Al paso lingüístico que llevamos - por Nicolás Guerra Aguiar
Al paso lingüístico que llevamos - por Nicolás Guerra Aguiar *
Un lector anónimo reacciona precisamente a la manera denunciada por el periodista. En su comentario, única línea, se lee lo siguiente: “Vaya usted a ka mierda. Vino a un duelo ó a un desahogo?”. La conclusión es inmediata, corrobora la apreciación final del articulista: eso no es libertad de expresión. Tiene otro nombre.
Varias mujeres dedicadas a la política (PSOE, PP, UP) fueron calificadas en redes sociales como “putas, gordas, feas, malfolladas, inútiles, malos bichos, sanguijuelas, garrapatas, enfermas, zorras, sabandijas, pervertidas, amargadas”. Es más: se usaron pansexualizadas estructuras lingüísticas: “¿Te pusiste de rodillas para conseguir el puesto?; Te van a violar, arréglate un poquito; Si te masturbases más a menudo seguro que no estabas tan amargada; Poco os hacen para el destrozo que hacéis; ¿Qué te pasa, hoy no has follado?" (laprovincia.es; epe.es). Embestida verbal como táctica.
Todo lo anterior sobrepasa lo éticamente aceptable y está a años luz del elemental miramiento al contrincante, axioma o proposición tan claro y evidente que admito sin vacilación. Ya no se trata del planteamiento misógino quevediano (“Las mujeres y las gallinas todas ponen: unas, cuernos; otras, huevos”) o del discutible verso de Machado cuando recibe la flecha asignada por Cupido (“y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario”). Ahora no es aversión o rechazo a la mujer como colectivo: se trata de desorden, aparente desajuste de las células grises, insatisfecho deseo de violencia física y psicológica contra determinadas personas. No, no es de recibo.
El Capítulo II de nuestra Constitución se refiere a derechos y libertades. Ambos vienen registrados desde el artículo 14 hasta el 29. La Sección Segunda amplía el número y reitera otros. Pero cuando trata sobre la suspensión de los mismos (“añorado” artículo 55) solo menciona algunos. Y como nuestra Carta Magna ya tiene cuarenta y tres años y las tecnologías del siglo XXI nada tienen que ver con los iniciales peninos de 1978, se echan en falta ampliaciones en torno a ciertos comportamientos ajenos a derechos y libertades.
Mancillan el templo del Congreso de los Diputados quienes, como señorías electas por el pueblo, utilizan exabruptos, groserías y acidez (“gilipollas -‘adjetivo malsonante’, RAE-, matón, cretino, dictador, fascista, nazi, comunista, cobardes, miserables, bruja”…) y expresiones a la manera de “El coleta rata; ¡Eso no me lo dices a la cara!; Mezcla de serrín y estiércol”.
Porque no es lo mismo un ¡coño! con acento en la primera sílaba [¡Kóño!] o que traslademos la mayor fuerza de voz a la segunda. Así, si algo nos sorprende decimos “¡Coño, no lo sabía!”, “¿Y esto qué coño es?”. Pero si la sorpresa nos impacta, el acento cae en la última sílaba: “¡Coñó, menudo cachimbazo!”. Y si alguien insiste y nos altera, entonces la alargamos: “¡Coñooo, me está usted cabreando!”.
Los dos primeros ejemplos muestran asombro, estupor, perplejidad. El tercero, algo así como desajuste ante el efecto. El cuarto ya es otro López: traduce efervescencia, agitación, acaso animus belli. Los cuatro, por supuesto, nada tienen que ver con la previa y escénica intención de maledicencia o maldecir usada por sus señorías en la Cámara. De cualquier manera el Diccionario caracteriza a tal palabra como ‘malsonante’, ofende al pudor o al buen gusto.
Pero los espacios físicos, claro, son completamente distintos. Y el del Congreso es exactamente el mismo por el cual pasaron desde las primeras elecciones democráticas (1977) los señores Suárez, González, Carrillo, Fraga, Galván, Pujol… Presidían los principales partidos políticos (algunos antagónicos, radicalmente irreconciliables desde un planteamiento ideológico, eso sí, pero hecho entendible: solo habían pasado dos años de la muerte del general). Pues bien: ninguno de ellos, ni de las restantes señorías, usó lenguajes vulgares, agresivos, ordinarios o insultantes. Muy al contrario: aplomos, serenidades, entendimientos... a pesar de su firmeza.
Y no es que uno eche de menos los tiempos pasados como mejores a los actuales, en absoluto: o caminamos hacia adelante (me repito) o quejumbrosas nostalgias nos consumirán en estériles evocaciones. Pero sí permanecen en la mente (todos vivimos apasionados años de esperanzas) las intervenciones cargadas de contenidos políticos, sociales, económicos... de quienes ocupaban el estrado del Congreso y el respeto de sus contrincantes. (¿Se imagina, estimado lector, al señor Casado presentando a un conferenciante llamado Pedro Sánchez? Nada original: el señor Fraga lo hizo con don Santiago Carrillo, Club Siglo XXI… ¡cuarenta y cuatro años atrás!)
¿Periódicos, revistas, emisoras de radio? Muchos medios escritos invitaban a los lectores para que dentro del respeto expusieran sus puntos de vista sobre determinados temas concernientes a la sociedad española, convencida del proceso democrático (por supuesto con lagunas, demasiadas lagunas) y del logro de las libertades encerradas bajo vigilancia militar, policial.
¿Radicales desacuerdos con otros puntos de vista? ¡Por supuesto! ¿Libertad para exponerlos públicamente? ¡Son básicos derechos constitucionales! Pero el “¡Vaya usted a la mierda!” al señor periodista, ¡ni de coña!
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar