Desajustes culturales del señor alcalde madrileño - por Nicolás Guerra Aguiar

 

Desajustes culturales del señor alcalde madrileño - por Nicolás Guerra Aguiar *

 

Estimado lector: ¿debe limitarse un profesor de Literatura Española (2º de Bachillerato) a explicar la materia desde el punto de vista exclusivamente historiográfico (la correspondiente al siglo XX, por ejemplo) con nombres, apellidos, fechas de nacimiento, amoríos y desengaños, listado de obras de autores y movimientos literarios a los cuales pertenecen? 

¿O quizás debe eludir lo anterior pues ya figura en fuentes de información como libros de texto o Internet y priorizar, por tanto, la sensibilización del alumnado ante el hecho literario propiamente dicho? Tras casi cuarenta años en el aula mantengo este planteamiento, apuntado ya desde mis primeras clases. 

Todo lo que es tiene su razón de ser aunque muchas veces la tal causa sea desconocida. Pero sí es cierto que buena parte de la obra literaria se debe a circunstancias variadas. Valgan tres ejemplos: los perfectos poemas recogidos en Corona de sonetos… (antología) en honor al fascismo joseantoniano, absolutista tras la Guerra Civil española; la rebelión ante la ausencia de libertades que representa Antología cercada y el escapismo-rupturismo de Nueve novísimos cuando canta al “amor fox”, a marilyn o a Paul Anka mientras este pone voz a la antigua historia de Young Alone. El análisis de tales circunstancias -sobre todo de las históricas- es, pues, absolutamente imprescindible para explicar los porqués.

Así, el compromiso del escritor con la realidad o su giro de ciento ochenta grados frente a ella pueden crear obras sempiternas (la de Miguel Hernández) o circunstanciales (los sonetos de falangistas que confeccionaron con endecasílabos el canto fascista a su jefe-dios y guardaron sepulcral silencio ante decenas de miles de republicanos desaparecidos -García Lorca como símbolo- tras el tiro de gracia en nocturnales secuestros y barbaries). 

Recursos técnicos y estéticos forman la segunda parte. Así, la rosa roja -Garcilaso-, azul -Lorca-, blanca -Martí- o dorada -Alonso Quesada- son ejemplos para recrear el embellecimiento de textos. Su estudio exige el uso de la lengua como bisturí diseccionador: nos permitirá descubrirlos. No obstante, desde mi punto de vista cualquiera de los caminos exige la complementación del otro: contenidos y elementos específicos del embellecimiento literario (imágenes...) componen una misma estructura, el texto.

Así, el apasionado canto al fascista José Antonio Primo de Rivera (su fusilamiento por los republicanos le eliminó a Franco un peligroso competidor) es ideológicamente  incompatible con libertades y sistemas democráticos (“Tú amaste el ser de España misionera / frente al peligro y por la luz unida” [...]; “Y fue como celeste mensajero, / vidente de la Patria, hoy transida / de místico fervor y afán guerrero” [...]; “A la aurora, ya el Ángel derribado, / cedía el vencedor su propio nombre / y José Antonio se llamaba España” […]).  

Por tanto, ¿solo el plano de contenido puede invitar al desprecio de tales poemas en una clase de literatura? No, en absoluto. Para algunos, en poesía no basta con decir; hay que decirlo, además, poéticamente. Y ese “poéticamente” se refiere a los recursos puestos a disposición del poeta para embellecer la composición (metáforas, símbolos, aliteraciones…), poetización presente en Corona de... (Recordemos a Lorca: “Si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios –o del demonio- también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo...”.) 

Como profesor de literatura (COU, 2º de Bachillerato) llevé a mis alumnos estructuras poéticas de Luis Rosales, fray Justo Pérez de Urbel o Eugenio d’Ors (falangistas incluidos en Corona…) a pesar de radicales discrepancias por elemental principio basado en mi consanguinidad (primerísimo grado) con la libertad (“muy grande deuda le tengo”). Lo cual, sin embargo, no quitaba valores técnicos y poéticos a los sonetos, impecables y rigurosos cual corresponde a los vates arriba nombrados. Incluso comentábamos en clase fragmentos de Lira bélica (“lira” como ‘instrumento que por ficción poética se supone que hace sonar el poeta lírico’), subtitulada Antología de los poetas y la guerra y escrita también por falangistas, poemas estructurados con el popular verso octosílabo. (Por cierto: domina -”bélica, guerra”- el campo de las pistolas.) 

El señor alcalde de Madrid, sin embargo, adopta una posición radicalmente opuesta  al noble sentimiento humano: ordena y manda la destrucción de palabras grabadas por la Corporación anterior en monolitos. Estas recuerdan a quienes padecieron persecuciones en ambos bandos (republicano / rebelde), miserias y muertes por ideas políticas (rojas / azules) o convicciones religiosas durante y tras la Guerra Civil ("El pueblo de Madrid a todos los madrileños que, entre 1936 y 1944, sufrieron la violencia por razones políticas, ideológicas o por sus creencias religiosas. Paz, piedad y perdón"). A la par, la piqueta de ignorancias, oscurantismos culturales y  osadías destruye el cuerpo de doce versos hernandianos pertenecientes a El hombres acecha (1938 – 1939).

Una segunda placa también es víctima inquisitorial de quien ordena la destrucción de más palabras, tal si estas solo fueran simples garabatos sin contenidos ni documentos notariales de la verdad histórica como lo son, a la vez, las que desde ochenta años atrás nos recuerdan a inocentes ciudadanos víctimas de la represión en nombre de la II República, también asesinados por odios personales y fanatismos. 

Y las palabras destruidas por el alcalde madrileño ("Finalizada la Guerra Civil en Madrid, la dictadura del general Franco reprimió ferozmente a sus enemigos políticos. Consejos de guerra carentes de cualquier garantía procesal dieron lugar a numerosas ejecuciones por fusilamiento o garrote vil") solo son reflejo de la realidad histórica: basta con ojear periódicos canarios -ni infernales ni comunistas- publicados entre 1936 y 1937 para constatar lo arriba escrito. Una simple visita a la hemeroteca del Museo Canario dará luz a quienes niegan tales vandalismos y asesinatos en Canarias.

Las palabras cargadas de verdades, una vez escritas, nunca morirán por más que el  alcalde madrileño lo decrete inquisitorialmente: permanecen en conciencias, corazones, sentimientos y voces del pueblo. Pero esta, “pueblo”, sí que la desconoce:  “Vientos del pueblo me llevan, / vientos del pueblo me arrastran, / me esparcen el corazón / y me aventan la garganta”. (Si hubiera leído a Miguel Hernández...)

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar