“Mandar a irse a la mierda” (RAE) - por Nicolás Guerra Aguiar
“Mandar a irse a la mierda” (RAE) - por Nicolás Guerra Aguiar *
Pero hay más. Entre locuciones verbales, coloquiales y construcciones, el verbo ir aparece en más de cuarenta variantes. Así, por ejemplo, “Ni va ni viene; Ir para largo; Írsele el baifo a alguien”… o las expresiones coloquiales “Vete en hora mala, o noramala” y “Mandar a paseo”, usadas para despedir a personas con enfado o disgusto. Tales dichos sustituyen a la locución adverbial malsonante -Academia dicit- “Mandar a Irse a la mierda”.
Así, ambas liman asperezas con un lenguaje más próximo a recatos y castidades lingüísticas. No son poéticas, bien es cierto. Pero entre heces, cagadas y excrementos prefiero la desusada voz enhoramala o mandar a paseo. A fin de cuentas la descomposición estomacal puede manifestarse en forma de diarrea: a veces no hay tanato de gelatina o Fortasec que la frenen en horas veinticuatro.
Tiene nuestro idioma parecido caudal lingüístico con quienes roban. Unos son rateros, chorizos, mangantes, ratas, manguis… si lo hacen en la calle, la guagua… Para ellos, la estancia en trullos o trenas está garantizada por elementales cantidades.
Hechas, pues, las matizaciones lingüísticas (impregnadas de aires puros, bienolientes y rigurosamente sensoriales) me detengo en el caso concreto sobre envío a la mierda por expresa voluntad del susodicho ciudadano, que a fin de cuentas estamos en un Estado de derecho.
Se puede ser soez, vulgar, grosero y hasta encefalogramamente cero con la segunda autoridad del Estado y mandarlo a la mierda, tal voceó el personaje cuando el presidente del Gobierno bajó del coche oficial y caminó hacia donde lo esperaban la alcaldesa madrileña, el presidente de la Comunidad y la ministra de Defensa. (Se trataba del desfile militar con motivo de la hoy llamada Fiesta Nacional, la Fiesta de la Hispanidad en épocas del caudillaje “por la gracia de Dios” -díjose alguna vez “Por lo gracioso que es Dios”-. La primera secuencia figuró en monedas del milenio pasado, cuarenta años atrás.)
Por tanto, si alguien considera ilegal su presidencia tiene la obligación de denunciar tal hipotético fraude. Y si la Justicia encontrara supuestos comportamientos delictivos, el señor Sánchez debe ser sometido a juicio y condenado en caso de culpabilidad por sedición, rebeldía o golpe de Estado. Pero mientras no sea así, el juego democrático exige riguroso respeto a la Carta Magna, la misma del artículo 155, exactamente la misma.
Los desencuentros políticos tienen sus espacios para ser discutidos y, si la cosa marcha bien, incluso dirimirlos. Pero el nobelísimo que mandó a la mierda al presidente del Gobierno español se amparó en la libertad de expresión para tal filosófico mensaje. Sin embargo, ¿cuál hubiera sido su reacción si algún rojo de excreción le pregona la misma frase al rey, presente en el acto? ¿Lo habría respetado? Más bien sospecho lo contrario, nos tienen acostumbrados.
Muchos pitaron, es su derecho; ninguna recriminación u objeción por mi parte, líbreme Dios de tal insensatez. Y lo ejercieron, pues son personas libres. Por tanto, pueden mostrar su desaforado desacuerdo con el presidente del Gobierno, quien debe guardar silencio.
Otros reclamaron “¡elecciones, elecciones!”, cantinela repetida hasta la saciedad por dirigentes de la oposición (nóminas de cuatro mil euros) para quienes el inmediato salario mínimo de novecientos euros es un despilfarro (hace diez años hubo mileuristas), pero los miles de millones ganados por la banca reflejan rigor profesional. Además, la reclamante masa y sus mentores saben que todos los gobiernos barren para sus intereses en tales menesteres. Y que la Constitución (artículo 115) le otorga al presidente la propuesta de disolución de las Cortes Generales y la fecha de las inmediatas elecciones.
Pitos, claro. Vulgaridades lingüísticas -¡con la de metáforas de nuestra lengua!-, más bien no. Huelen mal. (Ojito con el pollo que ofreció su escoba al rey en Sant Llorenç.)
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar