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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

Putas visiones las de aquella jóvena - por  Nicolás Guerra Aguiar

 

FRASE NICOLÁS

Putas visiones las de aquella jóvena - por  Nicolás Guerra Aguiar *

CEREBRO

GAFAS OSCURAS“¡Estoy como una puta ciega con estas gafas oscuras! ¡Elijoputa del oculista me dijo que solo me las quitara en sitios oscuros! ¡Como algunijoputa se ponga delante mío, me lo cargo!”. Así exhabruptó la jóvena mientras acomodaba su exquisita sensibilidad en la butaca, una sala pequeña del Multicines Monopol. El asiento crujió ante tamaña responsabilidad. 

Por suerte, fue lo único. El horario dominical  del mediodía frena el paso a litronas de refrescos cocacolados cuyas succiones emiten estentóreos sonidos esofágicos y roncos ruidos anales. Tal dadivosidad de desarretos interiores (manifestados, digo, a través de ventosidades, flatulencias, pedos y bufos) viene acompañada por la jartá de roscas, palomitas, cotufas o rosetas, más emboste cuanto más grande es el envase para terminar aboyados como las panchonas. A veces doble ración, como si aquellos cuerpos de Dios estuvieran desagallados, muertitos de hambre o con ganas de jeringar al vecino, egoístamente interesado en ver la película.

Tal como la respetuosa jóvena, ciertas mentes se desarretan con frecuencia a causa de la libertad lingüística. Puede suceder, por tanto, que determinados usuarios de nuestra lengua adquieran el monomaníaco emperramiento de darles a las palabras significados no correspondientes en el uso cotidiano (no vulgar), por más que la lengua sea flexible e indiscutible propiedad  de sus usuarios.

VACACIONES SENTIMENTALES.: MORALES, Tomás.TOMÁS MORALESNuestro idioma es, efectivamente, muy elástico (y otras veces muy coñón, pero no es el caso). Así, tomemos como ejemplo el poema IV de “Vacaciones sentimentales” (obra de Tomás Morales incluida en Las Rosas de Hércules) donde evoca recuerdos de su infancia. En él se refiere a distintas amigas de su hermana, entre ellas  Leopoldina y la traviesa Juana, su preferida.

Dice de la primera que era “rubia con oros de trigal”; destaca de la segunda “su risa de cristal”.  Obviamente, tanto el cabello de Leopoldina  como la risa de Juana están representados con imágenes a través de “oros, trigal” y “cristal”. Pero lo cierto es que ni la melena rubia tiene cabellos de metal precioso ni los sonidos están hechos con vidrio fundido. A través de comparaciones (cabello y risa son, respectivamente, como el oro-trigal y el cristal), Morales enriquece el aspecto estético de su lenguaje, con lo cual les ha dado a los términos significados ajenos a las definiciones correspondientes del Diccionario. Rompe el rigor lingüístico para crear belleza… gracias a la flexibilidad.

Puede suceder lo contrario: un objeto normal y corriente es usado por la inmensa mayoría de los hablantes para significar un estado: “La mar estaba como un plato”. No tiene la belleza de las anteriores figuras, pero el símil sirve para indicar que la mar no está ruin sino tranquila, serena, pues el plato es comúnmente llano para exquisiteces sólidas, incluso cuando en la nouvelle cuisine muestra en él alguna partícula lechuguil -morada y rizada, eso sí- rellena de clandestinas miradas del cocinero (“Nectar des dieux, mes amis, oh la la!”, afrancesan los privilegiados comensales convocados a tal revolución gastronómica.)

También los hablantes -digo más arriba- son propietarios de la lengua. La Academia cumple sus funciones, pero una de ellas no es la de combatir usos generalizados aunque no admitidos inicialmente. Así, años atrás la voz maratón era gramaticalmente masculina. Pero desde el siglo XXI los usuarios impusieron -y la Academia ya la registra- la generalización de la forma femenina, “la maratón”. Tanto y con tal arraigo que a estas alturas casi se margina la primera (el maratón) y su uso empieza a ser extraño. Inclusivemente algún profesor de Lengua la estimó como incorrecta en el trabajo de una alumna: desliz profesoral, claro. Es la condición humana.

Aceptada, por tanto, la muy frecuente adscripción de nuevos significados a las palabras (lenguaje poético o no), veamos qué puede suceder con la voz puta. Y sucede que vale tanto para definir a la amiga ladrona de parejas (“La muy puta se las lleva a la cama sin respeto alguno”) como para referirse a una desgracia (“Lo pararon y se vio en la puta calle”). A las construcciones anteriores podemos añadir otras variantes: “¡Qué puta suerte la mía: es la tercera piba que me deja!; El hombre las está pasando putas; ¡No tengo un puto duro!”…

Resulta curiosa la obsesión con la prostituida palabra, pues la riqueza de nuestra lengua oferta muchos sinónimos para sustituirla, pero no se usan en las secuencias lingüísticas usuales. Así, nadie dice “¡La pelandusca ginebra!; ¡El pingo vodka!; ¡Las está pasando mesalinas!” o “¡Meretriz suerte la mía!”… Parece como si el término puta resultara más extremo, menos refinado, con más cuerpo, rigurosamente contundente.

Y resulta cierto: si alguien dijera “¡Tu muy coima vida!”, la inmediata respuesta de algún paisano podría ser desestabilizadora: “¡Chaaaacho, ¿le passa al nota?! ¿Mestás mosquiando o vasilando? ¡Ábrete, ábrete, y no te busques la ruina, tío!”.  (Pero si le decimos “La muy lumi de tu hermana”, o la piculina, o la lumiasca, el muy de su madre es capaz de sacar la pipa o fusca y meterte cuatro cachimbazos.)

Pues bien. Nuestra jóvena del cine se llenó de emotividad y fue capaz en tres minutos de abarcar un amplio abanico social y riguroso uso de la lengua. Así, la “puta ciega, elijoputa del oculista” o “algunijoputa” que le tape la pantalla fueron inspiración intelectual aunque, eso sí, con absoluto dominio del género gramatical femenino: la ciega es puta; pero el oculista y algún hijo no son putos, sino directos descendientes de putas (¡y las madres sin saberlo, vemería purísima!).

 Cráneo desequilibrado, pues, digno de estudio para cualquier freudiano: ¿qué hay en el subconsciente de la jóvena? ¿Acaso psicopáticos recuerdos de infancia sobre madre, hermanas, tías o abuelas? Consecuentemente, me pregunto: ¿por qué no usa el masculino gramatical puto?

Trátase, en fin, de la confirmación democrática: la poetizada jóvena, en el ejercicio de su libertad, usa la voz puta con un significado ajeno a la inicial definición de ‘mujer que se dedica a la prostitución’. Pero es grotesca, miserable y despreciable por la relación  con la ciega.   

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar

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