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sábado, 20 de abril de 2024 13:13h.

La Renta Básica: Una alternativa temporal a lo que representa el capitalismo (l) - por Leopoldo de Gregorio

 

LEOPOLDO DE GREGORIOA Jordi Arcarons, Daniel Raventós, Lluís Torrens y todos aquéllos visionarios que, quizás sin ponderar suficientemente la naturaleza del endriago con el que se enfrentan, han venido defendiendo que los seres humanos están por encima de las ideologías y de las formas en las que se desarrolla el actual proceso económico.

La Renta Básica: Una alternativa temporal a lo que representa el capitalismo (l) - por Leopoldo de Gregorio

 

                        LIMOSNA ESPEJO

A Jordi Arcarons, Daniel Raventós, Lluís Torrens y todos aquéllos visionarios que, quizás sin ponderar suficientemente la naturaleza del endriago con el que se enfrentan, han venido defendiendo que los seres humanos están por encima de las ideologías y de las formas en las que se desarrolla el actual proceso económico.

El que se haya de considerar como necesaria la instauración de una Renta Básica es lo que se negaron asumir aquéllos que no previeron que en su búsqueda de un permanente incremento de la rentabilidad se iba a incrementar de tal manera las diferencias entre los poseedores y los desposeídos, que se ha considerado necesario solventar la situación a través de lo que con elaborada pertinacia han tratado de ignorar: el establecimiento de una Renta Básica que va más allá de las subvenciones con las que se quiere edulcorar las injusticias que dimanan de una proterva distribución de lo producido; una distribución que en función de ser una asignación asegurada, rompe todos los parámetros con los que se ha intentado enmascarar a través del socorro y la limosna las desigualdades que se producen en el capitalismo. Lo que ocurre es que el modelo de estos gestores, al par de irresponsable, es extremadamente tozudo. No pueden entender que con sus consecuciones se encuentran con haber parido un feto que no pueden socialmente bautizar. Tienen que conservarlo  en formol. Eso sí, inscribiéndolo en sus Cartillas de Familia como el resultado natural de una concepción en la que el que se contempló a sí mismo como diferente había tenido que inscribirlo como un miembro de lo que no reconocía.

Una vez sacados a la palestra lo que este modelo ha pretendido mantener soterrado hemos de ponderar los que con el establecimiento de la Renta Básica tendremos que enfrentarnos. No sólo por la enorme cuantía de recursos materiales con los que este modelo acostumbra desaconsejar la procedencia de lo que se pretende modificar; ha de ser tenido en cuenta la ingente cantidad de personas que honesta o interesadamente, con razonamientos más o menos elaborados y consignas completamente discurridas, impugnan y desacreditan  lo que pudiera poner en peligro una situación de privilegio.  

No voy a detenerme en esa argucia liberal con la que, refutando las virtudes de la distribución de las riquezas, se pretende argumentar (como hace el señor Rallo), que en un mundo en el que todo fuera de todos, la libertad sólo podría manifestarse por licencia de la mayoría. Y no lo hago, porque la mayoría que él contempla, en función de las circunstancias que concurren en una economía de mercado, no es aquélla a la que se refirió Rousseau en su Contrato Social.

Tampoco voy a detenerme en lo que expone como Principio de Voluntariedad, o autonomía contractual. Y desisto de hacerlo porque esta voluntariedad contractual se encuentra sometida en los pactos por unas circunstancias asimismo derivadas de la existencia de un modelo que vulnera los derechos natural y positivo con los que razonadamente se debe regular la convivencia. Como dice el señor Raventós, en la relación entre ricos y pobres no existe libertad contractual.

No entiendo como el señor Rallo puede decir que la Renta Básica puede conculcar los derechos de las personas para realizarse vitalmente. A menos que esté obligado a conceder que para realizarse de una forma vital es requisito indispensable no haber sido receptor de aquellas armas con las que abrirse camino en la selva que ha conformado este modelo. No entiendo cómo si para alcanzar esta realización vital es necesario carecer de unos medios que podrían ayudarle a alcanzar este objetivo, no contempla asimismo que aquéllos que no precisan esta renta, para realizarse (entendiendo que esta realización conlleva el haber tenido que luchar para conseguirlo), deberían rehusar sus privilegios. Y no lo entiendo, porque a continuación arguye que con 625 euros se establece una relación en la que los que cobraran una renta básica se encontrarían determinados por los que obtuvieran unas mayores rentas.

Es cierto que con la renta básica no se solucionan las diferencias entre el valor contractual (entendido como el salario implicado en la elaboración de los bienes y servicios que han de ser utilizados), y el valor de cambio que se ha de pagar por esos bienes y servicios. Seguirían produciéndose acumulaciones. Lo que ocurriría es que con los gravámenes que se habrían de aplicar para posibilitarla se estarían reduciendo las diferencias que concurren entre ambos valores.

Como dice el señor Rallo, el capitalismo se basa en la acumulación. El capital es inversión. La inversión viene del ahorro. Y el ahorro viene de la reducción del consumo. Lo cual me lleva a pensar, si esto es así, ¿cómo se justifica una reflexión que como exhortación nos aconseja la reducción del consumo y el apego al ahorro cuando la actividad del capital esté prioritariamente fundamentada en inducirnos a un consumo compulsivo? Aunque ahora que lo pienso, olvidé que para el capitalismo nosotros somos algo extraño. Somos algo que hay que utilizar y esta utilización exige que seamos catequizados y utilizados como cosas. Somos exclusivamente células de un tejido que ni siquiera es social; células de las cuales se puede prescindir cuando en ese tejido han perdido su solo conjeturada representatividad. Y este modelo estima que el capital es algo más que un conjunto de células; y al entender que solamente constituyen un medio, se atribuye a sí mismo la interpretación de lo que debe ser el tejido social. Lo considera como un complemento necesario para que con su utilización, como juez, como diseñador y hasta como casero el capital pueda lucir en todo su esplendor. Y el capitalista se ha tomado tan en serio el papel que ha de representar, que ha transubstanciado su propia identidad en algo que necesitando un complemento considera que está exento de toda dependencia.

Teniendo en cuenta la enorme oposición que habrá de suscitar una R.B. que estaría obligando a este modelo a cotizar a sus decilas superiores unos gravámenes que el capital consideraría confiscatorios, a mi entender, lo primero que tenemos que hacer es ponderar de qué forma podemos obligar a quienes desde mucho antes de Espartaco sostienen por el mango la sartén en la que se cocina lo que se ha mantenido en la despensa. Sobre todo cuando es público y notorio que este modelo ha sodomizado a los gobiernos; y que por tanto, éstos, según sostiene el señor Rallo (aunque él lo dice por la existencia de unas regulaciones que a su entender importunan el deseado desarrollo del modelo neoliberal), no son más que una mafia organizada para apalear, secuestrar y robar a la gente.

La historia se ha venido inexorablemente repitiendo. Es como si no hubiéramos podido asimilar que con independencia de mantenernos eternamente vigilantes, todas las consecuciones que hemos podido arrancarle a este modelo, las hemos alcanzado a través de un toma y daca en el que se han venido ponderando las consecuencias que se habrían de derivar de un rechazo, que defendiendo algo puntual, podría estar poniendo en peligro la representatividad de lo global.

Pero es que además (y a esta adición hay que conferirle un énfasis elefantisíaco), no podemos olvidar la significación que para la ciudadanía habrá de tener una renta básica que al estar dirigida a todos los ciudadanos (incluidas las amas de casa, los parados y los estudiantes), en la lógica disposición a razonar sobre lo que hubiera de ser asignado se estaría sacando a la palestra aquéllas subvenciones que teniendo que cubrir los gastos de entidades tan transparentes y democráticas como son el ejército y la casa real, inexplicablemente podrían ser puestas en tela de juicio.

El mercado es el mercado. Incluso cuando ese mercado, como consecuencia del incremento de la tecnología cada vez demanda menos mano de obra. Porque esta disminución de los puestos de trabajo tendrá que ser cubierta con subsidios de paro…; y aunque es cierto que con subvenciones y con una buena dosis de mentiras y promesas se intenta remendar aquello de lo que se ha abusado, el mercado es el mercado; y sus principios (aunque quizás sería mejor decir, su abecedario) los ha expuesto con absoluta claridad el primer economista jefe del BCE, Omar Issing. El cual, al referirse a esta Europa de los mercaderes nos ha dicho:

"la actual falta de flexibilidad del mercado de trabajo unida a los incentivos “mal orientados” que proporciona la Seguridad Social y el Estado de Bienestar son incompatible con la moneda única”.

¡Pues que se vaya la moneda única al carajo!

