Entre aprendizajes y saberes: un exalumno, un exprofesor - por Nicolás Guerra Aguiar
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Entre aprendizajes y saberes: un exalumno, un exprofesor Nicolás Guerra Aguiar
Hace días me cafetiaba un exquisito buchito en grata compañía, un ex alumno de Latín del Instituto Pérez Galdós, siglo y milenio pasados. Javier Relloso Pérez es licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales ya prejubilado, su empresa le ofreció muy ventajosas condiciones al iniciar la reestructuración de la actividad comercial.
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Por suerte lo cogió en su segunda juventud... pero sin haber entrado en los sesenta añitos de la vida, el inicio de la tercera (la iuventus latina). Y charlar sin prisas con una persona noblota, inteligente y lectora a la cual uno aprecia bastante desde la época de las aulas resulta grato, enriquecedor, formativo. Y de paso vale para recordar los años pasados en “el Pérez” pero -eso sí- sin añoranzas, sensibleras nostalgias o estériles evocaciones (tempus fugit!, ’¡el tiempo huye, se escapa!’).
A fin de cuentas cuatro horas semanales en el aula durante un curso completo son muchas horas -ciento y tantas- cargadas de experiencias. Durante ellas los alumnos se ven forzados a seguir movimientos, explicaciones y a veces impertinencias o contradicciones del docente. Y cuando tras dos, tres, cuatro decenas de años son ellos quienes se dan a conocer, saludan afectuosamente y eliminan el recíproco “usted” que usábamos para el trato, uno intuye que permanece al menos un cierto afecto personal y un “algo” de reconocimiento al exprofesor.
Nos separan diecinueve años, casi los mismos que me distancian de quien fuera mi maestro de Lingüística General -don Ramón Trujillo Carreño- en la Universidad lagunera, Facultad de Filosofía y Letras. Por tanto, si aplicamos algunos apartados de la maquinaria generacional de Petersen (puro planteamiento teórico), los tres pertenecemos a distintas generaciones... y es bien cierto, se nota. En definitiva: un exalumno, un ex profesor universitario (don Ramón) y en medio un setentón, mi menda lerenda, para servir a Dios y a usted.
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Lo cual, dicho sea de paso, siempre significa provecho. Con don Ramón aprendí, fundamentalmente, la visión crítica y racional de lo lingüístico. Con Javier y otros ex intento ponerme al día de las nuevas y variadas transformaciones (todo fluye…) desde la perspectiva de quienes viven lo social y lo real de manera más intensa y, claro, con otro enfoque. Así, nuestros puntos de vista no siempre son coincidentes. Incluso en momentos pueden parecer divergentes, alejados. Tales discordancias dan lugar a discusiones... rigurosamente respetuosas (¡saben que se juegan el aprobado en junio, esa ventaja me llevan!). Y siempre termino con nuevos caudales enriquecidos por sus aportaciones.
(Permítame, estimado lector, un paréntesis propiamente dicho. Acabo de usar adrede la palabra “discusiones” para entenderla no en el sentido tradicional y muy generalizado, pues discutir no es gritar, agredir verbalmente o, incluso, a la piña limpia. Por cierto: la secuencia “a la piña limpia” es un americanismo usado en Canarias -¡otro más!-, Argentina, Cuba, Bolivia, Paraguay, Uruguay... con significado de ‘a puñetazos’. Además, la palabra piña -Canarias y Nicaragua- puede relacionarse también con un racimo: la usamos para referirnos al ‘conjunto de frutas sostenidas por un eje común’, “piña de plátanos”. Y ese “eje común”, recuerdo, se sajaba con el naife para echarles los trozos a los animales en el alpende o gañanía.)
