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jueves, 02 de mayo de 2024 15:16h.

La Constitución y aquella mujer triste, desesperada, al borde del suicidio -por Francisco González Tejera

(…) Y cuando brilla el sol la pena tiene un resplandor y es como del color de alguna calle en que llovió y cuando brilla el sol la pena tiene un resplandor y es como del color de alguna calle en que llovió.
 
Manuel García – La pena vuela

La Constitución y aquella mujer triste, desesperada, al borde del suicidio -por Francisco González Tejera

(…) Y cuando brilla el sol la pena tiene un resplandor y es como del color de alguna calle en que llovió y cuando brilla el sol la pena tiene un resplandor y es como del color de alguna calle en que llovió.
 
Manuel García – La pena vuela
 
Ella lloraba delante de mi triste mesa, decía que esto nunca cambiaría, que no había comida en casa, que su hijita este año no tendría regalos de Reyes, que recurrirían a la Casa de Galicia en Las Palmas de Gran Canaria, para conseguir algún juguete de segunda mano. Entre lágrimas comentaba que le destrozaba ver a su marido cada día en casa sin trabajo, triste, mustio, aburrido, encerrado entre cuatro paredes, cuando hace unos años estaba siempre ocupado, reparando tuberías, cañerías rotas o instalando las lujosas griferías financiadas por la mafia de la burbuja inmobiliaria.
 
Los lindos ojos de esta mujer todavía bella, buena madre, comprometida, enamorada hasta la medula de su compañero, irradiaban una tristeza que hacía tiempo no veía, unas pupilas desesperadas que solo había observado en añejos reportajes televisivos sobre países lejanos y gente destrozada, en lo que llamábamos erróneamente “tercer mundo”. La encrucijada del otro lado del mar, que no era más que esa parte empobrecida y saqueada de la madre tierra, donde la gentuza enriquecida y criminal del capital hacían lo que ahora hacen en el estado español: desnudarnos, robarnos, quitarnos todo, hasta la dignidad, para que personitas maravillosas como esta noble compañera se vean destrozadas, sin nada, hablándome esta mañana gris de suicidios, de quitarse la vida, hasta que en ese momento negro, en el preciso instante del abandono, le llegaba la risa de ese trocito de vida que salió de su vientre, ese retoño en flor, clavel, rosa purpura de sueños mágicos, esa maravillosa hijita de 8 años que la hacía aferrarse a su desgraciada vida.
 
A pocos metros y mientras la compa se iba llorosa, observé por la ventana a unos operarios que engalanaban el obelisco homenaje a la Constitución, ella no se dio ni cuenta, andaba sola entre la gente, miraba al suelo, aferrada a los sueños rotos de unas temporales ayudas sociales, del banco de alimentos, que hacen de tapadera de un régimen asesino por naturaleza. Se alejaba en la inmensidad de una ciudad vencida, en manos de seres del mal, los mismos que dieron la orden a los empleados de Parques y Jardines para que plantaran flores de pascua, preparando el elitista y lustroso acto, para que la casta política junto a la apestosa oligarquía española, celebren como cada año en soledad, sin la presencia del pueblo, este ensangrentado y hambriento 6 de diciembre, el más triste aniversario de la Carta Magna. La mujer se perdió entre la multitud, yo no dejé de observarla, andaba cabizbaja, la flores rojas de la Navidad se erguían entre el brumoso tráfico, humo de coches, el sabor amargo de una urbe de color marrón, tirando al blanco y negro de los años de la anterior dictadura.