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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

El sabor a vino y besos - por Francisco González Tejera

 

 
FRANCISCO GONZÁLEZ TEJERAEl jefe provincial de Falange, Juan Vicente Massieu y Tarancón, ordenó que arrodillaran a los siete hombres junto a los acantilados de Los Giles, el cacique tomatero, Ezequiel Betancor, hizo un gesto con la cabeza para que el “Verdugo de Tenoya” azotara violentamente a los reos con la pinga de buey, ya eran dos noches seguidas de torturas brutales,

El sabor a vino y besos - por Francisco González Tejera *

 
El jefe provincial de Falange, Juan Vicente Massieu y Tarancón, ordenó que arrodillaran a los siete hombres junto a los acantilados de Los Giles, el cacique tomatero, Ezequiel Betancor, hizo un gesto con la cabeza para que el “Verdugo de Tenoya” azotara violentamente a los reos con la pinga de buey, ya eran dos noches seguidas de torturas brutales, los muchachos temblorosos quedaron en fila ante el rojo cielo del amanecer, Pedro Jorge Martel, el dirigente obrero del norte de Gran Canaria comenzó a escuchar las detonaciones, de reojo vio como Massieu comenzaba a pegar los tiros en la nuca a sus compañeros.
 
En la semioscuridad sonaban los disparos como truenos que anunciaban el comienzo de una tormenta terrible, veía caer al resto de condenados uno a uno lentamente, parecía como si el tiempo se hubiera detenido entre cada detonación, la sangre se mezclaba con la brisa fresca de aquel verano del 36, en segundos pasó por su mente la vida entera, desde los momentos de la infancia en Juncalillo a los años de estudios en la Universidad de La Laguna, los amoríos con sabor a lluvia, las tardes de vinos en Las Mercedes. El indescifrable fragor de los años y de nuevo la cara maligna del Jefe Massieu asesinando a sus amigos del alma.
 
Las risas de la “Brigada del amanecer” sonaban en la soledad del inmenso descampado, seguía la juerga, ya iban por cuarta botella, tomaban como posesos ron de caña entre golpes, patadas y bromas pesadas, un ensañamiento antinatural que aquel estudiante del preparatorio de medicina miraba con asombro, comprobaba como muchos de los golpes eran medidos para destruir zonas vitales, para hacer sufrir de forma ilimitada, por eso sabía que los tiros en la nuca causaban una muerte inmediata, menos el disparo a Raúl Tejera, el chico anarquista de quince años, al que le entró por la orbita del ojo izquierdo al girar la cabeza en el último instante, quedando en el suelo entre contracciones y alaridos hasta ser rematado entre burlas y exabruptos por los esbirros de azul.
 
Pedro tuvo tiempo de mirar el pico Teide envuelto entre nubes de colores, solo fue un instante antes del disparo, prefirió quedarse quieto, sabía que sería mejor, que evitaría sufrimiento, lo inundó la oscuridad de repente, una especie de chasquido y un sonido desconocido, el ruido del silencio universal.
 
cráneo víctima franquismo
 
* En La casa de mi tía por gentileza de Francisco González Tejera