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sábado, 27 de abril de 2024 08:21h.

¿Este libro no sirve y hay que destruirlo? En marzo nos reencontramos (segunda parte) - por Victoriano Santana Sanjurjo

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Luego de ver que alguna gente había tenido acceso al manuscrito y había dicho que estaba muy bien y que debería publicarse, los hijos de García Márquez finalmente decidieron no hacerle caso al padre y publicarla. “Y ahí es cuando me piden que yo trabaje en la edición final de la novela”.

Cristóbal Pera, editor

¿Este libro no sirve y hay que destruirlo? En marzo nos reencontramos (segunda parte)

Victoriano Santana Sanjurjo

1.2. CON LIBRO: JALANDO DE HILOS | Y en esto que llega a nuestras manos uno de los 250 mil ejemplares que afirma Penguin Random House que tirará de la novela; y, con ello, se siente la proximidad del juicio, ese hallarse delante del texto nuevo procurando que la piedra que portamos como bagaje de lecturas y conocimientos estilísticos del autor no nos condicione. Por eso, no conviene entrar de lleno en el fortín de las musas; hay que circundar la ciudadela para ver qué prejuicios se consolidan y cuáles se diluyen; y por eso, además, lo mejor es cabalgar de entrada sobre el paratexto de la novela, que para esta ocasión he circunscrito a la cubierta/forro; el prólogo, que firman los hijos del autor, Rodrigo y Gonzalo; y una nota del responsable de la edición, Cristóbal Pera.
GARCÍA MÁRQUEZ CON SUS HIJOS, GONZALO Y RODRIGO
GARCÍA MÁRQUEZ CON SUS HIJOS, GONZALO Y RODRIGO

 

1.2.1. Hilo primero: la cubierta. / «Premio Nobel de Literatura». Ahí, el primer fogonazo. No lo es la hermosa imagen de David de las Heras que envuelve el objeto con exquisita delicadeza cromática; tanta, que no hay papel de regalo que supere en belleza lo hecho por el ilustrador bilbaíno. Repito: no es el precioso cuadro lo que orienta mis atenciones, sino la mención al premio. «¿Hace falta?», me pregunto. Reviso las ediciones que tengo en casa (las obras completas del autor por duplicado, y algunos títulos repetidos en varias versiones), avaladoras de mi gabofilia —¿o debería decir gabolatría?, y en ningún tomo veo la anotación, no ya en la cubierta, sino incluso en la portada. ¿Por qué? ¿Qué lectores desconocen que el colombiano obtuvo este reconocimiento en 1982, con 55 años? Por las características del personaje y su deambular siempre en el centro de atención de los marcos literarios, periodísticos y políticos (más bien ideológicos), el galardón supuso de algún modo el convertirlo en paradigma de la categoría: es al de Literatura lo que al de Física Marie Curie y Albert Einstein. Su nobel me recuerda siempre al comienzo del Quijote: puede que nunca hayas leído la novela cervantina, pero todo el mundo (o una buena porción de seres humanos anteriores a la Generación Alfa y, si me apuran mucho, incluso a la Generación Z) sabe de dónde procede el célebre «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…». Con Gabo asumo una analogía más o menos idéntica: saber que recibió el premio de la Academia Sueca está al mismo nivel que estar al tanto de que es el autor de Cien años de soledad.

GARCÍA MÁRQUEZ

Mas ¿es en realidad tan notorio lo que estoy afirmando como obvio? ¿No puedo estar incurriendo en una inadmisible desatención hacia un nuevo colectivo de lectores desconocedor de la obra del colombiano y, en consecuencia, liberado de la imagen icónica de Gabo y del recuerdo de sus múltiples e intensos vaivenes en forma de textos de las más variadas naturalezas (discursos, entrevistas, artículos, noticias…) que, reproducidos en un sinfín de medios de comunicación durante décadas, fueron componiendo la figura del escritor hasta su fallecimiento? ¿A ellos se dirige la mención explícita del premio en un sitio tan destacado del volumen, como es la cubierta y la portada? En Gabo y Mercedes: una despedida (2021), compuesto por el primogénito, se aborda una escena que sucede en uno de los principales hospitales universitarios del país donde está ingresado su padre, ya muy enfermo: «temprano en la primera mañana aparece un médico con una docena de internos. Se agrupan al pie de la cama y escuchan mientras el médico revisa la condición y el tratamiento del paciente; y es evidente para mi hermano que los jóvenes médicos no tenían idea de quién es la habitación a la que acaban de entrar».

GARCÍA MÁRQUEZ ANA MAGDALENA BACH

¿Ana Magdalena Bach? En la contracubierta del forro se lee: «Cada mes de agosto, Ana Magdalena Bach toma el transbordador…». ¿Se llama la que parece ser la protagonista de la novela igual que la que fuera última esposa de Johann Sebastian Bach (1685-1750)? Ese es el segundo fogonazo. Los que hemos acompañado al colombiano durante mucho tiempo sabemos de su inmenso amor a la música; de ahí que sea inevitable plantear la existencia de una intención oculta en esta nominación. Una visita sucinta a Wikipedia y de la que fuera una existencia llena de luces al principio y sombras al final, una vida que se apagó antes de llegar a los sesenta años, extraigo un párrafo que, entre todos, ha pujado con éxito por captar mi atención, pues consolida su significación en la condición de mujer de la biografiada en una etapa como fue la primera mitad del siglo XVIII y junto a uno de los compositores más conocidos y venerados de todos los tiempos: «El matrimonio Bach fue uno de los pocos en los cuales ambos cónyuges, marido y mujer, trabajaban en lo que les gustaba y para lo cual estaban dotados, cobraban su propio sueldo y eran reconocidos por lo que valían. Magdalena ayudó regularmente al compositor a transcribir su música». El nombre del personaje, pues, no puede dejarnos indiferentes porque arrastra consigo una connotación ineludible; una imagen que es muy específica, muy concreta, muy dirigida hacia un punto desde el que podríamos trazar analogías entre ambas que ayuden a entender la manera de actuar de la protagonista.

1.2.2. Hilo segundo: el prólogo / Las 357 palabras que componen el prólogo son prodigiosas, y no porque al conjunto lo envuelvan excelencias lingüísticas y poéticas que conmueven el ánimo, sino porque logra erigirse en el sustento para alcanzar el sentido último de la publicación: gracias al preliminar se entiende el porqué de la aparición de la novela; y también la razón de ser de la nota del editor, que además actúa como complemento perfecto a lo señalado en el referido prefacio por los hermanos García Barcha. Ellos, con su “autoinculpación” (ese ya señalado «acto de traición» que declaran haber cometido), asumen el enfoque doméstico del problema y, anteponiendo —así lo exponen— «el placer de sus lectores a todas las demás consideraciones», cargan a sus espaldas las consecuencias del producto: convertirse en el epicentro de posibles ataques hacia su ética o respeto a la voluntad última de su padre cuando reconocen con explicitud cuál había sido «la sentencia final de Gabo: “Este libro no sirve. Hay que destruirlo”».

La «frustración desesperante» en la que vivía el escritor por culpa de sus problemas de memoria («es a la vez mi materia prima y mi herramienta. Sin ella, no hay nada», afirmaba), que se traducía en inmensas dificultades para escribir y leer, pudo empujarle a dictar una sentencia (la eliminación de la novela) que sus vástagos relativizaron en la consideración de que las incapacidades lectoescritora y memorística paternas traían consigo otra muy relevante para que adquiriera el fundamento debido la condena: la imposibilidad de juzgar la calidad de un libro, como vino a señalar Rodrigo en la ya mentada presentación del 5 de marzo en el Instituto Cervantes; y con ello, como dicen los prologuistas, el «no darse cuenta de lo bien que estaba, a pesar de sus imperfecciones» la obra. El «desvanecimiento de sus facultades mentales», como señalan los hijos, frenó el avance del libro y, por fortuna, de alguna manera, el adverso final que le esperaba. Menos mal que la enorme inversión de horas y energías que fraguaron en un título acabado, aunque no pulido, no se desbarataron con la obediencia filial, a pesar de que ello implicara depositarlo sine die en los “sarcófagos” 1 y 2 del autor, custodiados por la citada universidad austinesa, «con la esperanza que el tiempo decidiera qué hacer con él», como se lee en el prólogo.

Esa decisión “del tiempo” adquirió las formas de una efeméride: el décimo aniversario de su óbito, que se celebrará el próximo 17 de abril (aunque el libro se haya presentado el día de su 97º cumpleaños); una fecha redonda que, la verdad, yo no hubiese ocupado con esta publicación —sobre todo tratándose de lo ultimísimo de Gabo—, pues en 2027, o sea, dentro de tres años, el planeta entero brincará con el primer centenario de su nacimiento. Desconozco el porqué de sacar ahora la novela y no esperar a la anunciada fiesta del primer siglo; mas no puedo evitar pensar que estamos ante razones que van más allá de las cualidades positivas del texto y el tratamiento de temas actuales, y de los «muchísimos y muy disfrutables méritos» que apuntan los mentados Rodrigo y Gonzalo, de 64 y 60 años, respectivamente.

MERCEDES BARCHA PARDO
MERCEDES BARCHA PARDO

Pienso en Mercedes Barcha Pardo, la madre de los prologuistas, la mujer de Gabo, que murió en 2020 y que ahora, con la distancia y ante los hechos, la percibo como la única autoridad del círculo privado que representaba el hogar que quizás se hubiese negado tajantemente a que viera la luz la novela; no en vano, Gonzalo declaró, en la presentación del 5 de marzo, que la ausencia de su madre «fue sin duda un factor en retomar la idea de publicarlo». Quizás se trate de la misma influencia que movió al primogénito a no sacar a la luz su Gabo y Mercedes… hasta que La Madre Santa, como la conocían en casa, no acabara sus días; y con su fin, además, como si de un seísmo se tratara, llegara el de toda una generación próxima, cercana, afín, compuesta por amigos y familiares de García Márquez que compartieron con él experiencias vitales y literarias.

CRISTÓBAL PERA CON GARCÍA MÁRQUEZ
CRISTÓBAL PERA CON GARCÍA MÁRQUEZ

1.2.3. Hilo tercero: el editor. / El contrapeso a la afabilidad y cercanía del prólogo lo representa el rigor de la nota del editor, Cristóbal Pera. Las suyas son páginas periciales que ayudan a entender el proceso seguido hasta llegar a la novela; un camino que la mayoría de las veces, por desconocimiento y/o desatención, no se tiene en cuenta a la hora de enjuiciar una obra o valorar cuanto hay detrás de una intervención de esta naturaleza. El laborioso y apasionante trabajo que ha realizado solo ha sido posible gracias al «descubrimos que el texto tenía muchísimos y muy disfrutables méritos» y el «decidimos anteponer el placer de sus lectores», que anotan los hijos de Gabo en el prólogo. A partir de ahí, como señala el referente de este tercer hilo de prejuicios, se fijó ese «pacto de confianza basado en el respeto» que han de mantener autor y editor.

Coincido al cien por cien con las dos afirmaciones que Cristóbal Pera encierra en la siguiente declaración: «el trabajo de un editor no consiste en cambiar un libro, sino en hacerlo más fuerte con lo que ya está en la página, y esa ha sido la esencia de mi trabajo editorial». Efectivamente, su impecable intervención en la obra ha contribuido a darle una consistencia al conjunto que, por ejemplo, no detecté en las dispersas muestras de 1999 y 2003 referidas con anterioridad. Esto, por un lado; y, por el otro, no puedo estar más de acuerdo con él en que la tarea de un editor no es que el libro que maneja se amolde a su voluntad e intereses estéticos e ideológicos, sino que las virtudes que la obra atesora como documento lingüístico se incrementen y, con ello, que aumenten las posibilidades de cautivar a más y mejores lectores durante mucho tiempo. Erigido en ese superlector que apunta Claudio Guillén en su Entre lo uno y lo diverso. Introducción a la literatura comparada (1985) y no en un simple corrector, mecanógrafo ni empaquetador de hojas cosidas por un lado —como se observa que se hace en muchos sellos—, un editor que asume su función con plenitud se convierte de este modo en una suerte de arquitecto donde los pesos y contrapesos de un texto han de estar bien aderezados para evitar el derrumbe final. ¡Cuántos libros se han perdido por malas ediciones!

Su labor de «restaurador ante el lienzo de un gran maestro», como expone, proyecta la imaginación hacia un conjunto de decisiones trascendentales para que el escrito final llegue adonde se considera que ha de hacerlo antes de que se multiplique y no haya rincón del planeta donde no se deposite un ejemplar. Pienso en el compromiso ético y estético ante el producto y ante lo que significa el noble oficio de editar libros: estar horas, días, semanas, meses… indagando en el corazón de ese organismo lingüístico y fijándonos en cómo sus válvulas permiten adentrarnos en las cavidades estéticas de los escritores (¡qué hermosa ocupación!). Y pienso también en las versiones en distintas fases de terminación que manejó y, sobre todo, en esa quinta fechada el 5 de julio de 2004, la del «Gran OK final…», que fue la que debió empujar a Gabo a concluir que debía dejar reposar la obra, como le indicó a su secretaria, Mónica Alonso. Pienso en ella, por supuesto, vinculada con el escritor desde principios de mayo de 2003, porque en mi fantasía concibo el fichero digital que elaboró y custodió; y en el que, junto con la señalada versión cinco, «convivían fragmentos de otras opciones o escenas que el autor había considerado anteriormente», como refleja Cristóbal en su nota.

Qué pacto con la fidelidad; qué lealtad de copista, la suya. Al pensar y recrearme en lo apuntado, vuelvo con lejana felicidad sobre los pasos de uno de mis más preciados manuales filológicos: el de crítica textual de Alberto Blecua. Inmerso en esta alegría, la ficción puja por hipótesis inverosímiles: ¿y si en alguna ida se hubiera dicho para sus adentros: «el señor se confunde, no ha querido decir X, sino Y», y quisiese enmendar el supuesto despiste del escritor haciendo ella misma la persuasiva corrección que su entendimiento le dictaba? ¿Y si en medio de esa «mejor manera de ocupar sus días en el estudio haciendo lo que más les gustaba hacer: proponiendo un adjetivo aquí o un detalle que podía cambiar allá», que anota el editor, concluyera la mujer que las tinieblas del cataquero requerían, para que se disiparan, de una intervención más decidida por su parte a la hora de convertir en definitivo cuanto recogía por escrito? No digo que esto haya ocurrido; no, no y no, pero qué apasionante, qué excitante, qué grata tensión subyace en la sola idea de que los hechos se hubieran producido así y que el editor se hubiera enfrentado a una versión que, atribuida en su totalidad al escritor, sutilmente tuviera entre líneas diferentes intervenciones de la secretaria sobre las que jamás estuvo al corriente el propio García Márquez. Es todo fantasía, lo admito, no dudo de las palabras que le dedica Cristóbal Pera («La fidelidad y compromiso de Mónica Alonso con el escritor han sido esenciales para que el texto llegara a nuestras manos»), mas cómo no permitirme estos desvíos en este bloque de prejuicios que así, de esta manera, en este instante, remato.

GARCÍA MÁRQUEZ
GARCÍA MÁRQUEZ
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

El libro puede comprarse en línea, aquí

Victoriano Santana Sanjurjo

web: www.sadalone.org

blog: soltadas.sadalone.org

 

 

Soltadas [de literatura y…] Uno (2021)

Soltadas [de literatura y…] Dos (2022)

Soltadas [de literatura y…] Tres (2023)

* Gracias a Victoriano Santana Sanjurjo

VICTORIANO SANTANA SANJURJO
VICTORIANO SANTANA SANJURJO

 

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