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jueves, 25 de abril de 2024 15:48h.

Segundas esposas, en pie de guerra - por Nicolás Guerra Aguiar

Acabo de recibir un correo que me ha llamado profundamente la atención: un colectivo de mujeres, denominado “Segundas Esposas”,  llevará a cabo manifestaciones ante las puertas de distintos juzgados para mostrar su desacuerdo con lo que consideran parcial aplicación de la ley contra la “violencia de género”.

Segundas esposas, en pie de guerra - por Nicolás Guerra Aguiar *

   Acabo de recibir un correo que me ha llamado profundamente la atención: un colectivo de mujeres, denominado “Segundas Esposas”,  llevará a cabo manifestaciones ante las puertas de distintos juzgados para mostrar su desacuerdo con lo que consideran parcial aplicación de la ley contra la “violencia de género”.

   Según sus componentes, en determinadas situaciones no es cierto aquello de la igualdad entre hombres y mujeres ante la ley toda vez que se mantiene la “discriminación judicial”. Y ponen un ejemplo: Manuel presentó denuncia contra su mujer por amenazas de muerte. La única actuación hasta el momento ha sido la de un juicio de faltas contra ella. Pero dan por sentado que si el denunciado por la misma causa fuera él, “seguro que Manuel tendría una orden de alejamiento y cárcel”. Por tanto, la ley debe revisarse en cuanto que perjudica al varón aunque, con posterioridad, se descubra la falsedad.

   Y como los hablantes son los dueños de la lengua, se va imponiendo en nuestra sociedad la construcción “violencia de género” sobre las específicas “violencia machista” y “violencia femenina”. Aceptaré la primera siempre que por “género” entendamos el tipo (hombre o mujer) al que pertenece el sujeto actuante (quien agrede), pues violencia de género hay cuando cualquiera de ellos es el agresor. Por tanto, no puede circunscribirse al varón, tal como se generaliza hoy. Además, como en estos casos que “Segundas Esposas” denuncian, la violencia no necesariamente ha de ser física en cuanto que también se ejerce cuando se desestabiliza psicológicamente a una persona hasta convencerla de su inutilidad o torpeza extremas, de su dependencia respecto al agresor e, incluso, a través de palabras insultantes, desprecios continuados o ridiculizaciones ante hijos y amigos.

   La violencia de género es uno de los males presentes en nuestra sociedad. Con frecuencia conocemos noticias relacionadas con ella y que aparejan, las más de las veces, la muerte de la mujer (violencia machista). Aquella se convierte en víctima a causa, por ejemplo, de irracionales sentidos de la propiedad por parte del hombre (“O mía o de nadie”); o porque no acepta que su exmujer tiene natural derecho a rehacer su vida, separada ya de una relación infernal.

   Tal violencia la sufren también los hijos, impactados testigos a quienes desequilibran insultos y agresiones no solo ya sobre la madre sino, incluso, sobre ellos mismos si intervienen a su favor. (Conocí a dos alumnos en estas circunstancias: ambos, a través de los abuelos paternos, denunciaron al padre pues se habían interpuesto físicamente para defender a su madre de la agresión. Como consecuencia, necesitaron asistencia médica. Después, y durante muchos meses, se encerraron en un profundo aislamiento que los llevó a romper con todo y con todos. Por suerte, cuando abandonaron el instituto ya habían recuperado cierta “normalidad”.)

   Pero también se da el caso contrario, como denuncian “Segundas Esposas”. La asociación reclama que también se castigue a la exesposa que acusa a su pareja con falsos testimonios. Porque mientras todo se investiga algunos hombres sufren detenciones, cárcel e, incluso, hasta se ven obligados a abandonar sus puestos de trabajo por el desestabilizador desprecio de sus compañeros.

   Recuerdo una falsa acusación contra un hombre. Su mujer lo había denunciado por maltrato.  Pasó once meses en la cárcel. Lo cual, obviamente, significó la pérdida de su puesto de trabajo y el hundimiento de su inicial proyecto industrial.  Como la denuncia había sido aceptada, y el hijo de la pareja la dio como cierta, se quedó solo. Su mujer, ya diva televisiva, cayó en un exceso: volvió a presentar denuncia por la misma causa –maltrato-, pero el juez descubrió falsedad y trama delictiva: el marido se encontraba en la cárcel ese día, precisamente por la anterior denuncia. Luego, el dictamen del forense sobre las lesiones que mostró la acusadora: “Están todas situadas en […] zonas accesibles para la interesada”. Además, “las heridas […] son difícilmente producidas en una acción de forcejeo”. (¿Recuperó honor este hombre, dignidad, honradez, decencia, reputación y respetabilidad que le fueron arrebatados cuando el juez –según las denuncias- dictó la orden de encarcelamiento?) 

   En algún periódico también leí dos noticias que vienen a colación. Una: hay mujeres que denuncian –a veces por indicación de algún pariente letrado- una inexistente agresión el viernes por la tarde y, así, su pareja pasará el fin de semana en los calabozos, entre rejas (¡demoledora venganza!). Otra: a pesar del famoso código deontológico, una abogada recomendó a la clienta falsas denuncias contra su marido, como así afirman dos hermanas del denunciado. Ambas, ante la letrada de su cuñada, se hicieron pasar por mujeres en las mismas condiciones que aquella y, así, recibieron la misma recomendación.

   Si el rompimiento de la relación por parte del hombre no se produce de mutuo acuerdo y por supuesto, sin violencia, alguna mujer puede sentirse herida en su amor propio. Por tanto, deseos de venganza, represalia y revancha quizás dominen su mente y le ofusquen el raciocinio. En este caso el varón lleva las de perder, pues la ira incontenida de su ex le puede hacer bastante daño como así, por ejemplo, denuncian algunos hombres y se desprende del caso arriba mencionado.

   Situación que impacta directamente en la segunda mujer, la nueva pareja. La convivencia puede convertirse también en un infierno pues él está tocado, muy afectado, quizás hasta irascible con su entorno. A fin de cuentas vive en sociedad, y pesa sobre él ya no solo una denuncia sino, y sobre todo, la sospecha de que no sea tan angelical como aparenta.  Si ella tiene hijos jóvenes, ¿cómo entenderán la situación? ¿Desconfiarán acaso?

   Es condenable -sin peros- la violencia del hombre sobre su mujer. Sin embargo, hay casos de falsas denuncias contra exmaridos que ya rehacen su vida. Porque también ellos tienen derecho a que se investigue exhaustivamente la acusación antes de la detención y, por supuesto, de su encarcelamiento.

 

* Publicado con autorización del autor