"Sin pan y sin trabajo" - por Gerardo Rodríguez
"Sin pan y sin trabajo" - por Gerardo Rodríguez, miembro del Secretariado Nacional del STEC-IC *
Algunas obras de arte recrean el drama que esto acarrea, su desgarradora hondura, una de las más sobresalientes que conozco se encuentra en Buenos Aires. Gran capital de la vida creativa, artística y cultural, uno puede perderse en librerías abiertas hasta la madrugada, ver a sus mejores actores o actrices en los teatros de Corrientes o simplemente, perderse en cafés legendarios como el Tortoni, asistir a conciertos de buen rock en el Luna Park o a las milongas decadentes de la Confitería La Ideal.
La lúgubre vivienda de una pareja y su hijo, figuras centrales del óleo, es la escena donde se desarrolla el gran drama de los trabajadores de la época (1886) en plena revolución industrial. La mujer con el rostro cansado y la mirada perdida da el pecho a su pequeño, mientras el hombre observa por la ventana una escena que se desarrolla en la calle, a lo lejos. Su cuerpo inclinado, su mirada inquisitiva y el puño cerrado sobre la mesa son síntomas de impotencia y frustración: contempla la carga de la policía contra una concentración de obreros a las puertas de una fábrica cerrada. Lo demás, la picareta inútil sobre la mesa vacía, la inestabilidad de la silla donde se sienta, las raídas ropas o los famélicos rostros, dan fe de las condiciones de vida de los obreros de aquellos y de estos tiempos en muchas latitudes.
“Vinieron de Italia, tenían veinte años,
Con su bagayito por toda fortuna
Y, sin aliviadas, entre desengaños
Llegaron a viejos sin ventaja alguna”.
“Sin pan y sin trabajo” nos remite a dos ámbitos, y ninguno de los dos es acogedor, afuera llueven palos y adentro solo hay un poco de leche materna para un lactante. En la vía pública se persigue y se reprime, en el chamizo que tienen por vivienda crece la angustia y la desesperación. La calle y la casa son el anverso y el reverso de una misma moneda: un mundo opaco y triste, sin horizontes que alivien unas vidas al límite.
Ernesto de la Cárcova continuó su carrera siendo un pintor de reconocido prestigio, se afilió al incipiente Partido Socialista y llegó a ser el primer presidente de la Academia de Bellas Artes, pero nunca volvió a pintar algo tan emotivo, tan realista como simbólico, fue su primera y mejor creación. Analizado y debatido hasta la saciedad a la manera argentina, plasmado en libros de texto y reproducido por otros artistas en diferentes formatos, la cultura argentina lo convirtió en símbolo del arte patrio y emblema nacional.
Robustos, poderosos, sobreactuados y pactistas, de corazón peronista desde que Juan Perón los convirtió en la base de sus periodos presidenciales al desconfiar del ejército y la oligarquía, deberán renovar el discurso y las estructuras si quieren seguir siendo una de las piedras angulares sobre las que pivota la política social argentina.
Hace más de un siglo Ernesto de la Cárcova pintó un cuadro inmortal porque la explotación de las clases trabajadoras no ha cesado, no es la memoria de un tiempo periclitado sino la conciencia de nuestro tiempo, un tiempo donde la brecha entre clases se acentúa y continuará así hasta que se logre un sistema de justicia social, redistribución de la riqueza y de respeto a la dignidad de las personas.
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Gerardo Rodríguez