Ahogados - por Rosario Valcárcel
Ahogados - por Rosario Valcárcel *
Después de Navidad el tiempo cambia en Canarias, y se siente la calima fría y el viento húmedo. Y en la orilla de la playa llegan desechos que las olas y el viento arrastran entre el chapoteo sonoro del mar: piedras, cebas, conchas, zapatos desparejados; quizás desprendidos de los pies de algún ahogado.
Y hablando de ahogados, recuerdo, como si fuera hoy, esos días lluviosos, de truenos y relámpagos, de tormentas de enero y febrero en que algún cetáceo alcanzaba la orilla o bien porque estaba herido o a desovar, a mí me parecían enormes, lo llamaban angelotes o mantas, eran oscuros y con aspecto de viejo. En aquel entonces -yo era muy pequeña- y pensaba que se ahogaban como le ocurrió a una amiga mía que la marea la arrastró consigo y desapareció para siempre.
Controlar el reloj, controlar el tiempo de la digestión para poder tirarnos al agua, esa era la única medida que se tomaba, una medida que podía durar un par de horas y con un calor horrible. ¡Toda una penitencia! ya que la gran bola ardiendo en el cielo nos hacía sudar y sudar. Por eso mis amigas y yo nos reinventamos algún juego, alguna alegría con la mirada perdida en el mar, viendo como transcurrían esas casi tres horas.
¡Tres horas para hacer la digestión! en caso de haber almorzado o tomado esa ensaladilla o esa tortilla que tu madre había preparado muy temprano y con tanto amor, para disfrutar de un día de playa, en esos días que a pesar de todo, los recuerdo como excepcionales
Ahora parece que el secreto para evitar los famosos cortes de digestion es sumergirnos en el agua, poco a poco, para evitar los cambios bruscos de temperatura. Lo cierto es que nuestros padres hacían lo que podían, incluso cuando aparecía algún niño casi inerte y entrechocando los dientes, ellos se armaban de valor y hacían el papel de socorristas.
La muerte por ahogamiento ha tenido para la literatura y la poesía en particular, un aire romántico, pero la realidad es que este tipo de muerte es rápida, dolorosa y muy triste. Y son desgracias que, muchas veces, se pueden evitar si desde el seno familiar, colegios, monitores de tiempo libre… enseñamos a grandes y sobre todo a los más pequeños a nadar, a saberse mover en un medio acuático. Les enseñamos el significado de las banderas que informan sobre el estado de un mar, de un mar que puede ser despiadado.
Les enseñamos los peligros de ese azul que forma parte del setenta por ciento de nuestro planeta. Les enseñamos a respetar al mar.
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* La casa de mi tía agradece la gentileza de Rosario Valcárcel