La homosexualidad, ¿una patología? - por Erasmo Quintana

 

La homosexualidad, ¿una patología? - por Erasmo Quintana * 

La capacidad de dominar las situaciones, de poder entenderlas y controlarlas, confiar en las posibilidades para desempeñarlas o afrontar situaciones imprevistas, son algunas de las actitudes que demuestran un buen nivel de mi seguridad personal. Este cuadro no suele ser el de la persona que no respeta el espacio de los demás o se lo apropia como suyo. Aquí tenemos a los maltratadores, el acoso sexual sin límite y a los que se “insinúan” con un

adulto o con el infante, sin que tenga que ver el sexo de ninguno de ellos. ¿Quién es el que, de niños no fue acosado por un mayor homosexual o hetero? Yo lo fui en distintas ocasiones, y el recuerdo que me queda de aquello es una infinita extrañeza al comprobar una actitud y unos gestos incomprensibles para mi corta edad de nueve años. Bien es verdad que nunca fue a mayores en la gravedad, que solo fueron gestos obscenos dirigidos a aquel niño y nada más. Eso sí, el caso se vio agravado cuando el personaje, casado y con hijos, éstos eran compañeros míos de colegio. 

Tengo por ahí un cuento, publicado en un periódico digital, de un misántropo, que su vida consistía en estar rodeado de una montaña de libros, y cuyo asiento, de tanto cobijar sus respetables posaderas, había tomado su figura anatómica. Se hacía ayudar de una joven y delicada damisela, solícita y siempre obediente a la menor indicación del solterón. Ella lo amaba en secreto, y vivía una relación emocionalmente afectiva, siendo para ella la rutina de  proximidad con el objeto de su deseo, el mayor pago que podía tener por sus servicios. Hasta que un buen día se le declaró. Él, sin inmutarse, le dijo que dejara de pensar en ello, pues era homosexual. En ese mismo instante la tierna y sorprendida joven, cogiendo sus cuatro pertenencias, desapareció. 

La constitución de esta persona no se debe a patología de ningún tipo. Él es así de nacimiento, y el problema en mis tiempos mozos es que fuimos educados por el nacionalcatolicismo franquista y la Iglesia, los cuales nos hacían ver que un homosexual era un extraviado, un desviado y corrupto sexual, que si se trataba médicamente podía curarse de las pecaminosas aberraciones. Todo esto, hasta ayer por la
tarde. Lo último, Australia condena al cardenal Pell, por abusos a dos monaguillos en los años 90 del siglo pasado. Este cardenal estaba encargado de las finanzas vaticanas y era hombre de la máxima confianza del papa Francisco. Hace meses se encuentra con una dispensa para afrontar el juicio, que ha acabado finalmente en condena. 

Como sucede en estos casos, la Santa Sede manifestó su “máximo respeto”. El cardenal australiano George Pell, “ministro” de finanzas y prefecto de la Secretaría de Economía del Vaticano (como aquello, aunque minúsculo, es un país independiente), viene a ser un “superministro” de finanzas. Pues bien, este relevante personaje ha sido condenado por un tribunal de Melbourne por haber abusado sexualmente de dos monaguillos en el año 90 del pasado siglo. 

A pesar de que el juicio se ha desarrollado en el más estricto silencio, se sabe que la sentencia en concreto se conocerá el próximo mes de febrero. Pero hay más; el portavoz vaticano Greg Burke, ha declarado que Francisco ha prescindido del purpurado australiano y del cardenal chileno Errázuriz, que también está involucrado en polémicas que tienen que ver con la pederastia. La Iglesia católica ha recibido quejas de más de 4.000 personas por presuntos abusos a menores cometidos por unos 1.800 miembros de la santa institución, sacerdotes todos ellos, entre 1980 y 2015, aunque hay casos que, incluso, se remontan a la década de 1920.

Errázuriz y Pell 

Esto solo demuestra una cosa: que el celibato en los sacerdotes se muestra como algo totalmente antinatural. El sexo en los humanos es algo tan necesario como ir al baño, dormir o comer; forma parte intrínseca de la naturaleza de la Humanidad. Ir en contra de esto es abominable y lo deben corregir. Luego, hacer buen uso de las “tendencias”, como es de rigor. Nobleza obliga, y el ejemplo, siempre edificante.

 * La casa de mi tía agradece la gentileza de Erasmo Quintana