Entre el Estado Vaticano y Burkina Faso - por Nicolás Guerra Aguiar
Entre el Estado Vaticano y Burkina Faso - por Nicolás Guerra Aguiar *
El Vaticano va a intentarlo y parece decidido a llegar hasta las últimas consecuencias, aunque los inicios resultan decepcionantes para muchos. Pero permanece la esperanza de quienes en sus carnes sufrieron la violencia sexual con desequilibrios psicológicos desde la infancia y primera juventud: “Tiene que haber una ley universal en la que si eres un cura, una monja, un obispo… y has violado a un niño, a un adulto vulnerable, debes ser apartado del sacerdocio y entregado a las autoridades civiles. Punto. Y lo mismo para quien ha encubierto. Eso es tolerancia cero: ninguna excusa”.
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Y no exageran. Tampoco son vengativos: simplemente reclaman justicia. Pero no la del Vaticano, sino la que se aplica en la vida civil a centenares de millones de ciudadanos españoles, alemanes, mexicanos, estadounidenses, italianos, chilenos… cuando delinquen. Porque si los miserables abusos sobre menores son gravísimos delitos, no quedan atrás los silencios de quienes gobernaban diócesis y ordenaron ocultaciones o simples traslados.
Y en la literatura, desde casi cien años antes. Los denuncia (1910) el novecentista Ramón Pérez de Ayala (exalumno interno de un colegio jesuita) en su novela A.M.D.G., iniciales del lema de la orden religiosa (Ad Maiorem Dei Gloriam, ‘Para mayor gloria de Dios’) y dedicada a Pérez Galdós. Cuatro internos -Coste, Bertuco, Campomanes y Rielas- comentan sobre el hermano Echevarría: “Yo nunca os hablé de ello; pero, vamos que, cuando me disloqué el pie, empezó a palparme la barriga y...”. “Y… te empuñó el cetro, ¿eh? Lo mismo que a mí”. “¡Reconcho! Has acertado”. “Y a mí”. “Y a mí”.
Adaptada al teatro, se representó en noviembre de 1931. Al Lope de Vega acudieron antiguos alumnos y muchos católicos con la intención de boicotear la representación por su denuncia de la Compañía de Jesús y el comportamiento pedófilo del hermano jesuita (del griego paidós-, niño, y -filia: ‘Atracción erótica o sexual que una persona adulta siente hacia niños o adolescentes’). La Guardia de Asalto se vio obligada a intervenir y fueron detenidas y sancionadas decenas de personas: todas, por supuesto, de la alta sociedad madrileña. El fanatismo por encima de la razón; la violencia física como única arma para defender a los jesuitas acusados de villanías, miserias, canalladas y vilezas sobre inocencias infantiles destrozadas por algunos profesores.
El papa entendió este mensaje. Y otros como, por ejemplo, el compromiso político y social del sacerdote y poeta Ernesto Cardenal: tras la victoria de los sandinistas en Nicaragua -1979- formó parte del Gobierno revolucionario y defendió la teología de la liberación, por lo cual fue suspendido a divinis por Juan Pablo II. Días atrás el papa Francisco lo rehabilitó.
Cuarenta y tantos años atrás conocí, día a día, a varios salesianos. Algunos colgaron los hábitos (respiraban socialismo: ellos lo llamaban cristianismo). Dos renunciaron a la comodidad: marcharon a África a la búsqueda de su compromiso social. Esta y la de Cardenal son el cristianismo, con todos mis respetos.
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar