Turismo en Canarias, una historia que no te habían contado – por Chema Tante
Turismo en Canarias, una historia que no te habían contado – por Chema Tante *
La gran maldición de la economía canaria es que siempre, desde la conquista, ha estado en manos de la oligarquía heredera de los conquistadores. Una oligarquía boba, perezosa e indolente, arregostada a dejar los intereses económicos en manos de codiciosas empresas de fuera, a las que lo que le pase a Canarias les tiene sin cuidado. El funesto monocultivo, la actividad única, ha mantenido a las islas siempre a merced de lo que ocurra por ahí fuera, sin contar con alternativas. Ya pasó con el vino, cuando las dilatadas peleas entre franceses y británicos terminaron con la exportación y Canarias no fue capaz de buscar otros mercados. Lo mismo ocurrió con la cochinilla que, cuando se descubrieron las anilinas, Canarias se encontró con sus campos llenos de tuneras sin saber qué hacer con ellas más que mandarse los tunos y hacer juguetes para la gente chinija con sus pencas.
Esas escalas de buques en los puertos isleños, más las bellezas del entorno y un clima estupendo, potenciaron la afluencia de un turismo de paso “Hoy, que es lunes, llega el
La genialmente estúpida idea de Fraga Iribarne tuvo dos consecuencias nefastas en la ciudad. Aquella zona, Alcaravaneras, Santa Catalina, El Refugio, Las Canteras, parte de La Isleta, estaba poblada por pequeños comerciantes, relojeros, sastres, zapateros, artesanos, tenderos- que se reconvirtieron, desde un oficio que dominaban, a un actividad que ignoraban y para la que no tenían la menor preparación. Para mayor desgracia, todas las familias trabajadoras que vivían en la zona, gente del puerto, pescadores, cambulloneros, estibadores - que en aquel entonces no eran los profesionales bien pagados de hoy en día- se vieron arrojados de sus alojamientos y reubicados en precario en zonas como Schamann, Las Rehoyas… Una devastación de todo un tejido de pequeño comercio y un desarraigo brutal de personas, que trastocaron el esquema social de la ciudad. Un caos del que le costó mucho recuperarse a la ciudad.
Hubo una iniciativa que pudo salvar la situación: El tren vertebrado monorrail elevado de Goicoechea. Una línea de agresión ambiental limitada, con altas velocidades y bajo consumo energético. La idea era que, cuando se cerniera la panza’burro en Las Canteras, la choniada podia largarse para el sur en poco tiempo. Mientras que, cuando luciera el sol, se quedara a disfrutar de la magnífica playa. Una gran idea, pero, como es costumbre en estas islas desafortunadas, no cuajó. Yo sospecho, sin más prueba que la experiencia de lo ocurrido, que la traba para el tren vertebrado era que ocupaba muy poco suelo y era de limitada construcción. Es decir, escasas ocasiones para la mordida y el pelotazo.
Haré un inciso, para comentar algo que dice mucho y muy mal de nuestra falta de autoestima e imaginación. En aquellos momentos de la proliferación de residencias y afluencia de gente sueca, alemana y británica, Las Palmas de Gran Canaria se convirtió en un emporio de la gastronomía mundial. De Italia a la Argentina y Uruguay, de China a Rusia, de Francia al Líbano, de Grecia a Suecia o a la India; España, por supuesto, que no falte y sin olvidar Japón (en Las Palmas de Gran Canaria se abrió, en aquellos sesenta, cuando poca gente en Europa conocía el sushi, un conspicuo restaurante japonés, en las cercanías de Las Canteras). Hay que entender que estoy tratando de una época en que, la pizza, por ejemplo, y aunque ahora parezca mentira, era un plato exótico, no digamos el tandoori o el pytt i panna. Se podía dar la vuelta al mundo, sentado a la mesa. Cocina de todo el mundo... ¿de todo? No. En esa constelación culinaria estaba ausente la cocina canaria, con la única excepción valiosa del querido Juan Pérez, que ofrecía unas papas arrugadas con mojo y un poco ce pescado y pare usted de contar. La maldición de Malinche, la sombra de Fernando Guanarteme, que destroza nuestra estima. Contaré más adelante la anécdota de un alcalde isleño con un restaurante de turismo rural..
Ya tenemos montado el espectáculo. Las operadoras, las transportistas y la inversión internacional descubrieron este territorio bañado por el sol, con unas autoridades y una burguesía complacientes y minadas por la codicia. Y una población callada, sumisa, dominada por la ignorancia, el miedo y el hambre. Empezó la orgía de la construcción. Inversión extranjera, créditos fáciles, nulo control público, autoridades locales que se vendían, mano de obra dócil y barata… Hoteles y complejos de apartamentos florecíeron como setas por la geografía insular. Pero, como me decía una profesora de secundaria cuyo nombre lamento infinito no recordar, en Canarias sabemos construir el chiringuito, pero no sabemos explotarlo. Nos encontramos con cientos de miles de camas turísticas y había que ocuparlas. Para ello, la toleta burguesía canaria y las incapaces autoridades se arrojaron en manos de empresas extranjeras que impusieron el fatídico concepto del turismo masivo.
El turismo masivo obliga a pelear en mercados donde el precio es determinante y la competencia feroz. Ahí Canarias tiene que disputar con destinos más cercanos a los lugares de origen de los targets y que tienen costes abismalmente menores que los de Canarias.
A pesar de que Canarias es prácticamente un paraíso fiscal, en el que las empresas, REA, ZEC y RIC mediante, no pagan más que unos impuestos simbólicos, ridículos, para mantener la retribución al capital, los bajos precios obligan a reducir costes. Y eso se hace, primero, atendiendo a las y los turistas con productos importados de baja calidad, viejos de fecha, con problemas fitosanitarios que han infectado a la agricultura isleña a precios con los que no puede competir la producción local. Y, segundo, explotando de manera inmisericorde a la mano de obra. Por eso Canarias sufre los salarios más bajos, relativamente, de Europa y una cota de paro espantosa.
Y, como todo está relacionado, esta práctica de atender al turismo con producto importado agrede también a las exportaciones fruteras. La burguesía canaria, en su supina ignorancia, pretende que le compre un plátano en su país un tipo al que en Canarias le han dado manzanas chilenas. Porque con esa misma toletería, la burguesía canaria prefiere, con la criminal pica, botar el producto al barranco, antes que dárselo así sea como promoción, al turista.
El concepto de turismo masivo que se ha aplicado en Canarias, que ha dejado que su actividad principal, casi única, sea gestionado desde el exterior, hace posible que las personas compradoras paguen su viaje y estancia muy a menudo, encima, "todo incluido”, en origen, de tal manera que en las islas no se queda más que la propina que le puedan dar al camarero que les sirve, y el chiquito importe del IGIC, única recaudación fiscal. Esto permite el engaño de que se presenten unas cifras de gasto turístico falaces, porque de todo el dinero que el turista gasta, de todo lo que cobra el hotel o el restaurante, la mayor parte sale automaticamente al exterior, para pagar las facturas de las importaciones, incluyendo la de la energía, porque esta burguesía idiota no ha sido capaz ni de implantar las energías renovables, única fuente de la que Canarias dispone sin necesidad de importarla.
El turismo masivo ha aniquilado uno de los atributos favorables más importantes estratégicamente para la actividad: la diferenciación local. El turismo masívo ha conseguido que las zonas turísticas canarias, llenas de pizzerias, hamburgueserías y comercios de franquicias, sean idénticas a las de cualquier otro destino masivo del mundo. Al turista que capta Canarias le da lo mismo haber venido aquí o a otro lugar, porque lo único que le importa es el precio y el sol. No tiene ninguna oportunidad de conocer la identidad canaria. La presencia de turistas en las manifestaciones culturales canarias, es mínima.
Ahora viene a cuento la anécdota del alcalde que citaba antes: Fue en La Palma, en un restaurante recién inaugurado, pomposamente calificado como de “turismo rural"; la carta no contenía más que espaguetis, raviolis, tiramisú y cosas así ¡Tiramisú, en la tierra del bienmesabe, los marquesotes, el Príncipe Alberto! Pregunté y me contestaron que el cocinero era italiano. Como yo conocía al alcalde del lugar, le cuestioné una cosa tan rara y la respuesta fue: "¿qué quieres? ¿qué le demos a los turistas potaje de trigo, lo que yo como en mi casa?". Ese es el problema canario, nuestra absoluta ausencia de autoestima, nuestra falta de aprecio por los valores locales.
Durante mucho tiempo, los y las guías han aconsejado a sus clientes no acudir a restaurantes locales, para que frecuentaran los que les recomendaban, a los efectos obvios de la comisión. Excuso decir la causa. Me decía un amigo alemán, en Oldenburg: “cuando fui a Lanzarote, me llevaron el primer día a comer a un sitio idéntico al que tengo yo debajo de mi casa. El segundo día, me escapé, fui preguntando a la gente en la calle y comí durante todas las vacaciones estupendamente”. En los restaurantes populares canarios, los de pescado o de pucheros, puede observarse el local lleno de clientela nativa y, a veces, una pareja o un grupo de chonis con cara embelesada, mandándose una vieja, unas papas arrugadas, una morena frita, unas garbanzas. Pero esas personas turistas afortunadas lo han sido porque se han atrevido, no porque nadie les haya informado de las maravillas de la comida canaria.
Este turismo masivo, que trae 16 millones de turistas al año, con 32 millones de trayectos aéreos de largo recorrido, con una factura imponente por energías generadas con combustibles fósiles importados, con un impacto económico y ambiental brutal, por el transporte y coste de productos no locales; ese turismo masivo que ha despreciado al sector primario y a los valores identitarios canarios, es incapaz de proporcionar empleo digno a su población, que padece las cotas de paro y miseria de las más altas de la Unión Europea. Ese turismo masivo es el que algunas mentes, ladinas o ingenuas, no lo sé, califican de “bendito turismo” y dicen que “ha traído riqueza, bienestar y mejor calidad de vida”.
Ese es el turismo masivo que hay que erradicar, aprovechando la oportunidad que la brutal pandemia proporciona. Es preciso, como sea, implantar el turismo selectivo, de altos precios, reducir la oferta y la masificación, introduciendo el concepto de economía circular. Un concepto de turismo que ofrezca ausencia de saturación, respeto por el medio ambiente y los valores culturales de Canarias. Un turismo que tenga el orgullo de no ofrecer más que la producción local. Un turismo que pueda pagar como es debido a su personal, no solamente retribuir al capital. Un turismo complementado con otras actividades económicas compatibles con las características de lejanía y fragilidad ambiental del Archipiélago.
Ya lo dijo Robespierre: "La primera ley social es aquella que garantiza a todos los miembros de la sociedad los medios para existir". Y el turismo, tal como se ha gestionado en Canarias, no cumple con esa ley social. Por tanto, hay que cambiarlo, no se puede bendecir.
(1) El turismo en Canarias: sus orígenes, Nicolas González Lemus
Lo escribe y lo sostiene Chema Tante