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sábado, 20 de abril de 2024 01:42h.

Aparentes petulancias del señor Iglesias - por Nicolás Guerra Aguiar

 Coinciden los analistas en que la propuesta del señor Iglesias sobre un pacto con PSOE e IU para formar Gobierno dejó anonadados a muchos. Se la denominó “jugada maestra”, y lo fue. Ya no solo por la invitación sino, además, porque el pueblo se enteró de ella –sin intermediarios- tras el jefe del Estado, cuya condición de tal respetó escrupulosamente.

Aparentes petulancias del señor Iglesias - por Nicolás Guerra Aguiar *

   Coinciden los analistas en que la propuesta del señor Iglesias sobre un pacto con PSOE e IU para formar Gobierno dejó anonadados a muchos. Se la denominó “jugada maestra”, y lo fue. Ya no solo por la invitación sino, además, porque el pueblo se enteró de ella –sin intermediarios- tras el jefe del Estado, cuya condición de tal respetó escrupulosamente.

   Pero hay algo por medio entre la aceptación del señor Sánchez (“Agradezco su ofrecimiento”) y el cabreado malhumor de algunos virreyes psocialistas (“Es una humillación”, plenísima coincidencia con dirigentes del PP). Y ese “por medio” está relacionado con aparentes petulancias que le echan en cara al joven profesor universitario. Crítica también a veces virulenta en la que, oh perplejidad, vuelven a coincidir PP y sectores del PSOE. Aunque, acaso, desconocedores de una promesa electoral reiteradamente repetida por el señor Sánchez: el apoyo al PP solo se refiere a cuestiones de Estado. Pero nunca pedirá el voto afirmativo (ni la abstención tan siquiera) para su continuidad gubernativa.

   Desconozco si son estrategias o maneras de ser, aunque para muchos mortales el señor Iglesias se pasa cuatro pueblos cuando envía determinados mensajes verbales, caso de sus hipotéticos cinco ministros y la vicepresidencia. Son más propios, dicen, de quien intencionadamente pincha al contrincante y no de un aspirante a vicepresidente del Gobierno con el PSOE.

   En apariencia, engreimientos y pedanterías definen a una parte de profesionales que dedican su vida a las aulas, sobre todo en las primeras edades juveniles. Suele darse tal comportamiento, parece, entre prometedores estudiosos o investigadores a quienes loan y alaban catedráticos ya asentados y con prestigio reconocido, encumbramientos que a veces el inicial profesor no sabe digerir y, por tanto, es secuestrado por tales ficciones.

   Y créame, estimado lector: sé lo que digo. A lo largo y ancho de 20 años formé parte de muchos tribunales de Selectividad, incluso cuando no existía la Universidad de Las Palmas (se llamaba Politécnica) y la presidencia de los mismos dependía de La Laguna. Pero, sobre todo, cuando el catedrático Pérez Melián -fue muchos años coordinador general de los tales tribunales- me llamaba con frecuencia para ser vocal por la asignatura de Literatura. (Don Gonzalo Pérez Melián es hijo de un catedrático del Pérez Galdós represaliado en 1936: explicaba en las aulas la evolución darwiniana ¡con textos!). También me invitaba el doctor Rubio Royo (don Enrique), catedrático universitario y varias veces presidente de Tribunal.

Gonzalo Pérez Melián - Enrique Rubio Royo

   Durante aquellos iniciales años selectivescos conocí a muchos jóvenes licenciados cuyos expedientes académicos destacaron aquí y, por tanto, supuestamente les esperaba una brillante carrera profesional en Canarias. Los más eran doctorandos, condición exigida para impartir clases en las aulas universitarias. La gran mayoría de ellos eran personas normales, conscientes de las limitaciones humanas ante las inmensas amplitudes de los campos de estudio. (Pongo solo un ejemplo de modestia no fingida: el doctor Peña, hoy presidente del Colegio de Ingenieros Superiores de Las Palmas). A la vez conocí a unos cuantos engreídos, fatuos y pedantes para quienes también en apariencia se abrían caminos profesionales, aunque el rigor científico puso, a veces, las cosas en su sitio. Tan jactanciosos andaban en tal fantasía que, logrado el doctorado con la máxima calificación (en momentos, con flexibilidades), se limitaban a un “¡hola!” cuando los profesores de instituto les dábamos los buenos días.

Juan Antonio Peña Quintana

   Por supuesto, este último no es el caso del señor Iglesias. Se trata de un profesor universitario cuyo expediente es sobresalientísimo. Hombre extraordinariamente inteligente, poliglotado, de exquisita habilidad lingüística, acaso humanista en el riguroso sentido de la palabra, pensador, tal vez filósofo del pensamiento político. Su cabeza –envidia la mía- está perfectamente ordenada, rigurosamente regida por juicio, estructurado pensamiento y facilidad para las Ideas. Y, además, con capacidad de convicción: en horas veinticuatro, como Lope de Vega en el teatro, bajo su dirección pasó Podemos de la nada al Parlamento europeo. A los pocos meses fue la tercera fuerza política española. Al menos de este nacimiento y velocísimo avance puede vanagloriarse.

   No obstante lo anterior, y con la máxima prudencia, también me hago eco de “Somosaguas, lo que no sabes de los líderes de Podemos”, publicado en la web de supuestos alumnos suyos (no he podido contrastarlo) para quienes el señor Iglesias “Tiene el ego a la altura de Carrero Blanco […] y hace gala de su pedantería y arrogancia”. Incluso –junto a otros dirigentes de Podemos- lo tildan de reaccionario, es decir, ‘opuesto a cualquier cambio’. Sin embargo, me parece demasiado osada tal afirmación en cuanto que el señor Iglesias, desde que sé de él, se ha caracterizado en discursos e intervenciones públicas exactamente por lo contrario, lo radicalmente opuesto a la continuidad de fosilizados planteamientos.

   En conclusión: ¿es pedante, fatuo, petulante, engreído y presuntuoso el señor Iglesias?  ¿Gira el mundo de la política española, acaso, en torno a su yo? ¿Se considera como único sujeto capacitado para que la declinación del pronombre latino de primera persona en sus variantes del singular (ego, me, mei, mihi) y del plural -incluso mayestático- (nos, nostrum, nobis) fuera pensada por los romanos para él? 

   Si damos por cierto el proverbio “Vanitas vanitatis et omnia vanitas” del Eclesiastés (‘Vanidad de vanidades, y todo es vanidad’), concluiremos que la presunción (incluso en atomizadas dosis) es consustancial al ser humano que destaca. Por tanto, debemos valorar si es admisible o no en los señores Iglesia que por el mundo son. Porque, a veces, algo se nos escapa: la imprescindible autovaloración personal ante situaciones escrupulosamente excepcionales. El profesor valoró su oferta y su capacidad para gobernar: ¿es eso jactancia?

   No obstante, el señor Iglesias a veces deja traslucir inapropiados sarcasmos hacia otros menos intelectualizados (caso del señor Sánchez). Y eso puede acercarlo al rechazable Despotismo Ilustrado, ajeno a las intervenciones del pueblo en temas políticos. La capacidad intelectual del profesor Iglesias le permite prescindir de ciertas reprobables actitudes.

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar