La sempiterna y omnipresente corrupción que no cesa - por Erasmo Quintana *

Partamos de una constatación inequívoca: la corrupción en nuestro país es sistémica. Algo que no extraña porque, en nuestra nación, el propio exjefe del Estado era supuestamente corrupto, y de ahí para abajo, todo el que podía, imitándolo. De esta corrupción sabemos algo cuando aparecen casos a imagen de iceberg, del que vemos la parte pequeña, pero la mayor cantidad está sumergida, invisible a nuestra mirada.

España siempre fue un país, vamos a llamarlo “anárquico” y difícil de gobernar, puesto que gran parte de su historia se debatió en luchas intestinas que supusieron un gran derramamiento de sangre hermana. El dato curioso es que esas luchas fratricidas fueron las que dieron la nota característica: habría que ir muy lejos en el tiempo para hallar guerras con países extranjeros, la última librada con Marruecos y el caudillo rifeño Abd el Krim. Esta guerra africana terminó como el rosario de la aurora por el ridículo que se hizo y el derramamiento de sangre paisana, entrañando un gran desprestigio para el Gobierno del momento. Antes de esta contienda sucedió la que libró contra los EEUU (1898) en la lucha de independencia de Cuba, que supuso la pérdida de ésta, Puerto Rico y Filipinas, pasando a poder de los norteamericanos a cambio de una ridícula compensación económica.  

Las elecciones municipales de 1931 dieron paso a los partidos republicanos antimonárquicos, y el 14 de abril de este año se proclamó la Segunda República Española. El Rey Alfonso XIII, consciente de su derrota y el cambio político que entrañaba, hizo lo mismo que su abuela, Isabel II, y en la noche de ese día de la proclamación también cruzó la frontera, para no volver.

La cultura de la corrupción es hoy en nuestro país más laxa, más permisiva. Los desmanes de las corruptelas a principios del siglo XX al más alto nivel, eran penalizadas con más contundencia que lo es ahora, pues ya está en Sanxenxo (Pontevedra) con toda su caradura el rey emérito para asistir a las regatas, como excusa propiciatoria que le alivia la morriña. Si el Borbón emérito de hoy hubiera estado a principios del siglo pasado, de volver al país que saqueó y vejó, ni pensarlo, imposible. En aquella época había una sociedad más seria, con más ética y vergüenza, exigiéndose mayor rigor en las conductas privadas y públicas de sus gobernantes.

La Revolución de 1868, llamada “La Gloriosa”. fue provocada por un levantamiento de los “progresistas” que contaron con el partido más avanzado de la época, el Partido Demócrata. Los generales Prim y Serrano, a los que acompañaba el almirante Topete, iniciaron la sublevación en Cádiz. Dicho levantamiento pronto adquirió caracteres de revolución, y todo el área mediterránea se involucró, siendo derrotadas las tropas leales a la reina. Isabel II se había hecho impopular por sus actos privados, licenciosos en su vida íntima, además de corruptelas políticas, y, destronada, tuvo que salir de España, refugiándose en Francia.

El Pacto de San Sebastián de 1930 fue posible para derribar al general Berenguer y su “dictablanda”, suponiendo la instauración de una voluntariosa República, ocurriendo lo más grave en Jaca con los sublevados, Fermín Galán y Ángel García Hernández, usando las tropas. Al final todo fracasó, y al día siguiente, estos dos cabecillas acabaron fusilados. Esta fue una más de las intentonas que se dieron desde comienzos del siglo XX, y como en todas, su aparición fue recibida con ánimo esperanzado, recrudeciendo las tensiones entre las derechas y las izquierdas, que complicarán la gobernación del país. 

Así, la derecha de José Calvo Sotelo, José M.ª Gil Robles y José A. Primo de Rivera (éste ahora exhumados sus restos del Valle de Cuelgamuros 84 años después; había sido fusilado tres años antes), desde el primer instante y nunca, reconocieron el triunfo de las izquierdas y la proclamación de la II República. La pérdida de poder del Sistema no fue asumido, y creó un pistolerismo y malestar ciudadano que justificara el levantamiento del Ejército para restituir de nuevo el “orden”, es decir el caciquismo corrupto y corrompedor. Este es, muy resumido, el origen de la barbarie y derramamiento de sangre inocente que dio comienzo el 18 de julio de 1936.  

* Gracias a Erasmo Quintana