Poesía e inteligencia artificial - por Nicolás Guerra Aguiar
Poesía e inteligencia artificial - por Nicolás Guerra Aguiar *
Alguien escribió que en poesía no basta con decir; hay que decir, además, poéticamente. Pero, ¿y si quien escribe es un robot (del checo robota, ‘esclavitud’)?
Pero usted, estimado lector, se preguntará con razón qué tienen que ver Garcilaso y los poetas canarios citados con la inteligencia artificial (IA) y los robots. Aparentemente, nada. Pero hay por medio una experiencia personal que me impactó sobremanera días atrás.
Gracias a la insistencia de mi hijo Carlos estuve en la exposición “Nosotros robots” organizada por la Fundación Telefónica, sede central madrileña. Se trata de un recorrido por la historia de los robots. Pero no fue esta, obviamente, la palabra usada por Aristóteles (año 332 a.C.): “Si cada herramienta pudiese ejecutar, cuando se le requiriese o bien por sí misma, su función propia, el jefe del taller ya no necesitaría aprendices, ni el amo, esclavos”.
Si tales antecedentes forman parte de la historia de la Humanidad desde tiempos tan lejanos, el gran desarrollo de los robots se inició en la segunda mitad del siglo XX (“Unión de cibernética y nueva mecánica” según el folleto de mano). Ahora, siglo XXI, los científicos hablan de eclosión, es decir, aparición súbita de movimientos o fenómenos: “Llega junto a la digitalización y la inteligencia artificial”.
Inteligencia artificial que me hizo tres jugarretas cuando en la exposición sometió a prueba mi sensibilidad literaria frente a siete poemas. Uno de ellos dice así: “Marchitará la nieve el fin pesado, / por tal caso, con una lengua sola, / duro rato de rastro ensangrentado”. La pregunta, bien sencilla: “¿Poema escrito por humano o por IA?”.
Efectivamente: erré en la consideración humana de tres composiciones. Respecto a la anterior, por varias razones. Una: “Marchitará la nieve…” me recordó el verso de Garcilaso arriba citado (“Marchitará la rosa el tiempo helado”). La segunda fue las coincidencia sintáctica de ambos versos: los sujetos “el fin pesado” / “el tiempo helado”, por ejemplo, finalizan las oraciones. La tercera: hay paralelismo morfológico (Verbo, artículo, sustantivo…). Cuarta: la repetición de la r en el último verso (“duro rato de rastro ensangrentado”), recuerda a nuestros paisanos Tomás Morales (“bárbaro fragor”) y Bento y Travieso (“con rudo remo rápido rasgando / la mar”)...
Así, mientras un robótico brazo trazaba el retrato de una señora posante frente al ojo artificial (el robot debía de tener nobles sentimientos: salía favorecida), me sometí a nuevos retos. Y perdí algunos, claro, pues ante varios poemas recordé a poetas españoles surrealistas. Así, por ejemplo, entre un texto de Lorca perteneciente a Poeta en Nueva York y algún verso suelto de otro “poema IA” supuse similitudes. Craso error. Horror.
No obstante todo lo anterior, me relaja saber que los robots no pueden escribir ni una letra si previamente no son alimentados y programados por humanos (aunque, eso sí, adquieren alto grado de autonomía), personas que en el caso del poema traidor arriba comentado conocían a Garcilaso, acaso a Miguel Hernández (“Quiero minar la tierra hasta encontrarte...” escribe en “Elegía a Ramón Sijé”). Lo terriblemente desolador es cuando la inteligencia humana les cambia la pluma por armas…
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar