Mujeres arrepentidas de sus maternidades - por Nicolás Guerra Aguiar
Puede resultar sorprendente. Pero hay madres sin trastornos psíquicos ni hijos delincuentes arrepentidas de su maternidad: la sufren en silencio. Y eso a pesar del amor hacia ellos… aunque no entienden la contradicción: "Me arrepiento de haber tenido hijos y ser madre, pero amo a los hijos que tengo. No es algo que pueda explicar”, leo en El Confidencial. Para otra madre, “Si mis hijos murieran, Dios no lo quiera, seguirían estando conmigo. Su pérdida sería insoportable. Pero perderlos ahora supondría cierto alivio”.
Mujeres arrepentidas de sus maternidades - por Nicolás Guerra Aguiar *
Puede resultar sorprendente. Pero hay madres sin trastornos psíquicos ni hijos delincuentes arrepentidas de su maternidad: la sufren en silencio. Y eso a pesar del amor hacia ellos… aunque no entienden la contradicción: "Me arrepiento de haber tenido hijos y ser madre, pero amo a los hijos que tengo. No es algo que pueda explicar”, leo en El Confidencial. Para otra madre, “Si mis hijos murieran, Dios no lo quiera, seguirían estando conmigo. Su pérdida sería insoportable. Pero perderlos ahora supondría cierto alivio”.
Releí ayer una revista de carácter científico. Uno de sus reportajes analiza la intensa y pasional relación de diez parejas, algunas muy conocidas a través del cine (Liz Taylor y Richard Burton; Bonnie P. y Clyde B.), la poesía (Paul Verlaine y Arthur Rimbaud), la historia (Juana “La Loca” y Felipe “El Hermoso”), la práctica sexual por la cual el placer aumenta cuanta más crueldad se ejerce sobre otra persona (marqueses de Sade), la música (John Lennon y Yoko Ono)…
Pero la mujer, por su “condición” de tal, no se verá satisfecha y realizada plenamente si no es madre: lo dicta la trasnochada tradición. Así permanece, aunque la juventud actual se plantea con seriedad la conveniencia de los hijos, las dificultades económicas, las desestabilizaciones en la cadena productiva: mujeres embarazadas no se aceptan en industrias privadas. No es que no quieran se madres: es que no pueden entregarse a la empresa en las actuales condiciones competitivas y, a la vez, ejercer la maternidad, incluso la más natural: amamantar.
Otras mujeres, al contrario, ante la imposibilidad física del embarazo recurren a los avances médicos puestos por la ciencia en su útero: la fecundación artificial. Algunas, por simple respeto a la tradición familiar y convicciones cristianas. Otras, porque a su pareja le hace gran ilusión. Y ya se sabe: es el macho, el jefe de la tribu (en sectores sociales concretos su virilidad puede ser cuestionada “si no la deja preñada”). Pero, seguramente, aquel no se habrá planteado si ella quiere o no la maternidad. Acaso reconozca la libertad decisoria, la libre opción de la maternidad, pero no en su pareja: ¿puede una mujer sentirse realizada si no es madre?
Sí, en efecto: hay mujeres que rechazan su maternidad. Para algunas, los responsables de tal rechazo no son los hijos, en absoluto. Pero ven cómo pasan los años y ellos siguen sin posibilidad alguna de realización personal, mucho menos de independencia material a pesar de titulaciones, másteres, posgrados, currículos: “Sí, dan un día de felicidad. Pero, ¿y el sufrimiento interminable cuando los miro a la cara y veo su tragedia y mi impotencia? ¿Qué será de ellos cuando yo muera, hoy con 64 años? No, no debí tenerlos, me arrepiento”.
Para otras, los hijos son su frustración personal, la imposibilidad de haber sido mucho más que una madre de familia cocinera y planchadora para quien la monotonía de la vida no diferencia jueves de domingos… Arrinconó posibilidades para satisfacer su propia condición de persona, para llegar a ser alguien capaz de desenvolverse entre plácidas estancias mundanas con plena libertad y sin las impuestas responsabilidades a las cuales renunció su expareja. Ella se hizo cargo de los niños: a fin de cuentas, el juez da la tutela a las madres. Y ahora… los nietos. Vuelta a lo mismo, pero ya sin fuerzas ni ganas, sin interés maldito.
La inmensa mayoría de ellas guarda silencio. Lo hacen por sus hijos, sobre todo. Y porque serían odiadas por ellos mismos a los que en verdad quieren. Además, la sociedad las vería como mentes desquiciadas, seres insensibles ante cuerpos paridos por ellas, atrofias mentales, monstruos de la Naturaleza… Sufren la soledad personal, el aislamiento absoluto.
¿Cómo hubiera reaccionado Simone de Beauvoir ante un hipotético embarazo, cuya inmediata consecuencia habría echado por tierra su concepción de la vida, “apasionada vida en libertad”? Una libertad llevada a sus extremos: vivió con Sartre en el mismo hotel… pero en habitaciones separadas.
* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar