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jueves, 25 de abril de 2024 07:29h.

Privatizaciones que pisotean la dignidad humana- por Nicolás Guerra Aguiar

 Mientras termino de ver y mirar las imágenes que logró grabar a escondidas el pasado 13 de diciembre una persona en Lampedusa, Italia, vienen a mi memoria fogonazos e impactos de reportajes filmados en campos de concentración nazis, cuando obligaban a los detenidos-  condenados a formar largas colas sin tan siquiera una elemental pieza de ropa para cubrir sus intimidades, camino de los hornos crematorios.

Privatizaciones que pisotean la dignidad humana- por  Nicolás Guerra Aguiar

 Mientras termino de ver y mirar las imágenes que logró grabar a escondidas el pasado 13 de diciembre una persona en Lampedusa, Italia, vienen a mi memoria fogonazos e impactos de reportajes filmados en campos de concentración nazis, cuando obligaban a los detenidos-  condenados a formar largas colas sin tan siquiera una elemental pieza de ropa para cubrir sus intimidades, camino de los hornos crematorios. Aunque, conocedores del destino que les esperaba, tengo la impresión de que su desnudez ante extraños y familiares –prejuicios muy marcados en aquella sociedad de los cuarenta- era lo que menos les preocupaba. Habían sido sometidos a insultos, vejaciones, desprecios a su condición humana porque eran judíos, gitanos, republicanos españoles, comunistas, homosexuales o simples amantes de la libertad de los pueblos, utópicos defensores de voluntades populares.

   Los negros de Lampedusa, llegados en barcazas desde tierras africanas, también hacían cola el 13 de diciembre mientras se desnudaban y abandonaban los cuatro harapos que cubrieron sus cuerpos durante muchos días (camino por el desierto; espera para embarque; travesía marítima; rescate y almacenamiento en los eufemísticamente llamados “campos de refugiados”). Obedecían sin rechistar las órdenes del hombre blanco. Y allí permanecían, a la intemperie, frente a cientos de paisanos que aguardaban su turno a la vista de hombres y mujeres musulmanes o europeos, da igual, a fin de cuentas se trataba de inmigrantes huidos de sus países, ¡nadie los llamó a Italia! ¡Que enseñen los contratos, los papeles de llamadas, los correos electrónicos que reclaman su presencia en tierra italiana! ¡Y que no vengan con la coña de que los perdieron en la mar, que el viento nocturno se los arrebató de las manos, que una ola les arrancó la cartera en que los llevaban!

   El vídeo fue difundido por una televisión pública del país, la cadena RAI2. (¿Se imagina usted, estimado lector, esas imágenes en la actual TVE con inmigrantes llegados a España?) A la izquierda otro hombre –negro, claro, ¿quién si no?- con los brazos alzados, de frente, también desnudo. Lo están desinfectando, por supuesto, pues nadie sabe qué miserias puede albergar en su cuerpo, desde piojos hasta utópicas ideas –y, por tanto, peligrosas- sobre oficiales comportamientos humanitarios, civilizaciones milenarias que han hecho de la ayuda a los necesitados su bandera, su canto, a fin de cuentas están en Europa.

   Mientras, su mirada se pierde –acaso por pudor ancestral, tal vez por desconcierto- en las largas filas de los otros negros que esperan el potentísimo chorro de agua, el manguerazo que los desinfecte de posibles sarnas, liendres y pensamientos. Porque los chorros de agua a presión son característicos de la Europa civilizada, pero que no vengan los italianos presumiendo de ser los iniciadores, ni de coña: la España del siglo XIX ya los usaba en manicomios contra pobres infelices que habían caído en la locura y llegaron a creerse otro mundo, como aquel personaje de Galdós, Rufete, ensoñado presidente del Senado. Cuando el médico da la orden, el pobre loco es sometido a la “Inquisición de agua” que tiene “presión formidable, chorros afilados, hilos penetrantes como agujas de hielo”.

   Pero no importa. Aquel negro que arribó a Lampedusa porque huía de su miseria o de una muerte segura sigue siendo un negro, un ilegal, un simpapeles, un paria africano, todo eso. Y como no hay organizaciones humanitarias que los atiendan –los presupuestos no llegan, qué se creen- ni las entidades oficiales tienen personal suficiente –ni interés en tenerlo-, se le ocurrió al Gobierno italiano la misma idea que al español: privaticemos los servicios sociales. Y hete aquí que lo hizo.  Y por aquello de que la empresa es privada y como tal siempre busca beneficios –es la ley del mercado-, las habitaciones habilitadas para desnudarlos permanecen cerradas, así se ahorra dinero. ¿Qué mejor que un inmenso patio donde la brisa marina recrea pulmones, espíritus, y el ancho cielo lampeduseño inyecta desde arriba rayos de sol para que aquellos negros se sequen pronto, no se les vayan a morir de infecciones respiratorias, pulmonías o congestiones? 

    Y de paso, algo de solaz, recreo, distracción y distensión: los negros, desnudos, sirven para que los blancos hagan chistes sobre dimensiones peneales, miedos, angustias, estertores físicos, pánicos. Pero han de mostrarse públicamente imágenes tomadas por un negro para que los sensibles corazones de los blancos palpiten de horror, de estupefacción, tal como solo saben hacer los corazones sensibles de los blancos, ¡es el mes navideño!: “Las imágenes son terribles e inaceptables”, lamenta la comisaria europea de Interior, la señora Malmström; la ministra italiana de inmigración, señora Kyenge, se lamenta: "Son imágenes graves e inaceptables en un país democrático".

   Pero todos ellos saben que los negros son un gran negocio para las empresas privadas: el Gobierno italiano les paga veinticinco euros al día por cada uno, dinero que llega de Bruselas. Y en este año que acaba por allí han pasado dieciocho mil personas. A una media de seis días de estancia, la operación matemática da un resultado nada despreciable: casi tres millones y medio de euros. Y como nadie controla a la empresa explotadora, a nadie tiene que rendir cuentas. Es, en definitiva, el negocio redondo: deficientes servicios; regateo en las prestaciones elementales; hacinamientos en patios para supuestos tratamientos médicos; ausencia absoluta de respeto al pudor personal; manguerazos y, de recochineo, burlas y desvergüenzas ante aquellos cuerpos desnudos, miserablemente tratados. Sí, es el negocio perfecto. La privatización de básicos servicios sociales lleva a la conclusión de que lo importante es el ahorro para beneficio económico de la empresa, a fin de cuentas está para eso.

   Miremos hacia dentro, como hicieron los componentes del 98. Y sabremos que la comunidad madrileña, por ejemplo, busca a la desesperada la privatización de la medicina pública (“externalización”, la llaman con cínicas sonrisas). Y como en Lampedusa, la empresa debe obtener beneficios, es lo normal. Pero, ¿de dónde saldrían los dividendos?

También en:

http://www.infonortedigital.com/portada/component/content/article/15-opiniones/27391-privatizaciones-que-pisotean-la-dignidad-humana

El vídeo de la situación en Lampedusa