Entre el mito “guanche” y la literatura canaria - por Nicolás Guerra Aguiar
Entre el mito “guanche” y la literatura canaria - por Nicolás Guerra Aguiar *
Sin embargo, en algunas lecturas juveniles concluí que Canarias era la bienaventuranza, oasis de dioses y mortales. Por tanto, la convivencia entre sus habitantes rebosaba armonías, serenidades, reposos… Así lo comenté alguna vez en el aula cuando analizábamos textos literarios de Cairasco y Viana, iniciadores del tardío Renacimiento canario y, por tanto, imbuidos de las revolucionarias ideas renacentistas (una, precisamente, define a la Naturaleza como símbolo de perfección).
Y no le falta razón. Porque la historia es investigación y desapasionamiento; pero solo a la literatura se le permite la idealizada recreación de mundos gratos a poetas distanciados de la realidad como, por ejemplo, la plenitud sensorial del bosque moyero descrito por Cairasco (cuya extraordinaria obra voy conociendo, por cierto, con los estudios filológicos de Antonio Henríquez Jiménez, acaso uno de los más completos estudiosos con Andrés Sánchez Robayna y Ángel Sánchez Rivero).
La naturaleza que Cairasco describe es, pues, la definida por el Renacimiento. En consecuencia idealiza la realidad, y “el fuerte bárbaro” del caudillo Doramas goza entre bosques, palmas, frutas, músicas de pintados pájaros, fuentes…, como la ninfa de Garcilaso se recrea entre remansos de paz y harmonía: “En el silencio sólo se escuchaba / el susurro de abejas que sonaba”. Pero en tal idealización no hay intencionados artificios ni falsedades, insisto: responde exclusivamente a un canon ya marcado desde el mundo clásico, el tópico del beatus ille (‘feliz aquel’), canto a la vida sencilla y retirada en el campo…
La sublimación de mundo “guanche” (término generalizador) a través de trasmisiones orales y osados pseudohistoriadores, por tanto, creó leyendas, ficciones, quimeras y mitos absolutamente desprovistos de rigor científico, más propios de cuentistas y embaucadores ante inocencias infantiles e inculturas sociales.
Muchos años después hemos descubierto -nos han descubierto- que textos recopilados bajo el movedizo nombre de “Historia de Canarias” ni responden a la verdad ni tienen nada que ver con los pobladores isleños anteriores a la europeización. Gracias sean dadas, pues, a quienes desde estudios realizados en el Museo Canario encendieron la luz de los ilustrados: me refiero a la conservadora del Museo Canario, Teresa Delgado y a Javier Velasco, investigador de la Universidad de Las Palmas.
Por tanto, la violencia fue caldo de cultivo en el cual crecieron y se formaron los menores. Las características de aquella sociedad “fuertemente jerarquizada” y con específicas “condiciones biogeográficas” explican la continuada presencia de enfrentamientos entre distintos sectores, las más de las veces impulsados por desigualdades sociales y la imperiosa necesidad de buscar comida en momentos de gravísima escasez (plagas, ausencia de lluvias, limitación de los cultivos…).
También escritores canarios (segunda mitad del XIX) incorporan a su obra la poetización de personajes aborígenes –es el pálpito romántico- para exaltar el sentimiento nacionalista (o lo que es lo mismo, alejamiento de lo español) y crear héroes cargados de virtudes frente a la barbarie del conquistador, Alonso Fernández de Lugo en el poema de Antonio Zerolo, por ejemplo. Es el gaditano quien amenaza al rey guanche Bencomo con los horrores de la guerra (“¡El hombre hambriento de fortuna y gloria / va sembrando la muerte en su camino!”). Y el noble indígena, cargado de entrañables sentimientos patrios, pide un segundo cataclismo para Nivaria antes de que toda ella caiga en manos de quien va a ejercer “el derecho del más fuerte”.
A los aborígenes canarios, en definitiva, el Romanticismo les inventó una nueva forma de pensar y de actuar. A fin de cuentas empezaba a hablarse de nacionalismo.
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar