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jueves, 25 de abril de 2024 23:06h.

Los eufemismos gloriosos - por Álvaro Felipe Hernández

 

álvaro felipeDecían los libros de texto que servían de un curso para otro,  de los de la primera mitad del franquismo, que el hidalgo y glorioso conquistador español que partió a descubrir pueblos salvajes para incorporarlos a la Corona de Castilla, jamás tuvo reparo en mezclar su raza y regalar su conocimiento del Dios auténtico y verdadero.

Los eufemismos gloriosos - por Álvaro Felipe Hernández *

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Decían los libros de texto que servían de un curso para otro,  de los de la primera mitad del franquismo, que el hidalgo y glorioso conquistador español que partió a descubrir pueblos salvajes para incorporarlos a la Corona de Castilla, jamás tuvo reparo en mezclar su raza y regalar su conocimiento del Dios auténtico y verdadero.

Desprovista del eufemismo patrio, la enseñanza se resumiría en que nuestros gallardos conquistadores no tuvieron reparos en violar a las nativas, aunque ya no suene tan bien.

Por eso la patria, el orgullo de la supremacía de una raza sobre otra, el derecho de pernada y la esquilmación de los recursos naturales, han de ir acompañados de una mínima cantidad de metáforas, de eufemismos capaces de vestir con sedas la realidad. Incluso nuestros valientes conquistadores, los que luego cambiaron oro por baratijas, portaban un ADN que no superaría la prueba del algodón, pues las sucesivas invasiones de normandos, romanos, galos y magrebíes fueron el crisol de nuestra raza ahora tornada en invasora, fruto de la grandeza de quienes nos invadieron, también con el eufemismo suficiente para que no se notase que violaban a nuestras nativas ibéricas. Catalanes, vascos gallegos, andaluces, casetellanos... ahí quedaron los posos en el crisol donde se fundieron otras razas.

Y es que el cuento apenas ha cambiado y la historia se repite sin parar, apenas cambian las metáforas. Ahora las "armas de destrucción masivas", "el respeto a los derechos humanos", "el restablecimiento de la democracia" son, entre otras, las majestuosas y grandilocuentes locuciones adverbiales con las que justificamos las matanzas, la esquilmación de los recursos naturales y la violaciones de las nativas. La historia, insisto, es la del niño maltratado que se vuelve maltratador cuando llega a adulto.

Sólo cambian las metáforas porque, incluso, hoy nos estamos auto invadiendo, esquilmando nuestros propios recursos y hasta violando nuestras propias nativas. Las metáforas ahora dicen "todo por España", "evitar el totalitarismo populista de Podemos", "salvar nuestra economía"... y nos siguen cambiando nuestra sangre, nuestro sudor y nuestro futuro por baratijas. Las metáforas, en las dosis precisas, sobre todo los eufemismos inmisericordes, terminan transformando la infame realidad en un himno glorioso y triunfal.

No sé si este 12 de octubre seguimos teniendo algo que celebrar o sólo un enorme motivo para no parar de pedir perdón, por lo que hicieron a latinoamética nuestros invasores, hijos de una raza que también fue invadida y esquilmada. Como lo estamos siendo ahora mismo los que sobrevivimos al siglo XX, con invasiones dirigidas por videoconferencia desde despachos de transnacionales, pero con el mismo resultado y sus eufemismos adaptados.

Intento buscar un fruto sano, una flor en medio de este inmenso estercolero de eso que llamamos la historia de la conquista de América y me llega el recuerdo de la belleza del primer cuento que leí de Juan Carlos Onetti. Con el temor de ser un asesino que aún no ha matado se me escapó una lágrima. Pero no se lo cuenten a nadie: los hombres no lloramos.

* En La casa de mi tía por gentileza de Álvaro Felipe Hernández