humanidad, violaciones extremas de los derechos humanos, por medio de la creación de la Corte Penal Internacional.

En suma, con todas sus insuficiencias, defectos y miserias la ONU, su Asamblea General, sobre todo, es el marco político más adecuado para afrontar los problemas de un mundo globalizado. De la ONU han surgido organismos prestigiosos que suscitan el respeto del conjunto o de la mayoría de la comunidad internacional y de la opinión pública mundial. Son los casos, por ejemplo, de la UNESCO que, entre otras cosas, otorga,con universal reconocimiento, los títulos de “Patrimonio de la humanidad” o de “Reservas de la Biosfera”, o de la OMS, recientemente galardonada con el Premio Príncipe de Asturias, a quién prácticamente se la distingue como la máxima autoridad internacional en asuntos referidos a la lucha contra las enfermedades y en la defensa de la salud del conjunto de la población mundial.

Confiar a la Asamblea General de la ONU, más que al G-8 o al G-20, la tarea de diseñar una nueva arquitectura financiera y económica mundial es lo más sensato y conveniente para los intereses del conjunto de la humanidad. Apostemos, pues, por el éxito de la “Conferencia al más alto nivel sobre la crisis financiera y económica y su impacto sobre el desarrollo”, es mucho lo que nos jugamos.

 

FRANCISCO MOROTE ATTAC

 

MANCHETA 9