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viernes, 19 de abril de 2024 10:24h.

Ajó Tedote. El indomable - por Carlota Darias Dorta

 

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Nota de Chema Tante: Mi amigo, el pureta Ajó Tedote, tuvo el valor de encararse a cuatro grupos de estudiantes de Enfermería de la ULL, en La Palma y Tenerife. Y dice que quedó privado con la experiencia. Cuenta y no acaba de estas chicas y chicos y de sus profesoras. Y así ha salido este emocionante artículo de una de estas enfermeras en proyecto que, si cuida como escribe, y sin duda lo hará, va a ser una profesional de primera categoría, para bien de sus pacientes. Bendita sea, ella, y sus compañeras y compañeros, sus profesoras y ese oficio de cuidar y curar que nunca será bastante elogiado. Por mi parte, debo decir que es una gozada publicar el texto de Carlota.

Ajó Tedote. El indomable - por Carlota Darias Dorta, 2º curso de Enfermería, ULL, Centro de La Palma *

Entró y se sentó delante de nosotros en la clase como si aquello se tratase de una sala de cine y el fuera el actor principal de la película. Le bastaron los cinco primeros minutos para convencernos de su miedo al dolor y sus ganas de seguir viviendo como si fuera el primer día. Le costó una mirada para que entendiéramos la importancia que para él implica el poder estar y sentirse activo. Le costó lo que viene siendo nada, hacer que nos diéramos cuenta de que por mucho que nuestros mayores quieran, si nosotros no les dejamos ellos no pueden ser.

Se había dedicado durante toda su vida al mundo del marketing y se encontraba ahora en el Centro de Mayores de La Dehesa, su nuevo hogar, en el que no solo tiene tranquilidad para hacer lo que más le gusta, sino también donde poder propulsar propuestas con las que potenciar un envejecimiento más saludable en los compañeros con los que convive a partir del arte: literatura, música, ópera, teatro.

Cuando le pregunté si le tenía miedo a la muerte me dijo que no, que a la muerte no le tenía miedo, que a lo realmente le temía era al dolor. Que, en el centro, rodeado de enfermeras, podía sentirse seguro en ese aspecto y que era un claro defensor de la eutanasia (me miró fijamente y me dijo: “por si no te lo había dejado claro”). Con él me emocioné porque a pesar de que me dijo firmemente que no le tenía miedo a la muerte, me confesó que a lo largo de su vida la había deseado en varias ocasiones. Supongo que quiso decir que, aunque a veces estés rodeado de gente, también puedes sentirte solo. Pero prefirió no decirlo, no decirme nada, y siguió hablando de los talleres de lectura que organiza en el centro mientras hacía un esfuerzo por retener en su memoria mi nombre y el de mis compañeras, porque cree que siempre es un buen momento para mantener el intelecto funcionando.

De todo lo que nos contó aquella mañana hay algo que se me quedó grabado en el corazón. Nos dijo que no entendía la manía esa que tenía la gente de tratar a los niños como si, cito textualmente, “fueran imbéciles”. Y que entendía aún menos que ese mismo trato lo extrapolaran y emplearan con los mayores. Y claro, según él, si tratas a alguien como un imbécil tiene casi todas las probabilidades de acabar convirtiéndose en uno de ellos. Tratarles así motivaría a crearles dependencias a las que no tendrían por qué estar predispuestos. Y eso, era un claro error.

De China, el país asiático, admiraba el hecho de que trataran a sus ancianos como los máximos exponentes de la sabiduría. Que no les corrigieran ni mandaran lo que estaba bien o mal que hicieran, simplemente que les dejaran ser. Y creo que ahí recae todo el error que muchas veces cometemos en el mundo occidental en el trato con nuestros mayores. Dejar y potenciar el ser y el espacio personal de cada uno de ellos es la base de la libertad que nunca debe de desaparecer en el trato hacia los demás. Y mucho menos en el trato de personas que ya han tenido toda la vida para aprender esta lección. Porque sin esa libertad individual, muy difícilmente vamos a conseguir entablar una relación de confianza a través de la cual poder ayudarles.

Nos decía que ya no puede hacer las cosas que hacía cuando joven pero que ya no echa de menos hacerlas porque sabe que ahora, en sus condiciones físicas, no podría desempeñarlas de la misma manera. Y claro, qué sentido tiene hacerlas si ya no puedes disfrutarlas como antes. “El hedonismo -decía-, deberíamos de ser todos más hedonistas”. Porque sí, para él la base de todo es el disfrute personal. El hacer las cosas, a veces, aunque sea por obligación, pero disfrutando de ellas. Es como el no imponer a los pacientes. De negociar, como dice nuestra profesora Elisa, con ellos. Él ha negociado durante toda su vida (se dedicó al marketing, era de esperar) pero el único pacto que ha hecho realmente con el mundo es el de no rendirse y apostar por continuar viviendo en las mejores condiciones posibles. A lo mejor no necesitó a nadie que se lo explicara, lo aprendió solo “a base de palos”, o quizás a base de su ideología hedonista. Lo que está claro es que nos dejó una lección que nunca deberíamos de olvidar: hacer que los demás aprendan desde el goce personal disfrazará las obligaciones en elecciones. Elecciones que, en nuestros mayores, pueden llegar a ser o quedarse en el camino del intento. Porque entre medicación, consulta y obligación, a veces el trato humano queda en el olvido. La falta de tiempo, la rapidez de las asistencias. El que hagan ejercicio, se quiten la sal o no prueben el azúcar. Donde dejamos lo humano de lado entramos a jugar en el terreno oscuro de sobrevivir y no de vivir. Decía que él no quiere verse al final de su vida en unas condiciones pésimas. Que no le tiene miedo a la muerte, repite, pero que quiere llegar a ella en unas condiciones que le permitan afrontarla porque esta no es una derrota sino simplemente otra de las partes que conforman nuestra existencia.

Qué clase de profesionales seríamos si no veláramos por nuestros mayores y esa parte de su existencia. Desde el respeto, la empatía y sobre todo desde el corazón, pero sin imposiciones. La obligación indirectamente hará que hagan justo lo contrario y envejezcan de una manera que no es saludable. No hay que intentar domar, porque al final corremos el riesgo de encontrarnos con personas como Ajó Tedote: que son indomables.

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Carlota Darias Dorta

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