Mentiras, necedades y propósitos de enmienda - Por Ana Beltrán
"Ahora resulta que me ha entrado un terrible complejo..."
Mentiras, necedades y propósitos de enmienda - Por Ana Beltrán
Los días de lluvia, y muy especialmente los de noviembre, son idóneos para reflexionar. Y yo, que enseguida me meto en ambiente, me he dejado llevar por sus melancólicas emanaciones, lo que me ha permitido llegar a esta conclusión: entre todos nos quieren volver locos. Y cuando digo “todos”, me refiero a los que mandan en nuestras vidas y en nuestros bolsillos; a los que ordenan desde Europa y a los que obedecen desde aquí. Eso es así, aunque a simple vista no lo parezca. Sin embargo, con poco que se piense se ve con meridiana claridad que los mandamases de Bruselas están conchabados con los de Madrid para darnos información contradictoria. Me refiero a la económica, claro está. Una bonita forma de mandarnos directamente al manicomio, a sabiendas de que las casas de locos han dejado de existir como tales, y que las únicas que existen (no sé si habrán dado cuenta) son las que ellos habitan. Por eso no es de extrañar que desde las casas de allá se nos diga que lo peor está por llegar, mientras que desde las de acá se nos informa de que lo peor ya ha pasado. O al revés, según les convenga. Por un lado nos dan esperanzas y por el otro nos las quitan. Y así un día y otro.
Y dejando a un lado la economía… (a decir verdad sé muy poco de eso, lo único que sé es que cada vez más, y como toda ama de casa, he de estirar los euros como si de chicle se tratara). Ahora resulta que me ha entrado un terrible complejo, tal es su magnitud, que dudo mucho de que pueda volver a pisar la calle. Aclaro: pisar la calle para manifestarme. Hasta la fecha siempre lo he hecho, me he manifestado en contra de todo lo que he considerado que hacerlo era de justicia: explosiones nucleares en El atolón de Mururoa (con amenazas hacia mi persona por parte de un “patriótico” francés, que para eso lucía yo mi hermosa pancarta), las torres de Unelco por Vilaflor, asesinatos de Eta, prospecciones petrolíferas del señor Soria etc., hasta la última y aún reciente gran protesta general. Y lo que son las cosas, a pesar de tantas calles pateadas en compañía de miles de personas, nunca vi en ellas nada que pudiera identificarlas con la fealdad, al contrario. Pero…, y es aquí adonde quiero llegar, viene don Arturo Fernández, tan elegante él, y sin despeinarse un pelo (faltaría más) nos pone el hermoso calificativo de feos… y feas… Él, que siempre ha sido tan galante con las señoras… Es lo que tienen los machistas. Al señor Fernández sí que le iría bien un adjetivo que me viene ahora mismo a la boca, y que prefiero callármelo.
Lo que también quisiera callarme, por cansino, es lo que vi en el Barranco de Santos después de que las aguas de lluvia lo dejaran como una patena. ¿No lo adivinan? Dos días después, cuando ya estaba seco, volvieron las aguas negras a dejar su estela blanca. Se dice y no se cree… Tendré que esperar a ver qué pasa cuando el agua que ha dejado la última borrasca abandone nuevamente su cauce, aunque ya estoy augurando lo peor. Ojalá me equivoque.
En lo que no quisiera equivocarme es en el propósito de enmienda de un buen grupo de socialistas, con petición de perdón incluido por no haber hecho lo que debieron hacer durante su mandato, y que no es otra cosa que dar un girito hacía la izquierda. La idea no es mala, no señor, con ciento ochenta grados sería suficiente.