Lo que este insigne primer economista jefe del BCE no ha llegado a digerir (quizás por su continua ingestión de las innumerables recomendaciones que le han proporcionado los lobbies que infestan Europa), es que si esta falta flexibilidad es incompatible con el desarrollo del euro, esta cuadrilla de facinerosos al servicio de los capitalistas hemos de mandarlos al lugar que por sus inmerecidos meritos les corresponde. Por ejemplo, al Tribunal de la Haya. Este insigne primer economista del BCE está bebiendo (y además lo esta haciendo hasta atiborrarse), en unas fuentes exclusivamente vinculadas con la consecución de unas riquezas dedicadas a la acumulación; unas riquezas que al no ser distribuidas entre todos los componentes de la sociedad son totalmente incompatibles con las funciones que debe desarrollar la economía. Este economista enganchado en la noria parece no entender que la flexibilización laboral que pretende el neoliberalismo (acompañada por la liberalización total de los mercados) conlleva la imposibilidad de que los trabajadores puedan cotizar y hacer posible sus jubilaciones. Y en lugar de asumir que en una economía cada vez más rica existen recursos suficientes, considera que es necesario que los trabajadores concierten con la banca (a semejanza de la mochila austriaca abanderada por el señor Rallo y un tal señor Linde), unos fondos con los que garantizar sus futuras pensiones. Utilizan el manido argumento de que la provisión de las pensiones está íntimamente vinculada con la disminución de la natalidad y no con la existencia de unas cotizaciones que debido a la nefasta legislación laboral de una tal Báñez, pasará a la posteridad como una muestra más de lo que es el elenco de este malgobierno. Utilizan el manoseado argumento de la natalidad y no se les cae la caras de vergüenza (será quizás porque por su dureza se encuentran firmemente ancladas en sus patéticas estructuras morfológicas), cuando alegando que en el futuro no habrá suficientes cotizantes, cínicamente no mencionan los cientos de miles, que al tener que emigrar, no pueden cotizar. No entienden (o quizás sería mejor decir, no han sopesado la importancia que tiene el entenderlo), que en la economía capitalista concurre una dicotomía entre los derechos y razonamiento que se adjudica el capital y los que racional y legislativamente tienen y deben ser adscritos a la ciudadanía.

JUSTICIA DON QUIJOTE

Una vez asumida la situación en la que nos encontramos ¿es hacedero pretender (sin que esta pretensión sea secundada con unas rebeliones que hasta ahora sólo han conseguido la aparición de caras nuevas que con el tiempo se convirtieron en carátulas), que sólo con la convicción de que es preciso la instauración de una R.B. podremos alcanzar nuestro objetivo? A mi entender no es suficiente. Es necesario ir más allá. Y esto es algo que he tratado de desarrollar en la obra ¿Es posible otra economía de mercado? No obstante, con independencia de seguir acariciando la instauración de un proyecto como el de la renta básica, será preciso forjar una cultura en la que al individuo se le enseñe que como ente racional, ha de estar dispuesto a utilizar sus potencialidades conformando una estructura con la que independizarse de los sometimientos con los que le sojuzga el capital, los gobiernos y sus leyes. Un capital, unos gobiernos y unas leyes que a través de la culturización subjetivada que han tenido a bien imponernos, nos han convertido en algo que a tenor de nuestra actual incapacidad de comportarnos como lo que decimos somos, nos contemplan como algo que en nuestras manifestaciones sólo contamos como componentes demoscópicos. Hemos de concienciarnos que tenemos que conformar una estructura en la que nuestra capacidad de razonar nos permita establecer una forma de gobernar en la que sea el pueblo el actor y el objeto de lo que se decida; una estructura que ha de ser el fruto de un parto. Y este parto es tan doloroso para aquellos que evaden sus beneficios a través de una ingeniería financiera, que para darlo a luz, entre otras cosas será preciso interferir en las formas con las que la banca lleva a cabo sus mafiosas transacciones.

