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La erótica del poder es consecuencia del estado de gracia en que se halla el político, tan pletórica cuanto más alta es su responsabilidad. Gratificante es, pues, para él la lisonja, la admiración que despierta, el halo de autoridad que desprende toda su persona, lo que hace subir su ego a alturas siderales. Todo ello marca carácter como es de suponer, por lo que, cuando de la noche a la mañana lo pierde, le supone un duro golpe difícil de encajar. Y es que la gente, en cuanto ve al político desposeído del aura de autoridad, le vuelve la espalda sin mucho miramiento, y el primero en notarlo en toda su crudeza es él; hasta ahí las zalamerías y adulamientos que buscaban un fin: el de la posibilidad de utilizarlo en beneficio propio.

Se habla con frecuencia de la “clase política”. Cierto, y en la clave de todo está el “político de profesión”, que se halla en la eterna oposición incluso a gusto. En ella se está muy bien, se dicen algunos, porque ganan su pan de maravilla al no tener responsabilidades en las decisiones que se toman. Que están sin destino dos o más mandatos, no importa, ese tiempo es el que han estado ganando sus garbanzos velis nolis y todo el mundo tan contento. También hay gente muy lista que no ha dado un palo al agua en su vida, entiéndase trabajando en lo suyo, la empresa privada o la pública (fíjate amigo, que digo lista, y no inteligente, que la inteligencia es otra cosa bien distinta), y supieron situarse en el columpio del que siempre gana, moviéndose con maestría al otro bando cuando cambian las tornas: son los bien llamados “políticos de profesión”. Éstos, que en los momentos actuales de tribulación coronavírica resultan ser quienes se enfrentan al Gobierno que tuvo la mala suerte de que le tocara el marrón de la pandemia; ¿qué hubiera hecho el PP en su caso? ¿Lo que hizo en la Comunidad de Madrid, gestión de la señora Ayuso que tanto defiende, junto con el desastre de las Residencias de Ancianos privatizadas?

El clima de confrontación se ha instalado en el templo de la democracia. Los partidos PP y Vox hacen broncopolítica poniendo palos en las ruedas al Gobierno, que ha venido luchando sin denuedo en dos frentes: el coronavirus y los representantes de la oposición. El PP no admite que sea la izquierda quien gobierna; lo natural es que sea el partido de Casado. Vox va más allá. Su estrategia es el insulto y la provocación, odio y confrontación entre los españoles. A Pablo Iglesias (está amenazado de muerte) e Irene Montero los tienen acribillados. Los escraches en su vivienda (vigilada por la Guardia Civil), es un ejercicio de contención de ambos, porque no pueden entrar en las provocaciones. Si responden, ellos son los que salen perdiendo. Hay pues toda una estrategia de tumbar al Gobierno, porque al IBEX-35 le interesa, el primero. Hace poco, los presidentes de Inditex, Banco de Santander y Mercadona, entre otros, se manifestaron en contra de la derogación de la reforma laboral (de Rajoy), la subida de impuestos (que cada cual pague a su país según la riqueza que tiene), los Bancos y las rentas altas. El IBEX-35 no colaborará en la Reconstrucción Económica y Social, para que España salga de la crisis. Que sus beneficios no se los toquen, pues quieren seguir ganando tanto o más que hasta antes de la pandemia, y que no están dispuestos a compartir con el Gobierno lo de paliar el desastre económico actual.

Han dejado claro que quieren seguir haciendo de su capa un sayo con las contrataciones (la crisis no es para ellos, acostumbrados a ganar más en situaciones de pobreza), queriendo instaurar un régimen laboral de semiesclavitud. Resumiendo, que frente a la crisis económica, se aprieten el cinturón los de siempre, no ellos, sino los pequeños autónomos y la clase trabajadora en general. Así de “patriotas” y solidarios se ha mostrado la élite empresarial. Dijeron que quieren huir de dogmatismos y de ideas preconcebidas en las medidas para salir de la crisis. Es decir, que los dogmatismos que valen son los suyos, no los de izquierda. Tan importante como las medidas que se tomen -añadieron- es no desmontar lo que está funcionando (en su favor). Al pueblo, que le den.

En el simulacro de fusilamiento de miembros del Gobierno que hemos visto, se intuye las ansias  que tiene Vox en dar un golpe de Estado. Es la manera que tienen de actuar los nazis: liquidar la democracia desde dentro. Ahí encontramos a la Iglesia y a los que quieren vivir con sus prebendas. Y ahí el egoísmo de las clases poderosas, que cifran su bienestar en la precariedad de la gente menesterosa, porque en la situación indigente está básicamente asentado su bienestar. Todo el escándalo artificial que vemos, aprovechando la marea depresiva del coronavirus, esta derecha y ultraderecha no buscan otra cosa que ocupar el poder. El ataque por tierra, mar y aire al Gobierno,  utilizando incluso el Parlamento Europeo para hacerle más daño (sin reparar que quien pierde en el fondo es España), no tiene otro fin. Además, las derechas no admiten que sea el progresismo quien gestione la importante ayuda que viene de la Comunidad Europea, y para que no sea un punto a favor de la izquierda, prefieren abortarlo desde el Parlamento Europeo. Y en eso están. 

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Erasmo Quintana