Con estos socialdemócratas no hacen falta neoliberales (Rafael Domínguez)
Uno de los economistas más lúcidos de todos los tiempos, Albert Hirschman, escribió un maravilloso ensayo sobre las figuras retóricas a las que recurren sistemáticamente los políticos conservadores para convencernos de que no somos los mejores jueces de nuestros propios intereses. Esas figuras son las que utilizó Malthus para demoler el proyecto de ley de ayudas a los pobres que presentó el gobierno del Reino Unido en 1796 al Parlamento: la tesis del efecto perverso (ayudar a los pobres generaría más miseria porque les permitiría tener hijos a mayor velocidad que el crecimiento de la producción agrícola), la tesis de la inutilidad (por tanto, ayudar a los pobres no serviría de nada) y la tesis del peligro, que es la que aquí nos interesa. Esta tesis dice que ayudar a los pobres tendría el efecto de que se acomodaran a vivir de las ayudas, y, en vez de ahorrar siendo austeros, se gastasen esos fondos en “borracheras y libertinaje”, o sea, el alcohol y las mujeres del señor Dijsselbloem. No sabemos si este socialdemócrata holandés, que responde perfectamente a la definición que de los políticos dio Adam Smith (“ese animal insidioso y astuto cuyas recomendaciones se orientan por las fluctuaciones momentáneas de la realidad”), es consciente de ser prisionero de Malthus del que destila su “frenesí”, o simplemente responde a la otra parte de la cita de Keynes con la que empecé este artículo y es otro “maniático de la autoridad que oye voces en el aire”.
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