Últimamente (con independencias de las opugnaciones orquestadas por el señor Rallo) estamos viendo como, aunque de manera bien intencionada, se están manifestando unas refutaciones al establecimiento de la R.B. que a pesar de contener un germen que las justifican, en la mayor parte de los casos resultan infundadas. Con ello me refiero a que según éstos, la imposición de esta R.B. habría de provocar un efecto inflacionario impulsado por un mayor nivel de renta de las clases más desfavorecidas. Como si en contraposición al superior consumo que pudieran disfrutar estas inconsecuentes clases fueran un anatema que no se estaría produciendo como consecuencia del consumo de los mayores beneficios obtenidos por el capital. Como si con independencia de la existencia de una inflación provocada por una demanda marginal, el capital no hubiera sido el principal agente que la hubiera ocasionado al elevar los precios en la seguridad de obtener mayores beneficios. Se arguye que los autónomos y pequeñas empresas tendrían que desaparecer debido al establecimiento de una R.B. que estaría incrementando sus costos salariales; como si agobiados por la indefensión que estos pequeños empresarios estuvieran sufriendo con respecto a las grandes empresas la Administración no estuviera obligada a implementar los medios con los que mitigarla. Se podrá decir que esta orfandad constituye una realidad; pero si su vigencia es algo actual es porque a aquella indefensión hay que sumarle la  nula oposición con la que estos pequeños empresarios defienden sus derechos. Todo lo que se deba de alcanzar ha de ser conseguido en función del derecho que haya de asistir a ese deber. El derecho se debe imponer. Aconsejablemente a tenor de esa actividad intelectiva que nos lleva a conocer de su existencia; marginalmente, haciendo uso de esa misma función, a través de coacciones que nos permitan materializarlo.

Mas allá de las situaciones que han sido contempladas, existen otras que la R. B., por ser ésta exclusivamente una medida adicional a las que para superar las disfunciones de este modelo se intenta aplicar, sólo puede conseguir una minoración de sus aberraciones. Entre ellas se encuentra la de que en multitud de casos, con el establecimiento de la R.B. muchos empresarios sopesarían la posibilidad de reducir salarios en función de los factores que pudieran concurrir con respecto a la situación en la que se encontraran los trabajadores. Una irrenunciable derivada que contemplo en la primera parte de la obra ¿Es posible otra economía de mercado? En ella se dice lo siguiente:

Si observamos en toda su gélida crudeza el comportamiento del mercado laboral, podremos contemplar que esta manera de actuar no es más que la expresión de todo lo bueno y de todo lo malo que los humanos podemos hacer. Advertiremos que las ofertas y demandas laborales solicitadas tanto por las empresas como por los trabajadores, no suelen estar determinadas sólo en función de un valor o una escasez; que existe todo un cúmulo de factores, tanto físicos como psíquicos, que hacen que la situación en la que cada uno de ellos se encuentre, sea el determinante que mediatice la postura del otro.

Sacando a colación la archiconocida ley de la Oferta y la Demanda, el oferente de un puesto de trabajo es consciente de la situación en la que se pueden encontrar tanto la mujer como el que por primera vez solicita un empleo. El mundo empresarial conoce que las necesidades de éstos, generalmente son menores que las de un padre de familia. Y aunque en teoría, esta menor dependencia hacia lo que las empresas les pudieran ofrecer, tendría que incrementar el precio de sus ofertas, la realidad es que al materializarse esta demanda de forma indefectible (ya sea debido a los deseos que unos pudieran tener para realizarse en el trabajo, ya sea en otros la aspiración de conseguir mejoras), las empresas pueden contar como un factor determinante de su oferta, el hecho de que debido a su falta de necesidad, aquéllos aceptarán una menor retribución.

Sabemos lo que ocurre; y deploramos que haya de ser así; pero si respetando las leyes de un mercado que ha sido el único que ha demostrado una eficiencia y una capacidad para que en él pueda desarrollarse la libre iniciativa, queremos modelar su cara más humana, tendremos, tanto que provisionalmente admitir sus desafueros, como tratar de corregirlos. Si nosotros sabemos que una demanda laboral, que en igualdad de capacitación, y habiendo sido en principio considerada como marginal, al ser incorporada en el puesto demandado debió perder su marginalidad y con ella la diferenciación retributiva que hubiera tenido con respecto al resto de las fuerzas laborales, el que nosotros tengamos que aceptarla en la manera en que lo hacemos, es tanto el fruto del uso de la fuerza de unos, como del de la debilidad de otros. De una fuerza y una debilidad que no caducan, porque al seguir vigente esa menor necesidad y al mantenerse las demandas de estos colectivos, la relación sigue siendo la misma: la de que los demandantes se contenten con menos, y la de que los oferentes no tengan necesidad de ofrecer tampoco más por ellas.

* En La casa de mi tía por gentileza de Leopoldo de Gregorio

LEOPOLDO DE GREGORIO

Leopoldo de Gregorio:

otra economía de mercado

http://unaeconomiasocial.es/libro.html