Con la Iglesia hemos topado, crédulo amigo - por Erasmo Quintana

 

Con la Iglesia hemos topado, crédulo amigo - por Erasmo Quintana *

La venida del Hijo de Dios a la Tierra, haciéndose hombre al tomar un cuerpo y una alma como él, lo llevó a cabo “para nuestro bien”, convirtiéndolo en obra de redención del Mundo. Con su ejemplo, que fue singular, y sus parábolas y preceptos, enseñó el camino del Cielo a los hombres y mujeres, en los que predomina la angustia vital de saber que les espera la muerte. Éste es el nudo gordiano de la religión: la conciencia de nuestra propia muerte y la enorme incertidumbre del qué será de nosotros después. Aquí está el poder de todas las religiones; y si no fuera por este detalle, no habrían tantas, o muy pocos las seguirían.

Iglesia en griego significa sociedad, siendo la oficial española católica, apostólica y romana. A nadie se le esconde que la instituida por Jesús de Nazaret nada tiene que ver con la actual. Ha llovido mucho desde entonces. Aquélla, perseguida y exterminada por emperadores romanos; la poderosa en recursos de todo tipo y guerrera; la licenciosa y libertina de papas con hijos, fruto de amantes y concubinas; del nepotismo, la apostasía; la del ansia de amasar fortuna terrenal, que casa muy poco con la fe que dice que el reino de Dios no es de este mundo; la de aquí, en el golpe militar contra la II República, poniendo a disposición su fortuna junto al contrabandista y financiero mallorquín Juan March, al tiempo que bendiciendo el armamento que mataba a los “rojos”, y la descomunal riqueza que atesora en estos momentos el Vaticano.

Según estimación aproximada, la Iglesia es dueña de propiedades por valor de 25 billones de dólares (es una obviedad, pero recalco: un billón es un millón de millones), más 10 billones en obras de arte, esto sin contar la ingente cantidad de lo que posee en metálico en bancos de diferentes países y en el suyo propio: el Banco Ambrosiano; la asignación económica anual de distintas naciones, entre las que se encuentra España, mediante los acuerdos contraídos con la Santa Sede, además de no pagar a Hacienda por sus ingresos, como se le exige a todo hijo de vecino, a lo que se añade el regalo que le hizo José María Aznar (PP), vendiéndole la Mezquita de Córdoba por un euro. Mientras, dicha Institución no atiende como debiera el problema de niños del mundo que mueren todos los días por inanición y de hambre.

 

 

En Guía de Gran Canaria se ha creado una Plataforma Ciudadana para recuperar e

l edificio del antiguo colegio de Los Salesianos para uso sociosanitario, tan de necesidad en los últimos tiempos, donde la población envejecida aumenta exponencialmente por la mejora en la calidad de vida y el avance científico de la medicina. Es laudable el empeño de esta plataforma recabando del obispado comprensión y ceder el edificio a las autoridades civiles para destinarlo a tan benéfico fin. Tengo para mí que dan en hueso duro y que no conocen a la cúpula de la Iglesia. Si la conocieran, no cifrarían tantas esperanzas en que la Institución se aviene a la petición. De lo que la Iglesia se apropia no lo suelta jamás.

Para saber su modus operandi hay que leer “La araña negra”, de Vicente Blasco Ibáñez, en que se describe la forma de hacerse con grandes fortunas de potentadas moribundas, y moribundos, en este caso la Cía. de Jesús. Por novelas de este cuño el valenciano fue excomulgado y quemados sus libros en hoguera pública, al que acompañó Benito Pérez Galdós, enviada directamente al infierno su obra literaria porque también tocó las vergüenzas clericales de su tiempo. Ambos hacen compañía al camarada Voltaire.

Lo que duele del “caso herencia” de Dña. Eusebia es que su voluntad primigenia fue beneficiar a los niños pobres de su municipio, los más vulnerables de todos. Ellos eran sus herederos universales, a los que quería instruidos y preparados para que llegaran a ser hombres útiles, íntegros y cabales. Pero, hay que decirlo, se metió por medio el confesor, cambiaron el testamento,  y todo: joyas, fincas, horas de agua y edificios, para la Iglesia. 

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Erasmo Quintana