De lo que aprendí como alumno en el Pérez Galdós - por Nicolás Guerra Aguiar
De lo que aprendí como alumno en el Pérez Galdós - por Nicolás Guerra Aguiar *
El galardón cabildicio al “Pérez” me retrotrajo a dos etapas de mi vida relacionadas con el instituto. La primera es la profesional: tres decenios en sus aulas como profesor, jefe de estudios, jefe de seminario, vicedirector, director y nuevamente vicedirector. La otra se circunscribe al curso 66 / 67, alumno de Preuniversitario (Preu) en el elegante e iluminadísimo edificio anterior al actual y cuya vida fue efímera: diez años. (Del seminario de Ciencias Naturales, por ejemplo, escapaban correntías de arena puesta como tramposa sustituta del cemento. Lo de siempre: descomposición natural para aquella dictadura y escuela para las corruptelas actuales.)
De la etapa profesoral guardo gratísimos recuerdos, vivencias, experiencias… y saludos de exalumnos (aunque también hay alguna que otra mirada perdida, acaso de cabreo o encochinamiento). Muchos paran cuando nos encontramos; luego charlamos con palabras emotivas y personales; y conozco de sufrimientos y esperanzas, ilusiones, creatividades, paternidades, prudentes solterías, frustradas parejas, amores eternos… Es la satisfacción personal por haber actuado con seriedad, rigor y el máximo respeto hacia ellos. Con varios mantengo entrañable amistad: unas veces por su producción literaria; otras, me llaman a algún almuerzo y a conversaciones en torno a un buchito cafetil. Así intento mantenerme al día. (Algunos ya no volverán a mi casa, lo juro por Alcorac: una noche carnavalera se lo comieron todo y ¡me dejaron sin cerveza! Tuvimos que echarlos a las tres de la mañana. Pero como llovía… regresaron: les disculpamos tal afectiva tropelía.)
Cuando analizo el único año como alumno oficial en el Instituto (los de pueblos veníamos a examinarnos en junio como libres) llego a la conclusión de que fue un curso académicamente muy provechoso, cargado de sabios (Ciencias Naturales, don Fernando Esteve Chueca, luego catedrático universitario en Granada; Latín -¡traducíamos a Virgilio!: “Arma virumque cano…”-,don Daniel Verona; Griego, don Orlando Guntiñas -La Ilíada, La Odisea: “Aquiles, el de los pies alados”-; Literatura, doña María del Prado Escobar, después catedrática en la ULP-. Aparte, la antipedagógica y burletera María Victoria (catedrática de Francés), cuyo despotismo hizo llorar a más de uno -impotencia y miedo a la venganza-, sola excepción –con el señor Naranjo, irracional profesor de la obligatoria Religión Católica- en aquel plantel extraordinario…).
1ª fila, en cuclillas: Santana Santana; García Fernández; Suárez Pérez; Guerra Aguiar; Hernández Fuentes; Pérez Quintana; Padrón Rosas; Betancor Mateos.
2ª fila: Ortiz Bravo de Laguna; Marrero Pulido; Brito Santiago; Del Rosario Domínguez; don Daniel Verona Hernández (catedrático de Latín); Ayala Galán; Sarmiento Suárez; Suárez Almeida; Sagaseta de Ilurdoz Paradas.
3ª fila: Marrero Ferrera; Calvo Francés; Samper Padilla; Pérez Montesdeoca; González Torres; Medina García.
Me nombraron delegado de curso de Preu A (foto) acaso por mi “procedencia campesina” según me dio a entender la señora Garrote. Y, como tal, fui alumno privilegiado en cuanto que desde mi responsabilidad con los partes de asistencia pude tocar dos injusticias en mi vida de 18 añitos, angelicalmente campesinados: el consejo de guerra a un condiscípulo, Salvador Sagaseta de Ilurdoz Parada, y el ensañamiento con que algunos acérrimos franquistas del “Pérez” se manifestaron. Un solo ejemplo: dos veces fue enviado a Jefatura de Estudios por el apasionado profesor de Religión Católica. “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace…” nada tenía que ver con sus mensajes en el aula, enfrentados a posicionamientos dieciochoañeros que intentaban razonar todo, incluso hasta los dogmas de fe.
Esta irregularidad –me interesó desde el comienzo- duró el curso completo aunque Salvador había salido absuelto del primer consejo de guerra en diciembre de 1966. Pero como el capitán general no aceptaba el fallo, ordenó que se repitiera (ahora con Pedro Lezcano y el redactor jefe del periódico), telaraña judicial creada con malsana habilidad. Así fue: el segundo juicio se celebró en junio. Fue condenado a dos años de cárcel. Una semana después del ingreso en Barranco Seco llevé a su casa –General Bravo- un cartón de Vencedor sin filtro. Su padre, en la escalera a la segunda planta, me saludó. Me impactó ver a un hombre destruido.
Yo, un “campesino” de Gáldar, había descubierto a los 18 añitos el dominio de pasiones y fanatismos sobre la razón en el idealizado instituto y, además, la terrible y bárbara injusticia que ejercían con impunidad absolutista sobre Salvador. Fueron, pues, lecciones magistrales que recibí aquel curso en el Pérez Galdós y que hoy mantengo en mi esencia de ser humano. No pude olvidarlas… por suerte.
* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiat