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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

Los miserables - por Alejandro Floría Cortés

Parece candor pero no lo es. Se trata de una combinación de apatía, ignorancia, deslumbramiento, falta de sentido crítico y un montón de carencias de diversa índole, cuyo análisis daría para una tesis doctoral.

Los miserables - por Alejandro Floría Cortés *

Parece candor pero no lo es. Se trata de una combinación de apatía, ignorancia, deslumbramiento, falta de sentido crítico y un montón de carencias de diversa índole, cuyo análisis daría para una tesis doctoral.

De otra forma, no se entiende que no se haya alzado un clamor popular contra el penoso espectáculo de las negociaciones para la formación de gobierno.

Nos han acostumbrado, está claro, al absurdo, a la tomadura de pelo, a la falta de palabra, a la condescendencia insultante, a las analogías imposibles y las comparaciones indignas. 

Se permite todo, no se cuestiona nada y semejante mezcolanza de despropósitos y desinformación se termina integrando, sin cuestionamiento ni discernimiento, en una actitud ovina.

Nos toman por estúpidos y nos mean encima hasta hacernos sentir culpables por haber descuidado el paraguas ante la alerta por lluvias. Terminamos mereciendo lo que permitimos desde que elegimos la callada por respuesta y el pensamiento enlatado.

El sobado concepto de la "liquidez" se ha generalizado y se ha convertido en hegemónico, en sí mismo y en su consecuencia: la de hacer natural y frecuente cualquier cambio, giro, contradicción, negación o metedura de pata y liberarla de coste político. La impunidad se extiende desde la incompetencia hasta la falta de elegancia, pasando por la crueldad y otras formas legales de violencia.

La presencia maquiavélica es innegable, la vestirán de orientación a objetivos, y viene a rematar los escasos valores que pudieron pervivir de algún viejo plan de estudios, demasiado lejanos e incómodos para algunos nuevos Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados que vienen a darles lecciones de las vidas que no han vivido. Sí, quienes estudiamos COU, aún podemos pasarnos ciertos discursos por el arco del triunfo.

Y no, no nombro a nadie. Ni a los corruptos, ni a los nacionalistas, ni a los transversales, ni a los constitucionalistas, ni a los del cambio,... que las malas costumbres y los malos hábitos son lo primero que se contagian, se sabe en cualquier departamento de recursos humanos.

Estas líneas están por encima de las siglas y de las ideologías. Es un ¡basta ya! a una partitocracia ya expuesta, orientada a sí misma para vigilar sus privilegios y prebendas mientras minimiza un ya de por sí escaso vínculo representativo de dudosa eficacia democrática.

Nos resulta sencillo imaginar las consecuencias para los trabajadores y las trabajadoras que abordasen las tareas de sus empleos con la banalidad y la irresponsabilidad con la que sus señorías tratan estas negociaciones y modifican continuamente sus posiciones y principios en aras de la gobernabilidad.

¡Qué poco tienen que ver con las clases trabajadoras, populares, humildes! ¿Es que a alguien le hace falta revisar de nuevo las cifras de la infamia de este país? No podía haber una economía de dos caras sin una moral y un pensamiento que admitieran la desigualdad en todos los aspectos vitales.

No me hablen de estrategias, ni de tácticas, ni de que es lo que toca en este momento, ni de pepinillos en vinagre. Este cachondeo no es normal, bajo ningún concepto, y es, en sí mismo, un síntoma de la paupérrima calidad de la democracia, con minúsculas, con las que tantos oradores y tertulianos se llenan las bocas hasta un paroxismo pornográfico.

Los electores  y las electoras no son tomados por sus representantes, salvo raras excepciones, por nada más que "masa". Una masa informe, incapaz de nada salvo de dejarse moldear, que entregó en algún momento la llave de su indignación y vació las calles, que se redujo voluntariamente en materia política a una dimensión emocional absolutamente reactiva y tan fácilmente pastoreada, que es difícil distinguir quiénes son los miserables.

* En La casa de mi tía por gentileza de Alejandro Floría Cortés