La conversada con mi exalumno me retrotrajo a mi exprofesor. Conocí a don Ramón como persona, fuera del aula. Descubrí, al paso del tiempo, su pensamiento político: mostraba con mucha prudencia su vena republicana de izquierdas. Me habló de su migración a Venezuela para “buscarme la vida” como docente. Allí conoció la obra sobre gramática, crítica literaria, ensayos breves… de Andrés Bello. Tal fue su influencia que ya retornado fundó y dirigió el Instituto Universitario de Lingüística Andrés Bello, dependiente de la lagunera Universidad.
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![ANDRÉS BELLO](/media/lacasademitia/images/2024/02/09/2024020922201464512.png)
A otro coleguilla (Ramiro) y a mí nos encomendó un trabajo práctico en el departamento de Lengua, ajeno a la tarima de clase. Andábamos con unas fichitas rectangulares, amarillas, perforadas en la parte superior. Escritas a mano por él, debíamos agruparlas según contenidos lingüísticos, pues eran producto de sus investigaciones en Masca, pequeño reducto poblacional entre barrancos e intrincados caminos (municipio tinerfeño de Buenavista del Norte).
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Posteriormente fueron el cuerpo de una publicación, Resultado de dos encuestas dialectales en Masca, 1970. Y de ahí arranca mi entrañable aprecio y grandísima admiración por el profesor: despertó en mí la inicial curiosidad por nuestra variante dialectal, el español hablado en Canarias y, después, el mayor interés por su estudio. Y como don Ramón me aclaraba todas las dudas, tuve la oportunidad de aprender un método de trabajo, un sistema para, años después, mis posteriores visitas a pie a los Altos de Gáldar, Sardina... mientras buscaba romances trasmitidos por expresión oral, rezados, dichos, expresiones, léxico... gracias a paisanos que no tuvieron reparo alguno para convertirse en mis informantes.
Luego, le perdí la pista físicamente a don Ramón. Pero a través de (‘madurados’) compañeros de promoción recibía noticias de sus investigaciones, publicaciones… Así, de un largo listado destaco un mínimo de su currículo: fue uno de los fundadores (y primer presidente) de la Academia Canaria de la Lengua; miembro correspondiente de la Española; profesor honorario, profesor visitante, miembro de honor de varias universidades…
Al paso de veintinueve años aceptó mi invitación -al igual que el magistrado en excedencia don Eligio Hernández Gutiérrez- para presentar en el Club La Prensa (El Día, Tenerife) el estudio que el Centro de la Cultura Popular Canaria me había publicado, 3 consejos de guerra y 1 ‘Consejo de paz’. De Sagaseta a Lezcano. (2001).
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Trece años después (2014) también colaboró en otra presentación (Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, Puerto de la Cruz). Lo acompañaba uno de sus alumnos predilectos, el también académico y catedrático universitario don Marcial Morera Pérez, cuya científica autoridad me guía. Se trataba de mi primer trabajo en formato libro sobre temas de lengua: Voces de nuestra lengua. En torno al castellano o español, edición que debo a Jorge Liria Rodríguez y Victoriano Santana Sanjurjo (ANROART). En él incluyo un apartado dedicado a la variedad lingüística canaria (la presencia de don Ramón…).
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Sí, estimado lector. Aprendo de mis exalumnos, me mantienen al día para evitar anquilosamientos y exclusivas permanencias en el ayer, inmediato para ellos y más lejano para mí. Y permanece conmigo la palabra, sabia e insistente, de un exprofesor a quien debo mis primeros impactos en este apasionante mundo de la lengua.
Pero bien es cierto: Sic transit gloria mundi, ‘Así pasa la gloria del mundo’. No puede usted imaginarse, apreciado lector, la grandísima alegría al encontrarlo -“Me dejo pasear por la perra”- una tarde santacrucera por la rambla, a veinte metros de un instituto, El Chapatal… (Pero el alma se me abrió cuando descubrí, al rato, que los años impactan sus golpes naturales…)
![EL CHAPATAL](/media/lacasademitia/images/2024/02/09/2024020922420964472.jpg)
* Gracias a Nicolás Guerra Aguiar
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