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jueves, 25 de abril de 2024 00:27h.

Inspectores en las aulas: ¿qué inspeccionan? - por Nicolás Guerra Aguiar

Como sucede en todos los estamentos profesionales, la Inspección educativa también está formada por personas muy diversas, a veces dispares. Mis decenios como profesor corroboran tal afirmación. Así, conocí a inspectores que se definieron por comportamientos de sensatez, rigor y exquisita profesionalidad. Los puse siempre como ejemplos frente a otros –pocos, pero otros- cuyas maleabilidades no eran las idóneas para  el ejercicio de una labor tan comprometida con la sociedad.

Inspectores en las aulas: ¿qué inspeccionan? - por Nicolás Guerra Aguiar

   Como sucede en todos los estamentos profesionales, la Inspección educativa también está formada por personas muy diversas, a veces dispares. Mis decenios como profesor corroboran tal afirmación. Así, conocí a inspectores que se definieron por comportamientos de sensatez, rigor y exquisita profesionalidad. Los puse siempre como ejemplos frente a otros –pocos, pero otros- cuyas maleabilidades no eran las idóneas para  el ejercicio de una labor tan comprometida con la sociedad.

    La única vez que tuve contacto oficial con un inspector de Educación (¿por qué no “Enseñanza”?) fue para explicarle las razones del suspenso de un alumno que reclamó en Lengua Española de 2º de Bachillerato, cuatrienios ha. Le demostré que desde febrero había dejado de asistir a clase. Por tanto, no tenía con qué calificarlo (exámenes, ejercicios quincenales…); nada, salvo el resumen de un texto de sesenta líneas. Por supuesto, el alumno fue aprobado. Y como luego descubrieron que también tenía pendiente la Lengua de 1º,  el joven hizo carambola: fue obsequiado generosamente con dos regalos. Pedagógica conclusión, pues: la reclamación hace milagros. Es decir, se produjeron dos hechos no explicables por las leyes racionales y lógicas, aunque sin necesidad de intervenciones sobrenaturales: simples normas dictadas desde la Consejería  realizaron tales prodigios, pues interesaba que los tantos por ciento de aprobados destacaran.

    Bien es cierto que desde la primera evaluación -diciembre de aquel curso- yo esperaba la visita del inspector, pues la mía fue una de las materias en las que el tanto por ciento de suspensos destacó. Y no solo la esperaba: la ansiaba. Quería que el inspector descubriera la realidad y, a continuación, yo le propondría que me autorizara bastante flexibilidad en la impartición de contenidos con el fin de insistir en el uso de las herramientas básicas y elementales, desconocidas para muchos de ellos: enriquecimiento del léxico a través de lecturas en horas de clase; manejo de diccionario; resúmenes escritos para corregir deficiencias sintácticas, de concordancias, ortográficas, incluso caligráficas; intervenciones orales… Es decir, todo aquello absolutamente imprescindible para poder entrar en el conocimiento de la producción en cuanto que solo con el bisturí diseccionador que es la lengua podemos analizar o interpretar la mayor parte de la obra literaria y, a su vez, la realidad. Más: paso previo y  primordial no solo para la sensibilización ante textos escritos sino, incluso, para cualquier asignatura en la que el discente tenga que comunicar y, además, para entender el planteamiento escrito de un problema en Matemáticas, Física…

   Pasaron los años, y con ellos, el desencanto. No solo no conseguí llevar al inspector al terrero de mi lucha en el aula sino que la realidad me desanimó. En consecuencia, concluí que perdía el tiempo y, a la vez, el de los alumnos; no todos, bien es cierto, pero no consideré correcto que me limitara a los poquísimos interesados.  Por tanto, retirada a los cuarteles de la prejubilación.

   Y desde ella me entero a través de colegas y periódicos de que los señores inspectores ya entran en las aulas, vive Dios, aunque en actuaciones cuyos nombres siguen obedeciendo a aquellas manías de despachos ajenos a los centros de enseñanza. Porque los señores pedagogos oficiales crearon un lenguaje complejo y surrealista cuando se les ocurrió dar señales de vida e intentaron revolucionar con preclaras ideas como, por ejemplo, que la memoria no era necesaria en la vida de un estudiante, ¡disparate! Hoy hablan de  “Protocolo de Inspección de los Centros Educativos”; de “Competencias Básicas” y hasta de “Rúbricas”, rimbombantes denominaciones que esconden en sus entrañas la vigilancia del proceso burocrático, el del papeleo desestabilizador de emociones y relajamientos de quienes tienen como función primera la impartición de clases con rigor, profesionalidad y nivel correspondiente.

   La presencia del inspector en el aula es absolutamente fundamental, tal como siempre lo entendí. Pero como punto de partida hay realidades que deben ser muy tenidas en cuenta, prioridad absoluta por anómalas. Por ejemplo, excesivo número de suspendidos o, al contrario, de aprobados. ¿Por qué en un caso solo aprueba el veinte por ciento del alumnado? ¿Por qué, en el caso contrario, solo suspende el diez por ciento o, incluso, absolutamente ningún alumno? ¿Qué está fallando? ¿Quiénes? ¿Profesor, discentes, padres, el departamento, el propio sistema? ¿Cómo es posible que el docente de Lengua Española justifique un suspenso porque el alumno no sabe escribir y, por el contrario, el profesor de Filosofía lo califica con notable alto? ¿Para qué sirven los miles de papeles que un profesor ha de rellenar a lo largo del curso si no se atienden sus elementales necesidades como la reducción de alumnos por aula, equipos de refuerzo (conversaciones imprescindibles en idiomas, al margen de los planteamientos teóricos; lecturas en bibliotecas…)? En sus visitas, ¿descubren los inspectores las deficiencias lingüísticas de mucha gente –léxico pobre, elemental a veces- que impiden la comprensión de los mensajes? ¿No detectan, acaso, que muchos necesitan retroceder varios cursos con profesores especializados para alcanzar los niveles mínimos en la comunicación?

   Por otra parte los profesores, a veces, son víctimas propiciatorias del terrible e injusto esquema social en que vivimos, desajustes e inmoralidades que ocasionan muy graves desequilibrios familiares. Y esas tragedias marcan al joven. Su rebeldía ante la injusticia lo vuelve agresivo de palabra, cuando no de acción física. Por tanto, ¿qué puñetas le interesarán el complemento directo o que el paso del Paleolítico al Neolítico se refleja en la cerámica? Sin embargo, ¿quién padece su desestabilización cuando está en el aula?   Hay, pues, mucho que inspeccionar. Mucho. Y una vez que se detecten las anomalías –muy graves algunas- debe informarse. Pero hoy el inspector solo descubrirá deficiencias puramente burocráticas.

   La realidad está a la vista, desde la soledad del profesor hasta las gravísimas carencias internas y de fuera sin dejar de lado, claro, lo fundamental: la obsesión política de que todos han de aprobar como sea aunque no den golpe; es decir, igualarlos a todos… pero por lo bajo.

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http://www.canarias7.es/articulo.cfm?Id=328604