Carlos Jarabo: notario entre la novela y el saxofón - por Nicolás Guerra Aguiar *
Carlos Jarabo: notario entre la novela y el saxofón - por Nicolás Guerra Aguiar *
El notario tiene la obligación de asistir a cualquier particular o “acto público” que reclamen sus servicios. Si acaso “negare sin justa causa la intervención de su oficio, incurrirá en responsabilidad […]”. Así viene dictado desde 1862. Por tanto, planteamientos éticos, políticos, religiosos… son exclusivamente privados y no puede esgrimirlos para negarse cuando lo citan con el fin de dar fe pública.
Carlos Jarabo vio con nueve años de antelación (La Venganza fue publicada en 2009) la terrible sacudida de nuestra economía (quimera del ladrillo, cierre de créditos, hundimiento de empresas). Significó, a la vez, el aceleradísimo beneficio del sector bancario a base de préstamos fáciles en apariencia dadivosos, ventas de acciones… (“El CGPJ organiza un plan de urgencia ante la avalancha de demandas de cláusulas suelo”, titularon varios periódicos ayer.) Impactado en su condición de hombre reflexivo, justo y honesto, Carlos Jarabo exagera situaciones “para que dieran risa de lo malos que son los malos”. Sin embargo, matiza: “Yo denuncio situaciones, no a instituciones. A fin de cuentas los clientes –acaso embriagados por su propia sinrazón- firmaban todo, como el protagonista de La venganza”.
(Mi interlocutor guarda silencio y fija la mirada en el vacío mientras sorbe la manzanilla sin azúcar. Muy serio, casi en rigor físico total. No quise interrumpirlo: imaginé fuertes impactos en su conciencia social, la cual garantizo y pregono. Realmente, él daba –por obligación- fe pública de tales legalizados contratos. Y tal como sabemos de algunos, quizás la propiedad recién adquirida formaría parte, con el tiempo, de la cartera bancaria. (Yo añado: ¿de cuántos desahucios, estimado lector, ha sabido usted por las noticias?) Pero el empecinamiento del solicitante supera raciocinios y meditaciones: “¡Dígame dónde tengo que firmar! ¡Queremos el apartamento en la playa y el coche nuevo! ¡Este crédito es a muy largo plazo!”. Sin embargo, “Nunca se planteó cómo iba a pagarlo: estaba convencido del “milagro económico”).
Hace años de nuestra amistad. Por eso sé de su conciencia humana, de la ética personal, de comprensiones ante dramas y tragedias ajenos como, por ejemplo, el terrible calvario que significa hacer a un padre heredero de su propio hijo, fallecido días atrás. Le impacta su actuación: “A fin de cuentas, soy un tipo extraño para él; tal vez me ve como persona absolutamente insensible: solo le hablo de papeles, firmas… Y, sin embargo, hablamos de su hijo, adulto recién muerto. Es muy duro. Pienso en mis hijos y lloro en silencio el dolor de aquel padre”.
Por su rigor ético le impactan los usureros, personas beneficiadas legalmente ante impotencias ajenas: “A veces el solicitante del préstamo me pide consejo. Pero es el dinero o el embargo de su vivienda: no tiene elección, me contesta”. Se ve, no obstante, compensado en lo personal cuando pone de acuerdo a hermanos distanciados por motivos de herencias o si articula jurídicamente con éxito ante graves situaciones. Y se siente correspondido cuando logra tranquilizar a alguien desesperado a punto de cometer un disparate…
Tras casi dos horas silenciamos las palabras, ya nocturnas. (Contra ellas nada pudo el sobredimensionado grito de una persona tras el gol del Barça.) A Carlos Jarabo lo sentí natural y sencillo, humano y respetuoso. Diez años después, como siempre, el mismo. De ahí mi respeto.
Carlos Jarabo
* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar