Inquietud y temor por la extrema derecha de Vox - por Erasmo Quintana
Inquietud y temor por la extrema derecha de Vox - por Erasmo Quintana *
Su aspecto es de lo más pulcro y elegante; viste ropa de marca y trajes a medida bien cortados y cuida mucho de su aspecto; elige muy bien sus camisas y corbatas, con las que va siempre a la moda. A ello une un físico de gimnasio y es bien parecido. Gusta a todos porque es simpático, y su natural facundia la acompaña con una excelente versatilidad, y es un gusto oírle hablar sobre cualquier tema que se tercie en su conversación con amigos o los rigurosos contactos con personas que tienen que ver con su alta responsabilidad profesional. Ernesto es, pues, un triunfador: las mujeres se lo disputan y él, con afectada cortesía, procura quedar bien con todas porque siempre hay un hueco en su apretada agenda para complacerlas.
Cada final de jornada busca obsesivamente el descanso en el apartamento de lujo que posee en una de las principales vías de la Villa y Corte. Mientras sale de la ducha suena el teléfono, deseando oír al otro lado la voz femenina que espera. Su sorpresa es doble, porque la voz no era la presentida y, además, resultó ser masculina, de alguien que conoció al instante.
- ¡Hombre, no me digas que eres tú, Erasmo!
- Sí, me enteré que vas a estar aquí de negocios -le contesté- y no me lo pensé dos veces localizarte. Me agradaría que dispusieras de un hueco en tu agenda para recordar juntos nuestros buenos tiempos.
Ernesto es el amigo de pupitre y mi mejor confidente desde la época de los primeros estudios; fue mi cómplice y mentor. Estudiando, en aplicación y resultados siempre brilló más que yo en todas las disciplinas académicas. Ello, sin embargo, no impidió que entre ambos existiera una afectuosa amistad y un rotundo y sincero aprecio. Acabados los estudios preuniversitarios, cada uno siguió distinto camino, pues yo, por imperativos familiares no hice el acceso a la Universidad, cosa que andando el tiempo conseguiría en la modalidad de “para mayores”; me incorporé al mundo laboral sin descuidar la facilidad innata que desde siempre poseo para el dibujo y la pintura, siendo este el derrotero final en el que incardiné mi vida.
Oí mi nombre en una voz conocida al tiempo que me giraba convencido de no estar equivocado: era Ernesto. Tras los saludos de rigor pedimos algo al camarero. Mi amigo, con su proverbial facundia, lo primero que me dijo fue: -¡Erasmo: ya están aquí los nuestros! ¿No estás pletórico de felicidad? Tu país y el mío estaba en grave peligro con toda esa gentuza de izquierdas, que lo único que quieren es, al venderla, que España se precipite en la peligrosa pendiente que conduce al Averno irremediablemente, y a la desaparición como nación garante de las sagradas esencias Católica, Apostólica y Romana, de nuestra Santa Madre Iglesia.
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Erasmo Quintana