El lenguaje político de la vulgaridad - por Nicolás Guerra Aguiar

 

 

El lenguaje político de la vulgaridad - por Nicolás Guerra Aguiar *

 

De un tiempo a esta parte, estimado lector, intervenciones públicas de políticos españoles vienen cargadas de improperios, ordinarieces. Mientras derrochan convulsiones mentales y desprecian actitudes ajenas, sus discursos se llenan de vacíos precisamente en una sociedad, la española, de larga tradición cuando se conjugan pensamiento y política. Vienen, entonces, las ganas de evocar una de las  frases dictadas por Cicerón contra el conjurador Catilina (Senado romano): Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia? (‘¿Cuándo acabará esta desenfrenada osadía tuya?’).

   En tales groserías algunos son especialistas. Mas no como mérito, muy al contrario: diestros en el insulto pero rigurosamente desprovistos de Ideas (estas solo surgen a partir de prudentes reflexiones y argumentos), sueltan conjuntos de palabras ajenas a la razón: “Gentuza separata, troll de mierda, pedazo de cretino, lameculos...” no son, precisamente, modelos de oratoria, elementales respetos a ideas ajenas y derroches de imaginación. Parecen sacadas de antros, cloacas o vertederos de mezquindades ajenos a elementales comportamientos.

   Pero esta es nuestra cruz (quo usque tandem?, ‘¿hasta cuándo’, Señor?): somos únicos responsables de que dirigentes políticos tengan representación popular como los señores de Quino, Girauta, Casado o el señor Rivera con su impresentable “Son ustedes una banda”, “la banda de Sánchez”, para referirse al presidente y militantes del PSOE. (No escapa el señor Sánchez: llama “paticortos, estos dos”... a los líderes y, a continuación, exige “desterrar el insulto”.)  

   También ocurre algo así en programas televisivos: ¿por qué gritan como desagallados, histéricos y neuróticos personajes y personajas cuya única actividad consiste en anquilosar pensamientos y rajar vidas privadas? La explicación es bien sencilla: se llama vulgaridad. ¿A quiénes va dirigida? ¿Por qué triunfa mes tras mes, año tras año? Elemental: hay un público receptor ávido de tales miserias. Las emisoras gratifican a los gritones, y lo hacen sin regateos porque las cuñas publicitarias intercaladas son caras, disparatadamente caras… Pero las empresas pagan.  

   Ordinarieces y groserías forman parte del insulto (del latín insultāre, 'saltar contra', 'ofender'). Pariente de insultar, su primera acepción es ‘Ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones’. De ahí la grotesca acritud del señor Guerra (exvicepresidente del Gobierno) cuando llamó “tahúr del Misisipi” al señor Suárez, primer presidente constitucional. Y tahúr significa ‘experto jugador que recurre al engaño y las trampas’. 

   Se refería -obligado es recordarlo- al mismo señor Suárez a quien los instigadores del 23-F habrían fusilado en el mismo Congreso si hubiera triunfado el golpe de Estado. Ya ve, estimado lector: precisamente el señor Guerra, vicepresidente del Gobierno cuando surgieron los GAL, “agrupaciones parapoliciales que practicaron terrorismo de Estado contra ETA, organización terrorista” (wikipedia).  

   El insulto, en cualquiera de sus variantes, no solo pretende ofender. Muestra también la incapacidad de quien recurre a él frente a ironías, mordacidades y brillantes sutilezas propias de mentes inteligentes y creadoras (“Pelo fue aquí, en donde calavero; / calva no sólo limpia, sino hidalga; / háseme vuelto la cabeza nalga: / antes greguescos pide que sombrero”, primera estrofa del soneto quevedesco “Calvo que no quiere encabellarse”). 

   Por contraste, el señor Casado usó el término “felón” para referirse al señor Sánchez (digitalsevilla.com, febrero 2019). Esta voz (felón) se relaciona con felonía (‘Deslealtad, traición, acción fea’), palabra quizás excesivamente impactante pues,  a fin de cuentas, aquel es presidente del Gobierno. Porque, ¿traidor a quién? ¿Acaso a “los muros de la patria mía”? ¿Cómo quebró la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener? ("¿Usted no se da cuenta de que es partícipe y responsable de un golpe de Estado que se está perpetrando en España?". 24/10/2018, La Vanguardia.)

   El profesor y  periodista Pancracio Celdrán Gomáriz publicó tiempo ha su Inventario General de Insultos con la siguiente precisión: “Donde se recoge el intenso repertorio de injurias, improperios, insolencias y demás expresiones ofensivas de nuestra lengua”. Injurias, improperios e insolencias, tres grados del insulto a los cuales se refiere en su rigurosa obra. 

   ¿En cuál -cuáles- de ellos incluiríamos un mayor rosario de insultos dirigidos al señor Sánchez por el mismo candidato del PP? Analice, lector: lo llamó también “mediocre, irresponsable, incapaz, ilegítimo, chantajeado, deslegitimado, ególatra, chovinista del poder, mentiroso compulsivo, ridículo, traidor, adalid de la ruptura en España, incompetente, desleal, catástrofe, rehén, escarnio para España y okupa”. Si el presidente es uno... más los diecitantos adjetivos, ¿en qué país vivimos? 

   Ciudadanos cae hecatombicamente, dicen las encuestas. ¿Se ha preguntado el señor Rivera por qué? Ya no es el centro (serenidad, modernidad, desapasionamientos de derechas o izquierdas…) pues las corrientes, desarretadas, fueron más poderosas que su “constitucionalismo”: la prudencia se les fue de las manos y terminó, claro, en el insulto. ¿O acaso no insulta el señor de Quino -“Fascista, troll de mierda, pedazo de cretino, miserable, basura, gentuza”- cuando responde así a quienes le criticaron que llamara “bien comidos pasajeros” a emigrantes rescatados?

 

  La desesperación por el ejercicio del poder -ayuntamientos, comunidades autónomas…- llevará a Ciudadanos a su pronosticada pequeñez, y es una pena: pudo haberse convertido en el equilibrio entre los dos partidos tradicionalmente gobernantes, PSOE – PP, monopolizadores de los gobiernos habidos con mayorías absolutas o no. Debe andarse con cuidado e, incluso, replantarse la conveniencia de continuar en Andalucía, Madrid… donde cogobierna gracias a Vox, planteamiento  absolutamente ajeno a la filosofía inicial de Ciudadanos. Pero soberbias, vulgaridades y prepotencias no son buenas consejeras.

   Hay en la política española gente mediocre, anodina, vacía de contenidos programáticos, pensamientos y elemental educación. Sus dirigentes máximos reclaman “visión de Estado”, pero todos han forzado a las segundas elecciones en 2019 y las quintas desde 2011, un disparate… y un fracaso del PSOE, PP,  Ciudadanos y UP. Mientras chabacanerías e insensateces triunfen, España retrocede. Los señores Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias carecen de conciencia crítica sobre la realidad y el bien común. O acaso la disimulan.  

   (Añadido. Aprendan a callar quienes rebosan hiperconstitucionalismo: dicta el Tribunal Supremo -Cataluña- que no hubo rebelión sino “engaño a los ilusionados ciudadanos”. Y la señora Álvarez de Toledo anda compungida frente al Tribunal Supremo: "Me cuesta disimular mi decepción con la sentencia”.)

 

 

 

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar