Luis Rodríguez Figueroa, intelectual tinerfeño comprometido - por Nicolás Guerra Aguiar
Luis Rodríguez Figueroa, intelectual tinerfeño comprometido -por Nicolás Guerra Aguiar *
Desde años atrás, estimado lector, la primera visita que realizo en Granada es a la vieja Facultad de Derecho donde estudiaron, por ejemplo, Nicolas [sic] Salmerón (presidente de la I República), Alcalá Zamora (de la Segunda) y varios paisanos canarios (echo de menos la placa dedicada a Juan Fernando López Aguilar, doctor honoris causa por la misma y exministro de Justicia). Pero este febrerillo disparatado también caminé la escalera a la segunda planta por la cual anduvo otro isleño, Luis Rodríguez Figueroa (Puerto de la Cruz, 1875 – altamar santacrucera, 1936), diputado a Cortes por el Frente Popular.
Luis Rodríguez Figueroa
Nada sabía de él (¡como de tantos otros intelectuales canarios!) hasta el pasado mes de diciembre cuando un trabajo de investigación sobre Gonzalo Pérez Casanova, catedrático de Historia Natural y Fisiología e Higiene del actual instituto Pérez Galdós, me llevó a su descubrimiento.
Debo aclarar -podría parecer osado sin haber leído con rigor Las Banderas de la democracia- que aun no he podido manejar ningún ejemplar completo, pues no fue posible encontrarlo en bibliotecas públicas salvo en Tenerife (gracias sean dadas a Manuel Déniz Betancort, de la correspondiente del Estado: hará el milagro). No obstante, el trabajo de
En efecto: Luis Rodríguez Figueroa embarcó en Santa Cruz de Tenerife con destino a Cádiz algún día muy inmediato al 18 de julio. El puerto andaluz era la primera escala hacia Madrid, pues su condición de diputado le exigía estar en el Congreso. Al desembarcar (tuvo noticias a bordo del levantamiento rebelde) se dirigió al Gobierno Civil gaditano donde fue detenido: los facciosos sabían de su arribada. Conducido a varias cárceles andaluzas (como Salvador Sagaseta años después, 1967) es embarcado hacia Tenerife y encarcelado. Algún día de octubre lo arrojan a la mar (“patitos al agua”). Su hijo Guetón (brillantísimo recién licenciado en Derecho) también es asesinado días después.
¿Por qué tal barbarie contra un hombre íntegro (novelista, poeta, jurista, político) y de cuya desaparición jamás se hizo responsable el Gobierno franquista? Todo arranca desde 1901, año de El cacique, y culmina tras las elecciones de 1936. Permítame por tanto, estimado lector, cuatro brevísimos apuntes sacados de su obra.
Uno: la Iglesia. López Figueroa la ve como estamento corresponsable del subdesarrollo de España, de su anquilosado pensamiento frente a conquistas sociales conseguidas en Europa. Añade la feroz persecución que la institución religiosa ejerce sobre el pensamiento liberal o, al menos, anticaciquil (Milagros Luis Brito): “En suma, sus teorías anticlericales partían de la consideración de la Iglesia como responsable de la ignorancia y, por tanto, de la pobreza y la explotación de la clase trabajadora” . (Por cierto, esta consideración está presente en Gloria, novela galdosiana: ”Sin religión no hay sociedad posible. ¿Adónde llegaría el frenesí de las masas estúpidas e ignorantes si el lazo de la Religión no enfrenara sus pasiones?”.)
Dos: corrupciones, corruptelas, gangrenas sociales, putrefacciones, descomposición dominante en variados sectores de la Justicia y la Administración. Ambas instituciones están al servicio de amiguismos, prevaricaciones, favorecimientos a familiares o aliados políticos al margen del principio de méritos y capacidades.
Tres: ¿es el centralismo la causa de la realidad anterior? En absoluto: “El mal de nuestros males está en esta turba de hijos del país [en este caso, Tenerife], donde campea algún que otro extraño, engreído, sin méritos relevantes”.
Cuatro, la explotación social, esclavismo: “¿De quién es ese grito enfurecido / y en rabia apocalíptico encendido […] / ¡Es el grito del hambre… es el obrero / que va contra el burgués, contra el logrero”.
(Imperan hoy muy laxas coherencias...)
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar