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sábado, 20 de abril de 2024 11:34h.

La cultura sefardí en España - por Nicolás Guerra Aguiar

Aunque parece que no hay seguridad científica, lo cierto es que la tradición identifica el término hebreo Sefarad como topónimo que desde la Edad Media los judíos utilizaron para referirse a la Península Ibérica (que no a <<Península>>, como se oye hoy con aparente impropiedad).

La cultura sefardí en España - por Nicolás Guerra Aguiar  

Aunque parece que no hay seguridad científica, lo cierto es que la tradición identifica el término hebreo Sefarad como topónimo que desde la Edad Media los judíos utilizaron para referirse a la Península Ibérica (que no a <<Península>>, como se oye hoy con aparente impropiedad). Porque cuando se visitan ciudades españolas (y europeas, asiáticas, africanas), siempre encontramos un barrio judío plenamente identificado. Así, es célebre el de Toledo (aquí se creó en el siglo XIII lo que hoy llamamos Escuela de Traductores, ejemplo de respeto a las ideas y de pacífica convivencia entre árabes, cristianos y judíos, impresionante revolución cultural que se expandió por todo el mundo cristiano de Occidente), aunque no pueden olvidarse los de Córdoba, Ávila, Cáceres, Segovia…, ciudades todas ellas Patrimonios Mundiales de la Unesco en las que también cohabitaron mezquitas, iglesias y sinagogas hace cientos de años, siglos, en un clarísimo ejemplo de que la educación cultural permite serenas coexistencias, tolerancias, transigencias. 
Viene a cuento lo anterior porque el Gobierno del PP, a través de los Ministerios de Justicia y Asuntos Exteriores, concederá de forma automática la condición de españoles a todos los judíos descendientes de los expulsados de la Península Ibérica en 1492 (sefardíes, sefaradís, sefaraditas o sefarditas). Se encuentren donde se encuentren, pueden acceder a ella incluso por la simple demostración de que están vinculados a la cultura española. Y cultura española, por ejemplo, es lo que en dialectología se denomina judeoespañol, hoy en muy acelerada decadencia aunque se extendió por Europa (los judíos sefardíes se establecen en Ámsterdam en 1593; hoy dominan el mercado de los diamantes), norte de África (en el XVIII bajaron hasta Essaouira, ciudad marroquí cuyos pescadores parecen sacados del Puerto de las Nieves, en Agaete. Es también Patrimonio Mundial de la Unesco y su barrio de comerciantes judíos –la Mellah- conserva viviendas con la estrella de David fijada sobre la puerta). Se desplazan también hacia el Imperio turco, Asia Menor, Siria, Egipto…
Aquella variante dialectal fue estudiada con exquisito rigor científico por el profesor Zamora Vicente en su Dialectología española a lo largo de veintitantas páginas (vocalismo, consonantes, morfología, pronombres y léxico). Las especiales condiciones sociales de los judíos expulsados y asentados en tantos países los llevó –generalizo- a un buscado aislamiento frente a la sociedad circundante, toda vez que seguían sintiéndose amenazados por la Inquisición y la desconfianza de la analfabeta población que veía en ellos –según les influyeron intelectuales y eclesiásticos fanáticos e interesados- a los enemigos naturales del catolicismo. Además, un Estado moderno –absolutista, como el de los Católicos Reyes- debe lograr la cohesión social para imponer su autoridad. Y la cohesión social empieza por la unidad de fe.
Cuando los judíos sefardíes fueron expulsados tras la conquista de Granada (1492), el castellano que ellos hablaban y escribían era, obviamente, el de esa etapa que se conoce como el cierre de la Edad Media (en lo literario, La Celestina) y el comienzo de la Edad Moderna representada por el Renacimiento, con todo lo que significa en ideas, desarrollo, pensamiento, economía, avances científicos…, es decir, una nueva y revolucionaria concepción del Mundo que invita a vivir la vida frente al recogimiento religioso de momentos anteriores.
Y como tras la diáspora –queda dicho- se produjo el intencionado aislamiento, los profundos cambios (fonéticos, por ejemplo) que fue experimentando el castellano no afectaron al judeoespañol, quien se mantuvo con las características de siglos atrás como una variedad muy antigua. Por tanto, si alguien conserva el castellano heredado de sus antecesores desde el siglo XVI (sin contaminaciones), podría hoy hablar aquel español ya desaparecido o, al menos, profundamente transformado. Aunque también es cierto que la muy variada procedencia geográfica de los sefardíes españoles les hizo mantener ciertas diferencias tal como sucede hoy, por ejemplo, entre el español de Sevilla y el de Huesca. Sin embargo, con ellos se explican ciertas voces y construcciones hoy consideradas vulgarismos o, al menos, improcedentes por hipercultistas desconocedores del hecho lingüístico. Así, por ejemplo, la formaantier usada en Canarias (y que reconoce el DRAE) se mantuvo en el judeoespañol; su forma tú sos, en vez de tú eres se mantiene en zonas rurales isleñas; y si algún hablante seseante escribe bostesar (a la manera del judeo-español), inmediatamente consideramos la ese como falta de ortografía.
Los Ministerios de Justicia y Asuntos Exteriores, pues, se comprometen a la españolización de todos aquellos descendientes de los judíos expulsados en 1492, después de quinientos años de indiferencia. Y no se trata, argumentan, de que estén deseando volver a  Sefarad como sus ascendientes de cinco siglos atrás. Aducen que «el sentimiento de españolidad y la pertenencia a nuestra tierra se ha mantenido en muchas familias sefardíes, transmitido de generación en generación» (con todos mis respetos, me parece algo exagerado. ¿Será, acaso, que manejan la Banca internacional?).
Sin menoscabo de tal simbólica españolización, me planteo un hecho que si no fue expulsión como la de 1492 sí resultó, de todas todas, traición a un pueblo al que incluso lo identificaron con el DNI: me refiero a los sajarauis que en 1975 fueron traicionados por las autoridades de Madrid cuando vergonzosamente y con pingües beneficios personales le vendieron El Sáhara a Marruecos, lo que llevó a que muchos españoles de aquel pueblo fueran perseguidos, encarcelados, desaparecidos, asesinados (y a los que todos los Gobiernos, incluidos los psocialistas, les dieron la espalda, aunque desde la oposición fueron estos sus defensores). Y solo hace treinta y siete años, ni tan siquiera medio siglo.
No ya los descendientes de aquellos hispanos abandonados viven: es que en Tinduf agotan su vida fieles servidores de España que solo desean el justo reconocimiento de su condición española, perdida a pesar de que muchos de ellos están identificados con DNI desde la colonización. Pero ya se sabe, claro.

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