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jueves, 25 de abril de 2024 02:08h.

Una diPPutada canaria, la señora Pulido García - por Nicolás Guerra Aguiar

Acepta el español la forma verbal cesar con un segundo significado, ‘hacer que alguien cese’. Pero la norma culta (pasajera, eso sí, como las aguas heraclitianas) dicta que si una persona cesa es porque deja de desempeñar un cargo voluntariamente. Por tanto, con un cese no se destituye, despide o depone a alguien de la responsabilidad que en ese momento tiene. Porque en esencia lingüística, insisto, cesar significa abandonar un trabajo con plena voluntad,  la acción es absolutamente personal (aunque quien cesa puede verse forzado a hacerlo por la presión exterior o de quien lo nombró, por ejemplo).

Una diPPutada canaria, la señora Pulido García - por Nicolás Guerra Aguiar *

 

   Acepta el español la forma verbal cesar con un segundo significado, ‘hacer que alguien cese’. Pero la norma culta (pasajera, eso sí, como las aguas heraclitianas) dicta que si una persona cesa es porque deja de desempeñar un cargo voluntariamente. Por tanto, con un cese no se destituye, despide o depone a alguien de la responsabilidad que en ese momento tiene. Porque en esencia lingüística, insisto, cesar significa abandonar un trabajo con plena voluntad,  la acción es absolutamente personal (aunque quien cesa puede verse forzado a hacerlo por la presión exterior o de quien lo nombró, por ejemplo).

   Por tanto, nadie puede ser cesado, aunque sí destituido, depuesto, despedido. Así, ante bochornos, vergüenzas, incompetencias, torpezas y silencios,  el señor Rajoy debió haber destituido (que no cesado) a la señora Matos, ministra de Sanidad, en cuanto que la torpe soberbia de esta le impide descubrir su indisposición intelectual y absoluta incompetencia para tal puesto. Y uso el verbo destituir, es decir, ‘separar a alguien del cargo que ejerce’, pues la susodicha dama no cesa (no dimite) como tal ministra.

   Sin embargo, junto a la norma está el uso de los hablantes que, a fin de cuentas, son los propietarios de la lengua. Y en contra de la tradición normativa, se convierten en uso muy cotidiano –y en todos los niveles, incluido el periodístico- estructuras como “La ministra debe ser cesada”. O, en el caso que nos ocupará, la señora diputada del PP en el Parlamento de Canarias, doña María Teresa Pulido García, reclama que el actual consejero de Sanidad de Madrid no dimita, sino que “sea cesado por el presidente autonómico”.

   Yo –por precisión lingüística- prefiero seguir manteniendo la diferencia cesar / destituir (yo ceso / alguien me destituye), aunque soy consciente de que su identificación significativa se está imponiendo. Sin embargo, y en rigor lingüístico, el cese es algo voluntario (aunque sea forzado) y la destitución es algo que se le impone al sujeto paciente aunque le encochine o emputezca y, en plan revancha, se pase al grupo mixto para desde aquel posicionamiento, y con apoyo a las propuestas de la oposición, hacerle la puñeta al señor alcalde que lo depuso, destituyó.    

   No obstante, tal matización lingüística no es óbice para lo que considero muy destacable en las palabras de su señoría palmera la cual, dicho sea de paso, es licenciada en Medicina y Cirugía General por la Universidad de Navarra, especialista, experta universitaria, médica de Urgencias y polimasterizada en variantes profesionales.  Además, esta señora “popular muy convencida”, en apariencia es persona muy racional en estas cosas de la política: los canarios le dieron al PP la mayoría en las pasadas elecciones de 2011, pero no gobiernan “porque los legítimos pactos poselectorales nos han colocado en la oposición”, afirmó. Cadena lingüística que debe recordarles a colegas en las cosas del PP, hoy tan enraviscados porque no gobiernan en Canarias a pesar de haber obtenido el mayor número de diputados. Sin embargo, ya ven: hace poco votaron en contra de vitales y urgentes reformas de las reglas electorales canarias, a años luz del máximo respeto a la elementalidad democrática. (Por cierto: no tengo noticias de que la señora  Pulido García fuera la abstención o el voto en contra a las directrices del partido.)

   El jueves de la pasada semana se presentó en el hospital Carlos III de Madrid el señor presidente de aquella Comunidad. Una ausencia fue muy destacada por todos los medios: no lo acompañó el consejero de Sanidad, aquel despreciable e impresentable personajillo  que acusó de mentir a la enfermera infectada por el ébola mientras la señora Romero, precisamente por su condición profesional, se debatía entre la vida y la muerte en una habitación de contagiosos. El mismo inhumano y desalmado consejero, malévolamente cínico, prepotente y vejatorio tipo, hace un macabro comentario: no es necesario hacer un máster para ponerse un traje especial y, así, atender a un infectado. O “Tan mal no estaría para ir a la peluquería”. Acaso la perla del desprecio absoluto a la ética política: "Si tengo que dimitir, dimitiría. No tengo ningún apego al cargo, soy médico y tengo la vida resuelta". (De lo cual se infiere que la actividad política es, sencillamente, una profesión. Pero en tal considerando debo darle cierta parte de razón: ¿cuánto inepto cobra de la cosa pública pues ocupa cargo o representación política precisamente porque interesan sus propias limitaciones racionales y servilismo?)

   Algún compañero de partido lo ha llamado “torpe y bocazas”. Está confundido: ni fue yerro u error ni salida de tono, en absoluto. Sus reiterados comentarios traducen perversidad, deshumanización, crueldad, barbarie, impropios de la más elemental condición humana: él, médico de profesión, le echaba la culpa a la propia enfermera que luchaba contra la muerte en su aislamiento hospitalario, directa víctima de torpezas, desaciertos, absolutas incompetencias de una consejería que él preside y de una inepta ministra de Sanidad.

   Por tanto, me satisface que la señora Pulido García, diputada del PP en el Parlamento de Canarias, haya sido voz y pensamiento que se abrieron paso en medio del silencio oficial del PP y frases de “No es el momento de exigir responsabilidades políticas” a quien es capaz de echar la culpa a una moribunda con tal de mantener su prestigio político como consejero en una comunidad, la de Madrid, cuya estructura sanitaria se viene abajo por la obsesiva obsesión de privatizarla. Que la señora Pulido reclame no el cese (es decir, la voluntaria dimisión), sino que pida y demande la destitución por quien lo nombró, traduce que permanecen en ella sensaciones de bochorno ajeno y respeto a la dignidad de una mujer, la señora enfermera, víctima directa de su trabajo profesional y de la miseria mental de un consejero deshumanizado. La señora Pulido fue sensible antes que política. Elemental pero extraño; infrecuente. Y yo me alegro por su sensibilidad.

 

* Publicado con autorización del autor