Buchitos cafetiles en Gáldar - por Nicolás Guerra Aguiar

 




Buchitos cafetiles en Gáldar - por Nicolás Guerra Aguiar *

 

La mañana del pasado miércoles Gáldar casi amaneció cargada de luz, intensa claridad dadora de vida.  Me detuve al final de la calle Capitán Quesada para echar una mirada hacia la lejanía y reencontrarme con la vía simbólica de mi pueblo, la misma que me condujo durante años a las aulas del Cardenal Cisneros, colegio a quien centenares de galdenses, guienses y agaetenses debemos la formación para el Bachiller (Elemental o Superior) y los estudios de Magisterio, carrera accesible desde cuarto y reválida.

  Entonces me vinieron a la memoria las palabras de Miguel de Unamuno cuando visitó La Laguna y escribió sobre ella, ciudad universitaria con tradición centenaria y trazado urbanístico radicalizado frente a recoletas e intrincadas calles y callejuelas propias de la Edad Media: “En La Laguna […] unas calles largas, largas como el ensueño; en el fondo, una torre oscura tronchada. Acá y allá casas con salientes miradores de madera, de celosías, pintados de verde por lo común […], calles espaciosas y rectas”. (Por cierto: no hay en el texto ningún cura con negra sotana, tal como incluye -quizás erróneamente- la tradición oral.)

  Y si al pensador vasco (el de “Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir”) le impactaron las laguneras “calles espaciosas y rectas”, sospecho  también

que debió sorprenderles o pasmarles a los cinco mil galdenses del año 1900 la inmensidad de una del pueblo excesivamente prolongada para sus necesidades del momento (es antigua, tal como responde a mi pregunta el doctor López García, cronista oficial). No sé de quién nació la ocurrencia, pero la imaginación popular casi siempre acierta: la convirtió, desde el mismo siglo XIX, en la “Calle Larga”.

  Su final marcaba el límite del casco durante mi infancia, pues a partir de la estación de los

“coches de hora” (AICASA) casi todo eran fincas plataneras, incluida la que ocupó el solar del instituto Saulo Torón, todavía arrinconado y físicamente desfasado… a la espera, siempre a la espera de un nuevo edificio cuya realidad se vuelve desesperanza pues desesperante lentitud  embarga a quienes llevan decenios en el Gobierno de Canarias. (¿Una hora menos o acaso decenios? Tomaduras de pelo y llamativa resignación de veinticinco mil galdenses.) De seguir así logrará más antiguëdad que el Instituto de Canarias, del cual ya habla Unamuno en 1910.  

  Pero así debía ser la calle: larga, rectilínea desde el centro político-religioso hasta los límites que marcan el final (o el inicio, si se llega por la vieja carretera). Pues Gáldar, con tradición histórica, construyó siempre a lo grande, hiperbólicamente, acaso con la premonición de lo que es hoy, centro económico del Noroeste grancanario. Si ya entrado el XVIII y acaso con solo tres mil habitantes Gáldar sustituyó conventos iniciados siglos atrás por arquitectura de bella piedra como la iglesia (afectó a la mísera economía obrera) y desde los iniciales años del XIX maneja planos para la inmensidad de la plaza, las ambiciones de quienes gobernaban pudieron resultar extremas o  desorbitadas a mentes muy cortas.

Sin embargo las proyecciones son ejemplos de inteligente visión hacia el futuro, casi a años luz, rigor político, perspectivismo global… (¿Qué pueblo, por ejemplo, se pretende para dentro de veinticinco años?) Y valen más ahora, pues se acercan las elecciones municipales: Gáldar cuenta con siete partidos políticos o asociaciones interesados en recibir el apoyo ciudadano. El ejercicio de su derecho constitucional pretende llevar a cabo proyectos, diseños racionalmente explicados no ya en mítines (donde todo se promete) sino a través de documentos redactados con precisión, rigor, saber e inteligencia… y notariados bajo palabra.

  Ciento cuarenta y siete aspirantes a concejales (más los suplentes) son muchas personas a las cuales, como punto de partida, se les consideran pensamientos, ideas,  preparaciones técnicas y culturales para hacerse cargo del municipio pues, a la vista está, hoy no basta con buenas intenciones: formación, preparación e ideas diáfanas son rigurosamente imprescindibles.

  Y hablando de las inmediatas, la cosa estaría muy clara en Gáldar si nos dejamos llevar por paralelismos relacionados con los resultados de las generales. Además, las portadas de todos los periódicos lo avanzaron el jueves: “El PSOE ganaría las elecciones en Canarias según la estimación del último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas”, cuyo trabajo de campo se realizó antes de abrirse las urnas el 28 de abril. Por tanto, el éxito socialista anterior solidificaría la disposición ciudadana para el próximo 26. Pero, ¿ganar en Canarias significa victorias en todos los ayuntamientos? Me parece que no: las municipales no se rigen por fidelidades partidistas.

  Las charlas frente al buchito cafetil me permiten relajadas conversaciones con dos o tres personas (más, sería ya multitud mitinesca). Y tras parrafadas con variados cebolleros, todos convergen en lo mismo: una formación resistió el embate triunfal del PSOE en nuestra isla. Y quizás vuelva a suceder, aventuran: Gáldar podría ser otra vez la excepción. No hay en el municipio -creen, suponen, estiman- organización o partido político capaz de revolucionar la realidad actual: harían falta alianzas a varias bandas si acaso no se decidieran los votantes por la contundente victoria de un partido (doce concejales, por ejemplo). Tal hipotético resultado podría fortalecer, añaden, la figura de un candidato (su partido insular no llegó a las expectativas previstas) y proyectarla más allá de la geografía local, quizás ya pequeña.  

  Pero todo lo anterior ya es política - ficción, por más que la política -sobre todo en estas fechas  inmediatas a elecciones municipales- sea la comidilla diaria en todos los municipios. A fin de cuentas solo ellos deciden su futuro sin intromisiones insulares, regionales o nacionales pues lo municipal es más personal, incluso hasta menos ideológico: todos los candidatos son conocidos por la mayoría de la población. Y se sabe de virtudes y defectos,  méritos y deméritos.

  El reloj de la iglesia sonó las doce. El tañido de las campanas me trajo otro grato recuerdo infantil: cuando tocaban a ánimas debíamos recogernos como singuidos. Y me recojo en el silencio.

  


 

  

* La casa de mi tí agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar