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sábado, 20 de abril de 2024 09:50h.

Mil cadáveres salvavidas en el Mediterráneo - por Nicolás Guerra Aguiar

   Mil africanos fueron ahogados el pasado domingo en aguas del Mare Nostrum, el de los blancos. Y la civilizada Europa, absolutamente inflexible frente al actual Gobierno griego pero ayer dadivosa con el anterior, exclusivo causante de la crisis, ha conseguido controlar la situación: ya están detenidos y acusados los únicos culpables del tráfico de personas.

Mil cadáveres salvavidas en el Mediterráneo - por Nicolás Guerra Aguiar *

   Mil africanos fueron ahogados el pasado domingo en aguas del Mare Nostrum, el de los blancos. Y la civilizada Europa, absolutamente inflexible frente al actual Gobierno griego pero ayer dadivosa con el anterior, exclusivo causante de la crisis, ha conseguido controlar la situación: ya están detenidos y acusados los únicos culpables del tráfico de personas.

   Por tanto, misión cumplida: dos miserables infelices africanos son los autores materiales e intelectuales de tal barbarie. Ni organizaciones en tierra, ni colaboraciones de gobiernos implicados en la trata de esclavos, ni contubernios europeos con delincuentes políticos de aquellos países, ni bancos que guardan las milmillonarias ganancias, ni desembarcos aliados para destruir las delictivas sociedades... Nada de nada. Solo elementales estructuras comerciales en manos de cuatro maleantes que por no tener ni tan siquiera almacenan armas químicas de destrucción masiva, al menos para justificar moralmente intervenciones armadas como en el Irak de Husein: ¡son listos los puñeteros!

  Bruselas, pues, y con ella la rigurosa conciencia de los gobiernos europeos, respiran profundamente: se ha hecho justicia -¿quién lo duda?-; por algo nuestro sistema judicial es dos veces milenario. Arranca de las viejas civilizaciones forjadas a orillas de la misma mar que engulló  a casi mil desconocidos, analfabetos negros sidosos y ebólicos en su mayoría, aunque también hubo un puñado de moros quizás hasta islamizados y -quién sabe- hipotéticos terroristas fanatizados y originarios de Argelia, Egipto...

   Porque los mil desconocidos muertos solo son eso, mil subhumanos que no tramitaron su viaje por los cauces legalmente establecidos: papeles, papeles, papeles; consulados, embajadas... Solo son -más bien, fueron- números para las estadísticas, acaso un elemental pálpito en listados de la culta y humanitaria Europa, aquella que defendió por los mundos las civilizaciones referidas a derechos, igualdades, libertades, fraternidades. Porque si la Revolución Francesa convulsionó los sólidos estamentos de una sociedad encerrada en tradiciones monárquicas, medievales hábitos, usanzas y costumbres, fueron Roma y Grecia los pilares en que se asentaron principios de leyes, legislaciones del derecho, compendios europeos que siguen hablando de jurisprudencias y códigos de equidades sociales.

   1 000 africanos, mil, desaparecieron cuando intentaban llegar a tierras del vecino norteño, aquel que coloca su geográfica bota de poder justo sobre el casi negro continente, como si quisiera simbolizar lo que ha sido desde miles de años la presencia de blancos europeos, propietarios y explotadores de tierras y gentes africanas por el poder de la fuerza. Griegos, romanos, españoles, ingleses, holandeses, franceses, portugueses, alemanes, italianos, belgas... buscaron en aquel inmenso espacio riquezas, esclavos, cientos de miles. Y empresas catalanas, por ejemplo, se enriquecieron hasta límites insospechados -he ahí la belleza de palacetes privados y del desarrollo arquitectónico en Barcelona- porque casi hasta finales del siglo XIX siguieron transportando hacia América negros cuerpos en ya ennegrecidas mentes.

   Pero a pesar de todo los muertos en la mar -aunque sus nigérrimos brazos ya resultan inservibles como esclavizada mano de obra- hicieron favores a veintisiete paisanos, algunos de los cuales lograron sobrevivir gracias a que los usaron como improvisados salvavidas, a fin de cuentas el griego Arquímides demostró hace dos mil doscientos años que todo cuerpo sumergido en un líquido experimenta un empuje hacia arriba equivalente al peso del líquido desalojado.

   Los negros sobrevivientes no sabían de física, no habían estudiado en sus países porque solo soñaban con subir hacia Europa, tierra de libertades y derechos humanos. Daba igual: los principios físicos son constantes por más que a veces desconozcamos las razones de los mismos. Y Europa se entristeció -¡cómo lloré con Europa!- a la vez que daba gracias a Dios -¡cómo agradecí con Europa!- porque veintisiete negritos recuperados por el Dómund -sobre mil- tuvieron ayuda divina y humana para escapar de la muerte.

   Pero han de entender los exigentes negros que viajan en panteones de miserables barcos pesqueros que en momentos de crisis no hay ayudas en alta mar. Si Europa mantuviera cerca de las costas de Libia, Túnez y Marruecos barcos rápidos y militarmente pertrechados para frenar y encarcelar en plena travesía a quienes se benefician con las tragedias ajenas, sería imposible mantener destacamentos militares en Irak, Líbano, Afganistán, República Centroafricana, Mali, Senegal, Somalia..., allí donde los intereses económicos deben protegerse porque están en juego muchas compañías europeas, israelíes, norteamericanas, y eso es sagrado.

   Como sagrados son los intereses empresariales (a fin de cuentas, es el capitalismo) en Somalia, allí donde nada esproncedanos piratas atacaban barcos mercantes o pesqueros europeos, da igual. Por tanto, las Operaciones Atlanta son para eso, para proteger el tráfico marítimo que transporta beneficios económicos y que debe transitar por el cuerno de África. Pero de ahí a lo otro hay abismales abismos: ¿qué beneficios sociales producirían miles de africanos analfabetos, embrutecidos, ¡sin papeles!, que puedan compararse a los económicos? ¿Por favor! Y como las cosas las hacen bien porque las saben hacer bien cuando quieren hacerlas bien, se acabó el pirateo en aquella zona del oeste africano. Una vez más, Europa puede sentirse orgullosa de sus gobiernos.

   Sin embargo, tal como dijo Goytisolo en su encarcelable discurso por el premio Cervantes,  “se trata de inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad". Y eso, guste o no guste, no hay dios que lo controle. Por suerte. Y seguirán muriendo a miles porque no entienden la vida sin la libertad, aunque esta solo se vista de blanco y el negro siga siendo para los muertos.

* Publicado con autorización del autor