Rosalía de Castro, sentimiento y dolor - por Erasmo Quintana
Rosalía de Castro, sentimiento y dolor - por Erasmo Quintana *
La dulce y sensible Rosalía, lo que siempre quiso fue hablar de las cosas de la tierra gallega en su idioma, en el que habría alcanzado niveles muy elevados de autenticidad expresiva, algo que encontramos en Cantares gallegos y no desertar de las banderas que ella misma había levantado, a la que algunos se adhirieron sin reserva.
Costumbres gallegas es el título de lo que dio a publicar en 1881, en El Imparcial de Madrid, donde buena parte es un canto a su Galicia, sus virtudes y costumbres de sus gentes, en contraposición con otras partes de España que consideraba feas e inhóspitas. Con un toque ciertamente idílico la lleva a contar una costumbre ancestral de la Galicia profunda, que algún que otro apartado lugar conservaba todavía. Tema escabroso por el que recibió una feroz crítica de ciertos periódicos; refería que la vida de los lugareños, tan mísera y castigada, sin embargo, presentaban una generosidad y un desinterés difícilmente igualables. Así, con todo el respeto y cautela de que fue capaz, dijo que entre algunas gentes se tenía por obra caritativa y meritoria, que si algún marino por largo tiempo sin tocar tierra, llegaba a desembarcar en un paraje donde toda mujer honrada: la esposa, hija o hermana pertenecientes a la familia en cuya casa encontró albergue, le permitían por espacio de una noche ocupar un lugar en el mismo lecho. El marino podía irse después sin creerse en nada ligado a la que cumplió a su manera un acto humanitario. La sociedad pacata de la época no se lo perdonó, quedando muy afectada, por lo que juró no escribir de allí en adelante en su lengua vernácula. Pasado el enfado, se desdijo y la reinició.
Del paisaje dantesco que el fuego dejó en la bella Galicia, su dilecta hija Rosalía nos trae, a modo de redención, unos versos: De su alma en lo más árido y profundo, / fresca brotó de súbito una rosa, / como brota una fuente en el desierto, / o un lirio entre las grietas de una roca.
En La casa de mi tía por gentileza de Erasmo Quintana