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sábado, 20 de abril de 2024 01:42h.

Mayo 2002, estudiantil homenaje a Pedro Lezcano - por Nicolás Guerra Aguiar

Las intervenciones de alumnos EN ACTOS OFICIALES de hace pocos días en recuerdo de Pedro Lezcano no son, pues, originales del Gobierno canario, en absoluto. Ni de coña. Arrancan de atrás, en actos muy entrañables y distendidos sin presencias políticas... Pedro y los alumnos del Pérez Galdós, únicos protagonistas.

Mayo 2002, estudiantil homenaje a Pedro Lezcano - Por Nicolás Guerra Aguiar

   Noventa voces de noventa exalumnos hoy treintañeros (2 º y 1º de Bachillerato) siguen como ecos imperturbables en la sala de juntas del instituto Pérez Galdós desde mayo de 2002: fue el homenaje a traición a Pedro Lezcano, el poeta que les tendió la mano y se sentó con ellos justo cuatro meses antes de su muerte. Después, en 2004, el claustro de profesores decidió llamar “Biblioteca Pedro Lezcano” a la inmensa aula donde permanecen ejemplares y colecciones que ni tan siquiera la misma Universidad de Las Palmas tiene (la revista Escorial, por ejemplo, joya literaria de poesía triunfalista, fundada en 1940 por Falange Española bajo la dirección de Dionisio Ridruejo).

 

   Aquellas voces llevaron a Pedro Lezcano Montalvo a un fuerte impacto emocional: “Estoy añurgado ante semejante manifestación de amistad” les dijo cuando los noventa alumnos, a lo largo de media hora, cumplieron la recitación y -a veces- dramatización de poemas lezcanoanos elegidos por ellos. Y fue tan precisa la selección que “los alumnos agotaron mi obra, y eso que yo sospechaba que podría dar para meses”, nos dijo jocosamente al vicedirector Ildefonso Mederos y a mí ya camino de Santa Brígida, último camino que anduve con Pedro Lezcano. Porque el poeta nunca había recibido el homenaje de noventa alumnos que hicieron suyos “los versos y los sentimientos”, nos dijo Pedro.

   Llegó muy cansado a su casa. Pero la mitad de su agotamiento “fue producto de la intensa emoción” y, sobre todo, del estéril esfuerzo que hizo para retener las lágrimas cuando todos ellos quisieron hasta tocarlo, tal era la vibración de sentirse junto a él. Pero, sobre todo, impregnados de sus palabras en torno a la Poesía, palabras que les dirigió en el más absoluto de los silencios: “La Poesía es una parte de la vida. Pero no sé si sirve o no para algo. Mientras se arrastre una sola cadena, el ser humano tiene derecho a cantar en forma de poema”. Y les reconoció algo que algunos habían guardado en secreto conmigo: “Estoy seguro de que entre ustedes hay poetas y poetisas”. Y les contó un sentimiento: sigue cultivando la poesía de pura comunicación, lo cual puede afectar a la calidad estética (“Pero lo hago porque no puedo remediarlo. No puedo escribir para mi complacencia, marginando a cuantos me rodean”).  

   Los noventa alumnos que se habían ofrecido y actuaban en aquel secreto homenaje sacrificaron recreos para los ensayos; y ninguno faltó ese día, ninguno. Querían saber, por ejemplo, si de verdad tenía figura humana el poeta que les abrió ojos y sensibilidades cuando en clase, previamente, habían leído y trabajado “Consejo de paz”, composición antibelicista que –ironías, ironeias valleinclanescas- llevó 36 años atrás ante un consejo de guerra a Salvador Sagaseta de Ilurdoz Parada, exalumno del Pérez Galdós y de edad también preuniversitaria. Poema (fue la excusa) que en 1967 le significó a Salvador una condena de dos años de cárceles (Barranco Seco, Sevilla, Córdoba, Granada, vuelta a Gran Canaria) por “Injurias a las Fuerzas Armadas” y a seis meses –sin cárcel- a Pedro Lezcano.

   Pedro, a pesar de la incomodidad física, les habló desde su corazón. Y se paró en “Consejo de paz” como libro y como poema pacifista. Y los invitó a que solo cogieran la savia espesa del olivo: verían cómo aplaca tempestades. Pero, añadió, “Perturbó durante dos años mi serenidad y mi alma”, los dos años de cárceles a que fue sometido Salvador Sagaseta. Después recitó el poema. Y por su rostro desfilaron –así me dijo un alumno- las agonías y tragedias que había pasado.

   No era aquella la primera vez que Pedro asistía a reuniones con discentes. También en mayo, 20 años atrás, tuvo contacto con ellos: el Pérez Galdós rendía homenaje –el primero- a Antología Cercada (1947), obra poética de compromiso social en la que habían participado Agustín y José María Millares, Ventura Doreste, Ángel Johan y él mismo. Evocó con emoción aquel reconocimiento que los reunió a todos ante 150 alumnos también preuniversitarios: habían pasado 27 años sin coincidir los cinco poetas en actos públicos (Johan había muerto). Y como se trataba de la Cercada, les enseñó sobre la función social de la poesía “como un fenómeno que no anda por las nubes, sino que trata de decir realidades”.

   Sí, en efecto: la mañana del 2002 Pedro Lezcano nada sabía del homenaje en el instituto Pérez Galdós. Como otras veces, el seminario de Lengua Española y Literatura lo había invitado. Pero esta vez todo fue distinto: Pedro –impactado y perplejo- calló sorprendido mientras le llegaban palabras agradecidas de siete alumnos nacidos en Gran Canaria, Marruecos, Francia, Noruega, Senegal, Corea y Bolivia. Y silenció también cuando otra voz con acento extranjero expandió los versos con que Pedro había cerrado una intervención en la UNED: el poema “Aparcera sin tierra”. Después (Pedro enmudecía), versos y estrofas fueron llenando de sonoridades paredes y sentimientos. (Y fue ahora cuando pretendió cerrar los ojos para frenar las emociones. Vencido, se dejó llevar… Había descubierto, de repente, que su voz y sus palabras las usaban los alumnos, las tomaron prestadas para rendirle el homenaje (“Mis palabras son de todos, / si no, ¿para qué las quiero?”, le había escrito Pedro a Mestisay).

   Sé que a pesar de los vaivenes ante las nuevas vidas que siguen recreando los noventa alumnos, ninguno de ellos ha olvidado ni un solo verso. Ni, por supuesto, cómo Pedro supo llevarlos a la intimidad de la Poesía: fueron y existieron como si de un algo rigurosamente espiritual se tratara. Y cuando nos vemos, sentimos que nos sigue uniendo algo mágico y sublime del que fuimos copartícipes a pesar de los 16 años pasados y de nuestras muy diferentes sendas: la mía, hacia la inmensidad de la mar; la suya, hacia las primaveras soleadas.  Y todo gracias a Pedro.

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar