En España, nunca más una guerra entre hermanos - por Erasmo Quintana *

Miguel Hernández es un poeta que ilumina y mueve conciencias con una magia sobrecogedora; es baldón y fuste además, de la palabra. El poeta de Orihuela añade a la simbiosis exigida por Azorín para la perfección del Arte, los méritos del valor estético y de lo ético. Humanización del arte, diríamos mejor, y siempre escribió nuestro poeta desde las entrañas mismas, de su deshumanizado pueblo: “La lengua en corazón tengo bañada, porque yo empuño el alma cuando canto, cuanto a penas, cuanto a pobres, cuanto a tierra se refiere”. Si leemos los poemas de Hernández experimentamos una dulce y fascinante sensación, conmuévenos; nos sentimos progresistas ante lo que se lee y emociona. La suya es una poesía de luz y de color, que asombra y obnubila el pensamiento. Diría más: usurpa nuestros sentimientos con sus identificaciones sentimentales, sujetas a una lírica bellísima y de hondo calado.

Miguel Hernández Gilabert, nació un 10-X-1910, en Orihuela (Alicante) y muere en la cárcel de su región, de tuberculosis, el 28-XI-1942. Su existencia fue, además de atormentada, muy breve; nos dejó en la flor de su vida. La infancia discurre pastoreando el rebaño de cabras que posee su familia, y repartiendo leche a domicilio. No conoce las primeras letras hasta los once años. Trabaja en una tienda y, más tarde, oficinista en una notaría. Colabora en la revista Gallo Crisis que dirige su entrañable amigo, Ramón Sijé, al que le dedicará uno de sus más bellos sonetos.

Ya en Madrid (1931), es secretario de José María de Cossío, que le da ocasión de leer a los clásicos del Siglo de Oro, por los que se apasiona. Publica su primer libro “Perito en Lunas” (1933), que escribe en octavas reales, y lo enlaza, en cierto modo, con los poetas de la Generación del 27 y la tradición gongorina, Son también de esta época el auto sacramental “Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras” y la comedia “El labrador de más aire”, en cuyas obras podemos observar, respectivamente, la huella de Calderón y Lope de Vega.

Hernández, autodidacta y lector empedernido, tiene que dedicar el centro de su interés a las manifestaciones de la sangre y no de la razón. A esta etapa pertenece su iniciación de una corriente neorromántica y existencial, que es contemporánea de su participación en la Guerra de España (el pueblo civil defendiéndose de la arremetida de una parte del Ejército, africanistas resentidos y ambiciosos, pagados por la oligarquía que se negaba a aceptar que la República libertaria le recortara sus privilegios) a la que corresponde “El rayo que no cesa” (1936), compuesto por diversos poemas. En plena contienda, publica un libro de tema revolucionario “Viento del pueblo”, lleno de sentimiento patriótico-juvenil. Más expresivo es “El hombre acecha” (1939), cuyo dolorido sentir de la vida se cataloga como su obra póstuma, en la que se muestra apesadumbrado, quizá debido a su enfermedad de tuberculosis que lo llevará a la muerte.

También en Miguel Hernández hay un poeta enamorado. Tuvo algún que otro escarceo amoroso, pero el amor de su vida fue la modista Josefina Manresa, de Quesada (Jaén). “Juventud sin amores no es juventud”, dirá el poeta. Ella, que en su noviazgo impedía el acercamiento corporal de Miguel, rechazándolo cuantas veces lo intentaba, mereció el apelativo cariñoso de “Josefina la Casta”. “Una abeja en los labios / le picó a mi bien. / ¡Siempre van las abejas / donde está la miel!”. “Te me mueres de casta y de sencilla: / estoy convicto, amor, estoy confeso / de que, raptor intrépido de un beso, / yo te libé la flor de la mejilla”. 

El poeta del pueblo, Miguel Hernández, sencillo, humilde, amante fanático de los “sin pan”, los desharrapados, marginados y olvidados del sistema, es en efecto la bandera política que redime a un país como España, en el que triunfó el poder del horror.

El alzamiento militar criminal acabó, no así la represión y el aniquilamiento de los vencidos, que fueron perseguidos y ejecutados con la mayor saña. Poco antes de morir Miguel, fue visitado en la cárcel por su hermana y Josefina, su esposa. Aquélla le preguntó: “Miguel, qué bien te veo, ¿estás mejor? -Han venido a ofrecerme dinero y la libertad si me retracto de todo lo que he escrito y pongo mi pluma al servicio del Régimen. -¡Habrás dicho que sí! -He dicho que no. Ese era mi hermano”.

En este país nada ha cambiado a pesar del tiempo transcurrido (86 años), pues ahora mismo vemos que quienes deben velar, por la alta responsabilidad de sus cargos -el Tribunal Supremo-, que la ley de leyes, la Constitución, se cumpla a rajatabla, son los primeros en ignorarla, desobedeciéndola e invadiendo competencias que les son propias e inviolables del Poder Legislativo, rompiendo en pedazos el Estado de Derecho, columna vertebral de una normal democracia. El PP, valiéndose de sus jueces, tiene secuestrado durante 1.460 días el CGPJ y el mismo TS.

Este desafío pone en peligro a todo un país, con riesgo de involución cierta. En realidad, este pueblo da muestras de madurez; no olvida la causa del alzamiento militar rebelde de 1936, que provocó miles y miles de muertos españoles, asesinados por los mismos españoles fascistas en murallas de los cementerios y campos de concentración. La provocación de hoy es la misma, pero esta vez no sucederá. Desde esa responsabilidad, hacemos votos porque en España, nunca más una guerra entre hermanos.

* En La casa de mi tía por gentileza de Erasmo Quintana