Otra nobelísima palmera en el instituto Pérez Galdós - por Nicolás Guerra Aguiar
Otra nobelísima palmera en el instituto Pérez Galdós - por Nicolás Guerra Aguiar *
Este premio nobel de Fisiología o Medicina (1991) plantó su palmera la tarde del martes en el ya centenario instituto Pérez Galdós (escritor, por cierto, a quien no se le concedió en 1912 el correspondiente de Literatura por influencias de la Iglesia, monarquía y fuerzas ultraconservadoras españolas).
La palmera es elemento distinguidor del paisaje de nuestra tierra insular. Tanto y tan arraigada está en barrancos, veredas, caminos y atajos que Teror, por ejemplo, podría parecer “alguno de los pueblos del Miño portugués” si no fuera por las palmeras, escribe Unamuno. La define como “árbol litúrgico que parece un gran cirio de quieta llama verde” (“La Gran Canaria”, artículo -agosto , 1910- de Por tierras de Portugal y de España).
Quedó impactado por la “verde llama que busca al sol desnudo / para beberle sangre [...]”, pues la necesita: de cada nudo de su tronco nace un hijo, una primavera. Tal le sucede a algunas del Palmeral de los Nobel, phoenix canariensis arraigadas sobre el antiguo platanar de Fincas Unidas, espacio baldío y desierto hasta 1992 y hoy protegido por los suaves silencios del Palmeral de los Nobel…
Y como espacio de sabia naturaleza ahora iluminado por doce nombres de hombres inmortales, allí fue donde dos alumnos del “Pérez” (Alfonso Nuez y Bárbara Carreño) dejaron caer ante el doctor Neher y todos los presentes el noble deseo de “contribuir a la construcción de un mundo libre y tolerante, un mundo portador de conocimientos para garantizar las mejores condiciones de vida posibles”, tal pregonaron.
Alfonso, Bárbara y sus compañeros viven la más ilusionante etapa de la vida (la “alegre primavera” de Garcilaso). Un día se harán cargo de la sociedad que les tocará vivir como adultos para que también los demás vivan, y lo hagan con dignidad humana. Por tanto, deben recordar el compromiso adquirido -usaron las universales lenguas de Cervantes y Shakespeare- frente a tan sobresalientes notarios, el doctor Neher, su mujer y el doctor Calvo, entregados a la búsqueda de mejoras físicas y psíquicas para la condición humana. Bárbara y Alfonso, como voces de la inmensa colectividad juvenil y a la cual representaban, prometieron el cometido que “ha de servirnos de ejemplo de superación y de entrega a los demás”.
Fue clase magistral: el primer instituto de la provincia de Las Palmas le mostró al alumnado que el esfuerzo del doctor Neher fue la clave de todo; el esfuerzo serio, científico, riguroso, ajeno a condicionantes emanados de la pasión frente a la razón, de la irracionalidad como lo opuesto a la ciencia.
Por tal planteamiento evoco a Chil y Naranjo, médico y científico canario, universal investigador educado en París. Llegó con diecisiete años para estudiar la ciencia médica y aspirar los nuevos aires de otra: la antropológica. Fundó el Museo Canario y sufrió (1876) la excomunión de su obra (“parto nocivo de perniciosas enseñanzas” la denominó el obispo de Canarias) por la influencia de Darwin en sus investigaciones.
Pero el Pérez Galdós sigue enhiesto, docente y convencido de su función científica, libre, transigente, respetuosa y plural. Las nobelísimas palmeras abrigan las ilusiones de quienes por allí hemos pasado, están y llegarán. Doce premios nobel son la garantía de su universalización.
* La casa de mi tia agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar