Buscar
jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

Misas, franquismo y Constitución - Nicolás Guerra Aguiar

Días atrás, el Gobierno del Ayuntamiento de Barcelona negó la autorización para que el 18 de julio se celebrara una misa en el castillo de Monjuic “por los difuntos de la Guerra Civil”

Misas, franquismo y Constitución - Nicolás Guerra Aguiar *

   Días atrás, el Gobierno del Ayuntamiento de Barcelona negó la autorización para que el 18 de julio se celebrara una misa en el castillo de Monjuic “por los difuntos de la Guerra Civil”, hábil denominación de sus nostálgicos organizadores en cuanto que incluiría a quienes murieron en defensa de la II República. Inmediatamente personas recién trasmutadas a demócratas de toda la vida criticaron la actuación municipal pues, alegan, “atenta contra la libertad de expresión”. Sin embargo, silenciaron sus voces ante la misa en Los Jerónimos de Madrid el mismo día y con exaltación de los “caídos por Dios y por España”. En el acto, el Movimiento Católico Español ondeó sus banderas junto a las de Falange y del régimen dictatorial.

   Pero hay tres cuestiones a tener en cuenta: una, que el 18 de julio fue Fiesta Nacional en el franquismo y ese día se cobraba paga extra: ¿por qué? Dos, que miles de aquellos muertos republicanos aún permanecen bajo tierra, en simas, fosas, pozos… a la espera de que rescaten sus restos, por ejemplo, de la número 5 del cementerio como así reclama la Plataforma de Familiares de los Fusilados de San Lorenzo. Tres, que la misa es un acto de la Iglesia católica, y la Iglesia católica española de 1936 –por suerte, hoy son otras personas, o casi- bendijo a quienes se levantaron contra el Gobierno legítimo del Frente Popular, y habló de Cruzada, mentalidad y realidad histórica medievales.

   Ya lo escribió León Felipe en 1937: “Cuando los arzobispos bendicen el puñal y la pólvora y pactan con el sapo Iscariote y ladrón, ¿para qué quieren el Salmo?”. Allá, pues, la Iglesia católica española con su conciencia, toda vez que aún le queda pendiente algo fundamental: el reconocimiento de su estrechísima colaboración en chivatazos, Comisiones Depuradoras (como en el instituto Pérez Galdós), encarcelamientos, apropiaciones y, además, como sembradora de enconos, desprecios y fobias, hondamente palpables en los pueblos. Si a esto le añadimos el silencio –que resultó consentimiento- ante asesinatos cometidos por el bando al que ella apoyaba, el círculo aumenta.  Conozco en mi pueblo a dos huérfanas de 1937 que siguen a la espera de unas palabras.

   Sí, el Ayuntamiento de Barcelona rompe con su negativa una tradición si no secular, sí instaurada desde 1939, pero con una gran diferencia: los muertos para quienes se celebraban las misas eran los del bando rebelde. A lo largo y ancho de cuarenta y tantos años misas, funerales con Te Deum, palio para el general, bendiciones cardenalicias, arzobispales y obispales fueron teatralizaciones que recorrían los pasillos centrales de iglesias, basílicas, seos o catedrales… para celebrar la victoria del 18 de julio de 1939. Pero nunca, jamás en mis años de escuela pública –La Graduada- me obligaron a asistir a un acto religioso en el que se reconociera a los muertos republicanos, aunque sí estábamos en la Cruz de los Caídos cada 20 de noviembre –cara al sol con la camisa de los domingos- bajo la atenta mirada de autoridades civiles, falangistas, guardiaciviles y parroquiales, brazo en alto - saludo fascista para las proclamas de rigor.

   Por tanto, que por primera vez los representantes populares barceloneses nieguen el uso del castillo de Montjuic para un acto religioso el 18 de julio “por los difuntos de la Guerra Civil” me parece no solo un comportamiento rigurosamente respetuoso con la ley de la Memoria Histórica de 2007 sino que, además, invita a la reflexión: la Iglesia católica española actual –ya lo apunté más arriba- es otra bien distinta a la fanatizada y soberbia de 1936. Y aunque muchos caminos, vías y veredas siguen aún vírgenes, quizás podría plantearse cómo una misa de este tipo, con tales connotaciones, no responde a la esencia misma de los valores cristianos. La naturaleza de las sagradas palabras nada tiene que ver con usos interesados para, simplemente, intentar disimular exaltaciones fascistas bajo la invitación a que los asistentes se den “fraternalmente la paz”.

   Puede, incluso, avanzarse más. Porque la arribada al poder de otras denominaciones políticas o siglas muy distintas a las tradicionales significa no solo cambios de personas sino, lo más importante, arribada de mentes más serenas, desapasionadas, éticas y escrupulosamente respetuosas con la cuestión religiosa. Así, el alcalde de Santiago no acudirá hoy a la “Ofrenda al Apóstol”. Ni la alcaldesa de Barcelona estará presente en la misa por las fiestas de la Mercé.

   Lo mismo ocurre en Zaragoza con el alcalde, señor Santisteve, cabeza de lista de Zaragoza en Común. Fue portada en periódicos que su equipo de Gobierno planteó el respeto a la aconfesionalidad institucional (nada nuevo, por otra parte: recogida está en la Constitución). Por tanto, propuso que los concejales del Ayuntamiento zaragozano dejen de asistir a misas y procesiones como tales representantes populares. Si el artículo 16.3 de la Constitución (“Ninguna confesión tendrá carácter estatal”) reconoce la muy prudente independencia de ambas instituciones, ¿qué razón hay para que una corporación municipal –o cabildicia, por ejemplo- acuda oficialmente a tales actos religiosos (cristianos, hinduistas, islamistas, confucionistas, judaístas…) como representantes del pueblo?

   No se trata, en fin, de un desprecio a la institución religiosa católica, tal como pregonan algunos que nada saben de actuaciones constitucionales y de máximo respeto a las ideas ajenas. Por tanto, la no asistencia oficial no solo es la puesta en práctica de algo muy definido en la Constitución sino que, además, implica el escrupuloso miramiento hacia la Institución religiosa, creyentes y practicantes. Porque las misas –como todos los actos religiosos de todos los credos- son celebraciones a las que acuden sus miembros porque así se lo dictan nobles convicciones, credos e ideales. Por tanto, la asistencia oficial de una entidad pública no es más que aparente teatralización y, si me apuran, forzada presencia de muchas personas a quienes nada les dice aquel acto.

 

* En La casa de mi tía por gentileza del autor