Mujeres canarias, empaquetadoras y aparceras - por Nicolás Guerra Aguiar
Mujeres canarias, empaquetadoras y aparceras - por Nicolás Guerra Aguiar *
Tuve la suerte de nacer en un pueblo y vivirlo ininterrumpidamente hasta los 18 años. Observaba con grandísimo interés y curiosidad todo lo que a mi alrededor sucedía (razón por la cual, estimado lector, tengo conocimiento directo de ciertas realidades sociales). Gáldar era por tales decenios de los cincuenta y sesenta (siglo y milenio anteriores) un pueblo anclado en supersticiones y analfabetismos (su geografía alcanza casi hasta el centro de la Isla). En él la regulación social estaba perfectamente definida: unas pocas familias eran dueñas del poder económico casi exclusivamente ligado a plataneras, tomateros (explotación y empaquetado) y controlaban la propiedad de las aguas, la gran riqueza del Norte.
Los aguatenientes, así, imponían duras condiciones y tenían en sus manos la posibilidad de hundir fincas, fanegadas o celemines pues las tierras exigían riegos inmediatos, las posetas se secaban… (La única actividad industrial por tales tiempos de infancia la ejercía Maño, chatarrero de la calle Toscas a quien vendíamos lecheras rajadas, foniles, plomo, estaño o cocinas de petróleo ya inservibles.)
De cuando en cuando el ronco ritmo de los martillos sobre las tachas acompañaba a las voces de quienes habían iniciado una canción, un estribillo, acaso un lamento o una estrofa picona elevados a los cielos desde inexistentes pentagramas… Hoy en las festivas romerías se estiman como vestimenta típica de Canarias las faldas largas multicolores de las empaquetadoras, pañuelos en la cabeza, manos y brazos envueltos en trapos… ¡Cuántos sudores, tragedias, padecimientos, abusos, despotismos, crueldades físicas y psicológicas padecieron quienes cincuenta, sesenta años atrás cubrían sus jóvenes cuerpos -a veces marchitos- con telas de verde chillón, acaso encarnado encendido o chirriante lila en desordenadas mezclas cromáticas, pues la estética combinatoria no era asignatura de aquellas mujeres alejadas durante jornadas completas de sus hijos para ganar cuatro duros! (¿Qué pensarán las supervivientes cuando ven desfilar a las “típicas” entre risas y jolgorios?)
La mujer (sobre todo la del campo) se subordinaba al hombre, le pertenecía. La estructura jerárquica familiar está rigurosamente dirigida por el marido – padre cuya autoridad ni se discute: es el gran protector de la familia y a él, por impuesto derecho, le corresponde el dominio de la nave y la toma de decisiones.
Aparceras Arguineguin
Merecido reconocimiento el del Cabildo pues, en esencia, se trata de cientos de mujeres maltratadas por injusticias sociales, explotadas al máximo en un sistema de trabajo de corte esclavista sin horarios regulados ni, por supuesto, Seguridad Social; forzadas, incluso, a jornadas interminables (la salida del barco con destino a Londres, Rotterdam, Ámsterdam… imponía el ritmo del trabajo, celeridad, más horas extras sin reconocimiento, nocturnidades o acelerados madrugones...). Su continuidad en alguna empresa a veces dependía de caprichos y querencias, obligados silencios de algunas ante pretensiones y miserables ofertas, deseos de encargados, quienes amenazaban con echarlas a la calle si no sucumbían a sus encantos…
Sí, en efecto: mujeres empaquetadoras y aparceras (Gáldar, Telde, La Aldea, Ingenio, Agüimes, Santa Lucía –nada sabía de Firgas-) fueron avasalladas por obscenas mentes y miserias humanas dueñas de trabajos e, incluso, usurpadoras del sudor ajeno. (¿Por qué solo ellas realizaban las actividades de empaquetado en los almacenes? La respuesta es sencilla: cobraban miserias… por su condición femenina.)
* En La csa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar