Los frutos de octubre - por Gerardo Rodríguez
Los frutos de octubre - por Gerardo Rodríguez, miembro del Secretariado Nacional del STEC-IC *
El sistema económico imperante, el capitalismo, convertido en hegemónico desde hace décadas, genera una crisis tras otra hasta llevarnos, si no lo evitamos, a la gran crisis final y definitiva que se vislumbra cuando ya se hayan agotado todos los recursos de que dispone nuestro limitado mundo y cuando la devastación que quede a su paso no permita más que gestionar la miseria, democráticamente repartida, que heredarán nuestros descendientes. Los más conscientes ya comienzan a pedirnos cuentas, veremos qué argumentos presentarán los ideólogos neoliberales que han seguido apostando por el capital como valor supremo, pues todo está tasado en un precio, independientemente del valor que tenga cada cosa.
Si utopía es lo que no ha tenido lugar (u-topos), las revoluciones más importantes de la modernidad han tenido su relato utópico, su modelo de sociedad nuevo que nunca había sido concretado, normalizado, somatizado. El de la Revolución Francesa lo constituyó la Ilustración y su apelación a la racionalidad del ser humano, a la libertad sin tutelas de cada persona, a los derechos inalienables y la soberanía de los pueblos. Los viejos dogmas morirían poco después en un proceso de secularización sin marcha atrás. En la Revolución Rusa, el marxismo significó la narrativa de una sociedad de iguales, sin clases, en la Rusia de siervos oprimidos y explotados por el Zar y la nobleza.
En ambos casos había paradigmas alternativos al modelo fáctico, la Ilustración y el marxismo, con su carga de utopía pero también de realizaciones que, solo la falta de voluntad, habían hecho imposible su realización. Ambos constituían el deber ser de la época. Ahora no tenemos esos relatos pujantes, ahora estamos huérfanos de utopías y por eso ya no se estilan las revoluciones, todo lo más algunos levantamientos dignos pero limitados, como el 15M y los indignados.
Esa evocación de la insurgencia revolucionaria a mí me recuerda a Octubre, que es un mes de cambios, los de la vida cotidiana que deja atrás el verano con días cada vez más cortos y árboles caducifolios que alfombran las aceras, y los propiamente revolucionarios pues ese fue el marco temporal de la última Revolución con consecuencias planetarias, la Revolución Rusa de 1917.
Creo que la deriva estalinista posterior, con el horror de las purgas, el gulag, las deportaciones masivas y el Estado policial y burocrático engendrado, sepultó aquella revolución pero convendría rescatar para la memoria aquellos días afiebrados de octubre y noviembre de 1917 para comprender que los anhelos de una sociedad, cuando son comunes, pueden darle la vuelta como a un calcetín y ponerla boca arriba.
Las causas históricas, sociales y filosóficas de aquel acontecimiento son de sobra conocidas: las penosas condiciones de vida de la mayoría del pueblo ruso, las inmensas propiedades de la nobleza y el Zar, la represión feroz de la policía ante cualquier muestra de descontento, los soldados olvidados y hambrientos que morían en las trincheras de la 1 Guerra
Evocar aquel otoño es adentrarse en las calles de Petrogrado y, más concretamente, en el Instituto Smolny, epicentro de la gran explosión, del big-bang del que emergió un universo sociopolítico nuevo, un nuevo paradigma que concitó las esperanzas en un mundo mejor reconciliado consigo mismo, redentor y espartaquista. Fue así en los albores de la Revolución Rusa.
Reed describe la atmosfera del Smolny, epicentro de la Revolución, magistralmente: “Al final de la línea del tranvía se alzaban las elegantes cúpulas del Instituto Smolny, de 180 metros de longitud y 3 pisos de altura, con las armas imperiales esculpidas en la piedra, enormes e insolentes, encima de la entrada(…)El instituto, que durante el antiguo régimen había sido un famoso internado para las hijas de la nobleza rusa, estaba tomado por las organizaciones revolucionarias de obreros y soldados, tenía más de 100 habitaciones enormes, blancas y desnudas (…)Por sus pasillos abovedados, iluminados por escasas bombillas, se afanaba una multitud de soldados y obreros doblados bajo el peso de enormes fardos de periódicos, proclamas y propaganda impresa de todo tipo (…) Los automóviles iban y venían, las ventanas resplandecían y los soldados se juntaban alrededor de fogatas que aun estaban encendidas preguntando las últimas noticias. Los pasillos
Multitudinarias manifestaciones, nidos de ametralladoras que disparan en la noche cerrada, niños perdidos que lloran a padres ausentes, hombres que esperan a otros hombres tras una esquina sin saber si vienen con las mismas banderas o con otras, si se unen a ellos o los enfrentan, carreras masivas que terminan boca abajo, disparos que perforan pechos sin insignias ni medallas, todo eso es Octubre como muestra “Octubre”, la obra maestra de Serguei Mijáilovich Eisenstein y como narra Reed con pulso de reportero que conoce y respeta su oficio.
Posiblemente no faltarán razones para atacar el Realismo Socialista porque durante más de medio siglo fue impuesto hegemónicamente en los países de influencia soviética. Por otro lado, las mastodónticas construcciones realizadas bajo su influencia no son muy agraciadas arquitectónicamente hablando, pero lo mismo ocurre con los mamotretos del capitalismo salvaje que pueblan nuestras costas. En el Realismo Socialista el sujeto colectivo prima frente a la individualidad burguesa, no me parece mala cosa a la vista de a dónde nos ha llevado atomización del cuerpo social impuesta por la competitividad, el individualismo y el consumismo propios del capitalismo. Hoy estamos más indefensos y vulnerables que nunca frente a las grandes corporaciones y los mercados, los verdaderos dueños de nuestras vidas, a quienes nadie les ha votado.
La Revolución de mi generación, la que pintó de esperanzas nuestra juventud, fue la Revolución Sandinista y su bardo más famoso y popular cantaba “Flor de Pino” y “Son tus perjúmenes mujer”, pero esa es otra historia.
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Gerardo Rodríguez