Bipartidismo y capitalismo - por Teodoro Nelson
Bipartidismo y capitalismo - por Teodoro Nelson *
Sin embargo, poco a poco la burguesía nacional fue cristalizándose en cada país. La centralización y el monopolio inherente al desarrollo del capitalismo permitieron que surgieran así las clases dominantes en el seno de cada nación. Las luchas entre las burguesías revestirían un papel internacional cada vez mayor.
Fruto de todo ello, los partidos capitalistas son llamados partidos “de masas”, porque requieren la movilización de grandes capas de asalariados. Y cuanto más se concentra la economía, más fácil es para las oligarquías enajenarse de la administración directa de estos partidos al igual que se alienan de las propias empresas (separación entre consejo de administración y accionistas). Así, la alta burguesía desaparece cada vez más de los partidos históricos pasando simplemente a financiarlos. Las “puertas giratorias” no son sino la constatación evidente del control del aparato del Estado por parte de una “minoría”.
Y lo mismo con el resto de instituciones. Al hallarse en control de la economía, defender las libertades civiles supone defender la libertad de compra de dichas “libertades”. Así, la libertad de prensa “es la libertad de los ricos para comprar y sobornar a la prensa, la libertad de los ricos para embriagar al pueblo con el apestoso aguardiente de las mentiras de la prensa burguesa, la libertad de los ricos […] para tener los mejores edificios, etc.” (Lenin, ”Democracia” y Dictadura). Se puede decir lo mismo del resto de las instituciones.
¿Pero qué pasa con los partidos obreros? Rápidamente, la burguesía aprendió que sólo con partidos que defendieran sin tapujos sus intereses, y a pesar de la maquinaria de prensa, los obreros correrían a organizarse para defender, también sin tapujos, sus intereses.
Así, y como no podía ser de otra forma, los capitalistas se lanzaron a la compra de partidos, ejerciendo su monopolio sobre estas democracias “puras”. De tal modo, la aristocracia obrera, los partidos de la pequeña burguesía, etc., acabarían transformándose en asalariados o dependientes de la superestructura democrático-burguesa. O sea, “la lucha por el poder entre los distintos partidos burgueses y pequeñoburgueses, que se reparten y se vuelven a repartir el ‘botín’ de los puestos burocráticos, dejando intangibles las bases del régimen burgués; y finalmente, el perfeccionamiento y fortalecimiento del ‘poder ejecutivo’, de su aparato burocrático y militar” (Lenin, El Estado y la Revolución).
Es aquí donde empieza a cuajar el “bipartidismo” o, como acertadamente fue llamado en España bajo sus propias circunstancias históricas, el “turnismo”. Esto no es una casualidad histórica, o un simple desarrollo particular de las circunstancias. La creación de uno o varios partidos “colchón”, que distraigan votos y voluntades, es fruto de una serie de tácticas de las plutocracias a lo largo de la historia.
Atendamos a las palabras de Lenin, quien sigue las líneas de Engels:
“La omnipotencia de la ‘riqueza’ también es más segura en las repúblicas democráticas porque no depende de unos u otros defectos del mecanismo político ni de la mala envoltura política del capitalismo. La república democrática es la mejor envoltura política de que puede revestirse el capitalismo; y, por lo tanto, el capital, al dominar […] esta envoltura, que es la mejor de todas, cimienta su poder de un modo tan seguro, tan firme, que no lo conmueve ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partido dentro de la república democrática burguesa” (Lenin, El Estado y la Revolución).
Y, claro, obviamente, conforme se desarrolla el capitalismo, se mejora todo este sistema de alienación:
“En la actualidad, el imperialismo y la dominación de los bancos han ‘desarrollado’ hasta convertirlos en un arte extraordinario estos dos métodos [la corrupción de funcionarios y la alianza del gobierno con la bolsa] adecuados para defender y llevar a la práctica la omnipotencia de la riqueza en las repúblicas democráticas, sean cuales fueren” (Lenin, El Estado y la Revolución).
Y tanto es así que los partidos de cada régimen se nos presentan como fracciones no ya del Estado, sino directamente de las propias empresas capitalistas, en este caso, de los grandes conglomerados de comunicación.
Esta alienación deriva del desarrollo continuo del capitalismo monopolista de Estado, donde la centralización de la economía a través de la banca es tal que los partidos se convierten en programas de televisión con una fracción institucional, en parte de la misma maquinaria periodística. Es, comparativamente hablando, un crecimiento cuantitativo de las formas de manipulación.
Claro, detrás de todo esto se desenvuelve soterrada la lucha de clases. El bipartidismo, ya sean dos, tres o cinco partidos, no es sino una estrategia general dentro de la lucha por el control del Estado. Como negociantes, los capitalistas consideran la política como un mercado de votos; no podrían verlo de otra manera, y es así como ejercen su dominación de clase, controlando un voto que hoy en día subyace asimilado en las multinacionales de comunicación cuya propiedad ostentan.
Si no se sustituye la política del turnismo político (esto es, la política de sustituir unos administradores del capital por otro) por la política de clases, un bipartidismo siempre sustituirá a otro, hasta que una dictadura acabe haciendo un ajuste de cuentas.
Mural de Diego Rivera en la Secretaría de Educación Pública, México
* En La casa de mi tía por gentileza de Teodoro Nelson